Un amanecer cristalino
reflejado en el agua del estanque;
aguas turbias, inmóviles al paso del tiempo
callan pasajeras de nuestras visitas,
las hojas púrpuras cayendo al roce del aire,
sigilosas bailan en su espera
para reposar tranquilas en su muerte;

algunas, sobre el agua,
resbalan para que no las atrapen,
por no dejarse ser conquistadas ni ahogadas
después del silencio de su marchite.

Se resignan cuando se les resbalan las fuerzas
y lloran amargas en las primeras horas del rocío,
para que nadie las vea,
para que nadie ría de su desgracia.

Permiten ser olvidadas en el estanque
como aquellas aguas no recordadas,
ahora juntas, en un fiel reflejo de soledad
con el más puro sentir de la compañía,
de la unión mutua,
de la fusión de dos naturalezas
que nacieron de la belleza
y mueren en su propia agonía.