Mi Abuelo, la noche... y el
inalcanzable mar.
Hoy, que el paso de los años dejó en mis patillas y nuca su color “blanco experiencia”, me descubro preguntándome ¿qué les dejaré -no a mis hijos, pues crecí con ellos, haciéndome padre día a día, sino- a mis nietos? ...
¡Ah! llegas tú, abuelo... y el inalcanzable mar.
Y veo que nuestra historia es la mejor vivencia que puedo dejarles a ellos. Me asombra, al paso de los años, cómo quedan grabadas - a “puro sentimiento”- las cosas en los niños. Hoy puedo dejarles a ellos, mis nietos, lo que a fuerza de aprendizaje no pude dejarles a mis hijos.
Qué ironía ... ser padre a pleno, cuando ya somos abuelos. Hermosa ironía, que nos posibilita seguir mejorando nosotros mismos y, por ende, el mundo donde vivimos.
Es importante lo que hagamos a los niños, si queremos- a su debido tiempo- que sean adultos honestos, amorosos y magnánimos.
Por eso, abuelo, converso con vos en el silencio de mi buhardilla y... aunque digan que ya no estás, a través de la computadora les relato a mis nietos la aventura que tuviste junto con este-tu nieto- que, gracias a ti, no se olvidó que fue niño.
¿Recuerdas? Me dijiste:
__¡Eh! Luisito, Chechín, ¿vamos a ver si alcanzamos el mar?
...¡Ah! Y trepamos a la altísima cabina del Scannia, que se me asemejaba un enorme castillo medieval móvil, donde podíamos correr miles de aventuras de caballeros, en brillantes armaduras, respondiendo a los pedidos de auxilio de hermosas princesas raptadas por el solitario y enorme ogro (solitario por ser excluido, al ser diferente... como algunos abuelos, que se tornan pesados en su lento trajinar, por la acelerada vida que hoy llevamos.)
__“Son diferentes” -dicen muchos- de otra época... no están al ritmo de los tiempos que corren.
Nunca una palabra me pareció tan bien usada: Corren, eso es lo que muchos hacen, pero al menos ¿saben hacia dónde?
Nosotros sí lo sabíamos, abuelo.
En las ondulantes rutas de nuestra región corríamos para alcanzar el mar. En el atardecer marrón-negro y amarillento-rojizo, buscábamos llegar a él, antes que la insondable noche.
La primera vez lo vi, tras subir la lomada de la ruta, y tu grito de júbilo al haberlo descubierto me dijo:
__¡Ahí, Chechín! ¡Ya lo tenemos!
... Y en el horizonte, como al alcance de la mano, lo vi.
Los colores del anochecer me mostraban su tranquila playa y su enorme tamaño, juntándose con el cielo.
A mi costado izquierdo veía cómo, desde la tierra, unas brumosas rocas se adentraban en él.
Oscuros pájaros que a mi me parecían de un negro brillante, volaban libres y el ruido del Scannia me impedía escuchar su feliz trinar ante tanto espacio, sin límites de “prohibido avanzar”.
Nosotros volábamos también, no a más de ochenta. Como decías vos: Si igual se llega, ¿para qué tanto apuro que, a lo mejor, no te deja llegar?
¿Te acordás, abuelo? En otra bajada de la ondulante ruta serrana, lo perdimos de vista. Y yo me angustié al no verlo.
¡Ja! Pero en la lomada, nos pareció estar en la cresta de una ola. Y grité contento:
__¡Ahí está, abuelo!¡ Ahí está el mar!
Cómo reímos felices. Tú te sentías un niño y yo... yo todo un hombre.
Otra vez veíamos su tranquila playa, sus rocas entrando en él del otro costado, ahora divisábamos arrecifes, acanti lados.
__Está pasando ese pueblo. Apúrate, abuelo, se hace de noche.
Cuando cruzamos la planicie del poblado, y las casas no nos impedían la visual, fue cuando lo perdimos en la noche.
Detuviste el camión y nos quedamos en silencio.
