En mi casa había fantasmas, pero ahora ellos también se fueron. La primera vez que tuve noticias de ellos fue a través de mi hermano Carlos, que me contó, cuando yo tenía 6 años, que escuchaba sus voces por la noche, tarde, antes de dormirse. No eran voces claras, eran como un remolino en el que se podía adivinar el lamento de una vieja. Fue mucho después que yo también los escuché. Oía, no sus voces, pero si sus pasos, subiendo y bajando por las escaleras, hasta la piecita vacía. Me los imaginaba negros, informes, obscuros y al principio les tenia miedo. En las noches de verano, con las persianas abiertas que daban al jardín, lugar que preferían en periodos estivales, ellos sacudían dulcemente las ramas del limonero, dejando caer los limones maduros que mi papa recogía por la mañana. Al jazmín, en cambio, trataban de dañarlo con gestos casi imperceptibles, pero que a mi no se me escapaban, ya sea, abriendo un camino para las hormigas en la cal que ponía mama para espantarlas, o bien apestando sus hojas con una espuma blanca. Tal vez el fuerte perfume les recordaba al de los claveles o gladiolos, que tan bien conocían... Un día fue papa que comenzó a darse cuenta de esa presencia en la casa. Primero, al igual que mi hermano, fueron las voces y ya, mucho después comenzó a verlos. Se le aparecían por todas partes, él trataba de huir o se escondía en vano detrás de las puertas. Algunas veces conversaba con alguno de ellos y entonces reía o se enojaba.. No sé en que momento mi papa fue desapareciendo, mis recuerdos no son muy claros, a veces mi papa estaba con nosotros y otras veces desaparecía, hasta que un día ya no lo vimos mas . Yo dejé la casa para hacer mi vida, mis hermanos se casaron y mi madre se fue a vivir a otro lado. La casa quedo vacía. Vacía? El otro día volví, recorrí los patios, las escaleras, la piecita de arriba, el jardín...y nada, ellos también se habían ido y entonces comprendí con qué tristeza lo habían abandonado todo, en que soledad los habíamos dejado. Al cerrar la puerta color crema, de vidrios amarillos; en cuyo umbral solía contemplar la vida desde el mundo de la infancia, yo también sentí una tristeza infinita al irme, caminando despacio por la vereda de baldosas con olor a sol, y embriagada de perfume de jazmines marchitos. 08/12/2003
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