-no sé, lo encontré ahí, tirado, ya estaba muerto cuando llegué dijo el sepulturero al policía.
El cuerpo estaba desplomado sobre una tumba bañada en sangre coagulando lerdamente, uno que otro pájaro asomaba y se posaba sobre las lápidas, atraídos por el dulzón olor de la carroña. El sepulturero seguía diciendo -Que se yo, con la villa por acá, uno se acostumbra a no darle bola a los gritos. Además, ¿ve esas tumbas abiertas? siempre vienen a robar acá, a ver si sacan un par de zapatos, una pulsera, algo. ¿Ya le preguntaron al pibito que encontraron?
El pibito era el mejor amigo del muerto, intentaba respirar entre los espasmos, con los ojos tomados por el miedo y con las entrañas tensionadas, contando una historia medio extraña sobre cadáveres y tumbas abriéndose, sepultureros cómplices de asesinos sin miedo a ir presos.