Había entrado hace tres días.
La internación dijeron era solo rutina, solo debía ponerle su firma a la donación, otra rutina.
Lo observarían, medicarían y saldría.
Pero aquella noche supo que no había regreso; que tenía que atrapar las mil imágenes sin salida que desbordaban la habitación fría.
Que el corazón no viajaba, se estaba quedando; daba un paso al costado y se suspendía.
Lo estaban entregando por él a quienes quisieran recibir tal sacrificio.
Aquella noche sabía y sin embargo no quería ver.
Nada podía hacer.
Las luces giraban, se volvían locas apartándose de la existencia, todo era blanco y frío.
El alma intacta regresaba.
El cuerpo quedaba atado a la fría camilla.
Los mercenarios de vida, tras su uniforme blanco negociaban a quien y a qué precio insertarle con sus órganos horas de vida.
¿Tráfico o rutina?