Un aleteo de manos y piernas diminutas, una risa sin dientes que te calienta por dentro, curvas de carne rolliza rellena de vida y de fuerzas para descubrir un mundo. Perfume de leche materna que despierta la ternura y las caricias, imán de miradas y gestos, pequeño buda en una cuna. Eres cuatro meses del principio de un todo, que parece que quieras descubrir con ojos de plato y manos que vuelan hacia la boca. Un receptor de experiencias que prueba, ahora la gota amarga, ahora la dulce; los cimientos de decidir y de hacerse persona. Y en la hora en que empiezas a levantarte, me gustaría que aprendieras a volar, para que saltaras prejuicios, normas y las inaguantables ganas de darte nuestra visión sesgada. Que llegaras a esa parte donde las cosas no funcionan por costumbre, ni todo está negociado y firmado, si no que los días se descubren en el momento, que se juega a esa incertidumbre que niega que el destino está escrito. Porque con cuatro meses te miro y alientas la esperanza de lo eterno; eres la extensión hacia lo bueno y mejor, desde esta herencia tan pobre. Pero vuela por el borde de todo y de todos, bailando flamenco, gorjeando bulerías, alegrías de tu madre, palmas da tu padre con tan sólo moverte. Zapatea en el aire, sobre la tripa de tu abuelo, sobre la mesa, mientras todos siguen tu ritmo, el que te gusta, el de los ruidos, el que se mueve y despierta tu instinto de aprender. Que yo quiero que aprendas de lo que se mueve y de los ruidos, de tus vecinos los gatos, de lo que brilla y que te enseña; que los colores sólo sirven para hacer bonito. Quiero que aprendas y quiero que rías, con más de mil muecas que te haga para que temblemos; tú de risa y yo emocionado por hacerte reír. Nos uniremos en ese lado de una visión más optimista; en el universo de los ruidos, de lo que se mueve, de las muecas, de los gatos y lo que brilla. Allá seré un satélite para un sol así de bonito.
Para Yasmina, para mi hermano y sobre todo para Magel |