DEL AMOR Y EL ODIO
El odio y el amor se pueden, o mejor dicho, directamente son dos polos de una misma balanza. Si el bien no tiene sentido ni existe sin el mal, el amor no existe sin el odio. Muchos autores han generalizado creyendo en la posibilidad de excluir alguno de los dos polos, mas entonces no tendría sentido el otro. Sin embargo, en ningún otro caso se da una competencia mayor en un individuo entre ambos polos que en el amor-odio. Y es aquí donde se deja entrever una concepción del amor basada en la frustración. Decía Ortega y Gasset que una vez una mujer se fija en un hombre a éste le resulta sumamente sencillo mantenerla abstraída del mundo con toda su atención puesta hacia el sujeto amado mediante un sencillo juego de tira y afloja, de castigo y recompensa, de presencia y ausencia. Bien es cierto que, como es el caso de algunos, lo difícil es que la mujer se fije en nosotros. De este modo, la frustración del objetivo no conseguido, el pesado sabor del amor en los labios, el peso del peso y el peso de la levedad a un mismo tiempo, nos hace un mal que si bien en escasos momentos se compone de "pura felicidad", no dejan de ser trazas de lo deseado. Por este motivo se produce un autolesionamiento del sujeto amante. Este acto de autodefensa, buscando en ocasiones una compasión procedente del otro, en ocasiones por simple rechazo a la propia persona, es el principio activo del odio. La situación generalmente se hace insostenible. En este punto, generalmente provocado por enfermedades mentales previas, verbigracia el celebérrimo caso de Juana la loca, es posible alcanzar la "locura por amor". Se puede ver en un grado menor y bastante más transitorio debido a otra enfermedad más leve y transitoria también conocida como adolescencia en las jovencitas ataviadas con minúsculos vestidos rositas que parecen sacados del último modelo de las muñequitas Bratz. No se si les sonarán las riñas con tirones de pelos, gritos e insultos entre mejores amigas por Lalo el que vive al lado, el chico chungo por el cual se pelea medio barrio, que en estado de histeria agresiva se mutilan verbalmente con un vocabulario digno de un Pulitzer. Debe de ser slung inglés barriobajero porque hay veces que no entiendo nada pese a enorgullecerme de tener un léxico suficiente como para permitirme varios registros. Este caso también es para analizar a parte. Hijas directas del liberalismo más promiscuo y carente de valores. ¡Qué forma de atacar cualquier tipo de competencia! Eso del insinuante bucolismo con una sencillez atractiva que arrastraba cual canto de sirena hacia lo profundo del mar, eso de la ternura y las sinceras caricias, eso de los besos en los cuales se contaba toda una vida mediante la secular liturgia del amor ya no se lleva. Todo está banalizado, empaquetado y comercializado para rápido goce y disfrute. Está perdiendo su peso. Y eso me asusta por motivos que más adelante explicaré. Mas sigamos con el tema que nos ocupa.
Pero las más de las veces, en las más de las personas, no es esa la reacción. Se traslada, sin embargo, ese odio hacia el amado. Se le culpa de la propia frustración, del propio dolor. Se le culpa de no amar y no corresponder lo que el sufridor amante le promete en sus adentros. Él es el responsable de todo ese martirio, esa procesión en su honor en la que el Cristo no está donde debiera. Es, por tanto, una procesión a nadie.
Se trata, sin duda, el amor, de un estado mental transitorio. Equiparable a la locura. Si lo analizásemos desde un punto de vista bioquímico veríamos que posee muchas similitudes. Pero, paradójicamente, esta variante de una esquizofrenia paranoica, amén de alejarnos de la realidad durante un tiempo indeterminado, es la única capacidad humana que nos ata irremediablemente a la vida. O a la muerte en otros casos. ¿Quién no ha querido morir nunca por amor? No existe “-A” si “A” tampoco existe. Y la existencia de “A” dota necesariamente de existencia a “-A”. Como decía Morrisey en una de las más bellas canciones de amor que he oído (este cantante ha sabido reflejar como nadie qué es el amor): (...) And if a ten-ton truck kills the both of us, to die by your side... Well, the pleasure, the privilege is mine.
El odio es, en consecuencia, producto de la locura. El odio es, por consiguiente, fruto y semilla del amor. El día en que se erradique el odio del mundo se habrá erradicado el amor. Se habrá llegado a la vida real. Se habrá llegado a la verdad absoluta. Se habrá llegado a la muerte. Vivir sin vivir en mí. Ídem ocurre si se priva al amor de su peso, cosa que cada día ocurre de forma más alarmante, como ya he comentado anteriormente. En definitiva, sólo se puede perseguir la vida a través de la conjunción de ambos. La síntesis del amor y el odio por encima de la síntesis de cualquier otra dualidad por ser el amor-odio la más humana de ellas. Y dejemos el cielo para los dioses. Que bastante tenemos aquí con no arrastrarnos por el mundo y con conseguir no salir volando.
Y no olviden que la locura llama a la locura. Aunque hay en quienes puede crear fobia. Aversión irremediable. De esto hablaré otro día, porque hay tema para largo. Pero no puedo nunca obviar en un tema como este el magnífico villancico de Santa Teresa de Ávila:
VIVO SIN VIVIR EN MÍ
Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puso en mí este letrero:
«Que muero porque no muero».
Esta divina unión,
y el amor con que yo vivo,
hace a mi Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a mi Dios prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas molesta;
porque muriendo, ¿qué resta,
sino vivir y gozarme?
No dejes de consolarme,
muerte, que así te requiero:
que muero porque no muero.
|