Estaba hambriento, entró en el restaurante, pasó por la cocina el fuerte aroma que desprendía, hicieron saltar todos sus jugos, gástricos y salivares, pasó por el baño donde depositó los jugos restantes.
Inquieto, dio vueltas a la mesa que estaba puesta, ocupo su lugar, tamborileo con sus dedos nerviosamente, empezaban a sobrarle los pies y las piernas, no sabia donde meterlos, el estomago como ente independiente empezó a rugir y a moverse compulsivamente.
Se acercó alguien, dejo una canasta de pan y formulo la pregunta de rigor ¡¿Qué va a comer el señor?, ¡TODO!, hubiese querido decir, pero se contuvo ojeo la carta y apenas pudo balbucear el pedido, en su boca se había desatado una avalancha que le impedía una correcta pronunciación, el camarero muy serio, con cara de poker, parecía no entender, opto por escribirlo, asumiendo, la sensación que había causado en el susodicho ¡dignidad! a buenas horas, (ya era bastante tarde) pensó, el estomago no entiende de eso.
Se entretuvo mordisqueando pan, mientras observaba con envidia como sus compañeros de mesa colindantes, degustaban sus respectivos platos, el tiempo pasaba inexorable, con el rabillo del ojo espiaba la cocina para ver salir las viandas pedidas..
Cuando el camarero, deposito ante él los manjares humeantes, no pudo contenerse, y en ese instante, ante la atónita mirada de los demás comensales tuvo un ORGASMO, fulminante y rápido.
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