No escuchábamos el murmullo de las olas que, a mí, cada vez que estoy en una playa me parece el ronronear de mi viejo gato Obsecuente. Porque eso parecen los gatos, obsecuentes pero, al final, hacen siempre lo que ellos quieren. Eso es el mar, un enorme gato ronroneando... sólo parece obsecuente, pero no lo es.
__¿Abuelo, qué pasó?
__La noche, nieto mío, la noche. Él se va cuando llega ella... y nota que alguno de nosotros lo quiere alcanzar por puro placer. Nos teme y se va. Pero, no estés triste.
Volvamos. Otro día lo podremos lograr.
__¿ Y si la próxima vez salimos más temprano?
__Sabes, Chechín. Él, más temprano, no se deja ver. Sólo parece que lo hace al atardecer. Como que es cuando uno deja volar las fantasías, las esperanzas, los sueños. Él se deja ver a la hora del balance del día, que es al atardecer, cuando repasamos lo que hemos hecho con los momentos que tuvo la jornada.
Ya unos años después, yo andaba casi en los doce y montando un potrillo que me diera el tío Caco, tu hijo Esteban, mientras yo estaba de vacaciones en su estancia.
Nunca entendía por qué tú le decías Caco. Cuando yo pregunte por qué, respondiste:
__ El que tiene tanta tierra, se llama así, tenga el nombre que tenga.
Vaya si hoy lo entiendo.
¡Pero, bueh! Vuelvo a la segunda vez que vi el inalcanzable mar.
También el atardecer- anochecer, jugaba con sus colores marrón- negro-rojizo- amarillento... ¡Y ahí estaba él!
Yo sabía que era el mismo, aunque su playa no era igual. Habían desaparecido los arrecifes, tenía como un golfo.
Y las rocas de la izquierda que entraban en él, no eran iguales. Yo lo achaqué al paso del tiempo y a las olas, que todo lo desgastan.
¡Cómo se enojaron los tíos...! Yo volví dos horas más tarde de lo convenido.
Todos estaban buscándome.
__¿Dónde diablos andabas?
__Trataba de alcanzar el mar del abuelo.
__¿Mar en estas sierras? ¿Qué mentira decís?-Preguntó, más enojado aún, el tío Caco.
Inés, su esposa, agregó:
__A este chico le está haciendo falta un padre y tiene de compinche a un abuelo, que solo lo alimenta con fábulas.
Todos te miramos, y tú respondiste mirándome sólo a mí:
__Ellos ya no lo ven y... si lo ven, no se dan cuenta..
Cuando salimos al porche de la gran casona, sentados sobre los baldosones de laja del patio, mirando ambos el cielo, me dijiste:
__ No te desesperes, nieto mío. El inalcanzable mar ya esta en ti.
Y con tu dedo índice tocaste a la altura de mi corazón, agregando:
__Sólo cuando lo desees, cierra tus ojos y lo verás dentro de ti. Será tu gran compañero, cuando los problemas o la desazón te domine.
Así es, nietos míos, esta es la historia que viví con mi abuelo, cuando yo era nieto.
Esa ilusión óptica que produce el cielo en un atardecer, mirando el horizonte, asemejando ser un mar con sus tranquilas playas, más de una vez me devolvió la paz que se me había extraviado. Volando mi alma, sin correr mi cuerpo.
El abuelo, a ese mar, le daba muchos nombres. Algunos que recuerdo son: El mar de la Bondad, el de la Esperanza. Otros nombres eran Amor, Amistad, Respeto, Solidaridad, Paz... y tantos otros. Pero no importa... a ese mar que sólo ustedes pueden ver, podrán darle un montón de nombres más...
Hoy estoy feliz al poder relatarles esta historia. Es la mejor de un abuelo a otro, que he conocido. Cuando ustedes lo sean, podrán contársela a otros futuros abuelos.
De todos los nombres que mi abuelo le daba, el que más me agradaba era “Mar de los Diferentes”.
Él solía también llamarme así, cuando más feliz estaba, y agregaba preguntándome:
__¡Eh, Diferente! ¿Vamos a buscarte un rato?
Y yo, en la cabina del Scannia, le contaba de mis sueños y esperanzas. ... Y él, el inalcanzable mar, nunca me abandonaba. Es más... aún sigue siempre dentro de mi.
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