El infeliz esclavo se hallaba encadenado al carro viendo cómo se le desplomaba encima aquel pilar envuelto en llamas y transpirando humo. De los establos se escapaban los caballos en arrebatada estampida, abalanzados sobre toda criatura que les impidiera escapar del fuego que consumía a Roma. El senado olía a carne asada y los pocos que lograban escapar de las entrañas del edificio lo hacían arrastrándose y vomitando, el mas augusto conjunto de patricios en toda Italia se había vuelto impuro, no era mas que carne sucia, carne podrida por la corrupción, carne que ahora se asaba sobre los pisos de granito, contra las paredes y columnas de mármol incandescente.
Afuera, amos y esclavos y animales enloquecían desquiciados por el frenesí del desastre, del humo y el fuego. Los hombres violaban a las mujeres, los niños robaban a los gordos y fofos hombres que se enriquecieron a expensas del pueblo, cegándolos, distrayéndolos con hogazas de pan y circo barato y sangriento.
En el edificio donde se realizaban los juegos, algunos de los gladiadores que habían logrado escapar de sus habitaciones abarrotadas se mantenían en el centro de la arena, otros habían salido a las calles en el desenfreno de libertad que significaba para ellos el pánico en que roma se hundía, saqueando, golpeando y vengando sus cadenas, sus latigazos, su hambre y su dolor.
Y el hombre en el techo, con la antorcha tirada a un lado, se deleitaba en su locura viendo a la patria brillar. En toda la ciudad Romana las llamas bailaban una danza dulce, tibia, que la elevaba hasta el cielo. El fuego era vida brotando de los muros, era el faro de todos los caminos, era el eje cardinal en la tierra. El fuego crecía y parecía lamer las estrellas y abrazar la luna. La gran puta ahora cobraba vida, estaba excitada, ardía de pasión, y el desquiciado imaginaba en las llamas los muslos húmedos, la piel erizada, la boca jadeando, los pechos transpirando.
Y el hombre en el techo tocaba la lira, con el fuego en los ojos, sonreía gozoso, con la boca hecha agua, suspirando el aire entibiado por el fuego, impregnado por el ácido olor de la carne chamuscada, y se dejaba consumir por una felicidad desquiciada. |