Viajando por las constelaciones en ese microbús celeste marrón cuyas ruedas infladas con gas hilarante lo hacen avanzar a reverendas carcajadas, se detiene un segundo para recobrar el resuello y prosigue su tumultuoso recorrido. Adentro, en ese vehículo tapizado de caricaturas y sentados todos en un desorden a discreción, en medio de risotadas y conversaciones enrevesadas, en ese bus conducido por Charly García para asegurar la intranquilidad de los pasajeros, me siento privilegiado de tener por compañero de asiento al querido Verdaguer, quien con su voz de notario loco me cuenta el chiste del loro. Chaplín sube en la galaxia siguiente y trastabilla en el pasillo y hace mil figuras antes de acomodarse en el segundo asiento en donde retoza Jerry Lewis, con sus prominente dentadura de profesor chiflado. Ambos se saludan y Groucho Marx, que dormita en el asiento trasero, les da un par de cachetadas para que se queden quietos. ¿Qué hago yo en este microbús? me pregunto y el Chavo del Ocho se sonríe como si me adivinara el pensamiento y saca las manos por la ventanilla para tratar de capturar un Cupido que pasa raudo demandado quizás por algún corazón urgido. Me volteó para ver a un señor desgreñado que arenga a un grupo de personas. Es un vendedor me digo pero reconozco su gabardina raída y su mezquino sombrerito. –Jóvenes, dice y enseguida se larga con su retórica que pareciera doblada como un pañuelo, confunde los adjetivos, ataca con los adverbios, regresa por algún vericueto a las mismas palabras y al final todos se miran entre ellos porque el tipo no dice nada de nada. Eddy Murphy le expresa en su castellano chapurreado: -Mister Cantinflas, you sería un buen político because habla tantas cosas y al final no nos dice nothing. Jim Carrey aplaude con ganas sentado en el asiento trasero. Coco Legrand dice que los políticos son la gran solución para las sequías que amenazan al mundo porque mientras más hablan más hace agua la sociedad. Tinelli sonríe detrás de un diario en blanco mientras prepara una cámara escondida a Peter Sellers. –Estamos llegando a la galaxia de Andrómeda –canturrea Charly García, que, en vez de volante, manipula una guitarra fucsia con cuerdas de oropel. El Gordo pide parar un rato para hacer sus necesidades en un meteorito que dice: varones. El flaco entretanto esparce pegamento en el asiento de su compañero y colocando luego su dedo índice sobre los labios, nos conmina a guardar silencio.
Andrómeda es como Nueva York, con muchas luminarias y enormes edificios de estrellas que ocultan el horizonte plagado de mundos individuales, igual que en la gran manzana. Búster Keaton se ríe a carcajadas y eso es porque alguien le dio de beber una naranjada con ese gas hilarante que hace descabellar a las ruedas. Chaplín comienza a devorarse el respaldo de su asiento y deglute haciendo grandes muecas en su rostro enharinado. Los tres chiflados se coscachean mutuamente, Verdaguer dice: Pare señor chofer que yo desciendo por estos lados para visitar a mi suegra. Charly por supuesto no le hace caso y sigue tañendo su guitarra y el respetuoso humorista comienza a tocar el timbre insistentemente: -Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing Riiiiiiiiiiiiiiiiiiing. Yo me pregunto porque no se baja nomás si ya está muerto y no le va a pasar nada…Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing.. es mejor que… diablos son las siete, tengo que levantarme, pare Charly, pare por favor que tengo que ir a trabajar…
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