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“Si disfrutas de la lectura gozarás de buena salud mental”

Jorge Barmín



EL CORAZÓN DE ARENA

A las cinco de la tarde sonó el teléfono. Era Ana, mi mujer. Se marchaba a casa de su madre. Me dejaba la cena en la nevera. Colgué el teléfono y me deslicé sobre el sillón de ruedas hacia el extremo derecho de la mesa de trabajo. Apagué el ordenador, me levanté, me puse la chaqueta, abandoné los papeles desordenados sobre la mesa, miré a Ana sonriente atrapada en un pequeño portafotos de marco dorado a la izquierda del escritorio, cogí el periódico bajo el brazo y salí del despacho. No podía más. Aquella frase que había leído durante el fin de semana en un libro de mi padre, me estaba matando. No podía recordarla y eso que presumía de buena memoria.
Bajé de dos en dos las ruinosas escaleras de mármol gris y me encontré de pronto en la calle. Un borbotón de aire fresco atenuó mi ansiedad. Me mezclé con el enjambre humano que a esa hora ocupaba el bulevar, sin darme cuenta que estaba empezando a llover. Me coloqué el periódico sobre la cabeza para protegerme de la lluvia y aceleré el paso, esquivando con torpe tino a los transeúntes durante el centenar de metros que me separaban de la parada de autobús. El ruido mecánico de los coches humeantes que pasaban calle arriba y las voces humanas, me resultaban desagradables. Interferían mis pensamientos. Mientras esperaba el autobús, consultaba nervioso el reloj de pulsera que Ana me regaló en nuestro primer aniversario, tratando de acelerar o detener su marcha no estaba seguro.
Al llegar a casa, el silencio no me confortó. Al contrario. Tiré malhumorado mi chaqueta sobre el sofá de tela granate, me solté el primer botón de la camisa y aflojé el nudo de la corbata que, sin percatarme, me estaba ahogando. De dos zancadas entré en la salita donde, colocados por mí con exquisito sentido del orden, se encontraban los libros heredados de mi padre hacía tres meses. Le apasionaba la literatura sobre ovnis o ciencias ocultas. Sin embargo, a pesar de mi incredulidad sobre esos temas, quiso que yo poseyera su abundante biblioteca. Me parecía un mundo absurdo, sin base científica. Una pérdida de tiempo.
Localicé el libro que buscaba entre uno fino de color rojo y otro más grueso de lomo azul. Al sacarlo me resbaló entre los dedos y se posó sobre el suelo, cerrado, sin hacer ruido cual vuelo de una mariposa sobre una flor. Su color verde claro se posó sobre la alfombra de tonos amarillentos y blancos, como rodeado de una aureola verdosa muy débil. Lo recogí del suelo con mimo. Las yemas de mis dedos, al contactar con él, detectaron una viscosidad blanda y sus tapas emitían un tibio calor parecido al humano. Apunto estuve de soltarlo, no fuera ha tener algún maleficio. No recordaba aureola alguna ni que su tacto fuese caliente cuando lo tuve en mis manos el pasado fin de semana, ni que su título “El Corazón de Arena” estuviera impreso en letras azules, casi borradas, sobre la cubierta verde claro. Sin duda, pensé, me estaba fallando la memoria. Me asusté al cruzarme la absurda idea de que aquel libro podía estar vivo. Pero cada vez me encontraba más relajado con él en mis manos. Al hojear sus páginas, el olor a papel antiguo y la leve brisa que levantaban sus hojas mezclada con polvillo atrasado entre sus páginas, me hizo estornudar. Satisfecho por tener aquella especie de joya, me dejé caer sobre el sillón de cuero pardo, rozado por el duro uso que hacía mi padre de él durante sus largas horas de lectura. Recordé el olor a tabaco de pipa que fumaba mi padre sentado en aquel ilustre sillón donde me encontraba ahora, mientras se deleitaba leyendo. Mi padre, que siempre lo recuerdo con un libro en sus manos, le gustaba que me sentara junto a él y le contara mis cosas.
Cuando el futuro me agobiaba, mi padre decía sentado en aquel sillón que parecía el trono de un rey “la vida es como un reloj de arena tapado con un paño. Sólo podemos ver la arena de la parte inferior. Nunca sabemos cuánta queda en la superior. Lo que tenga que suceder sucederá. No le des vueltas”.
En muchas ocasiones vi a mi padre hojear aquel libro verde claro. Nunca me habló de su contenido ni yo se lo pregunté. En realidad no me interesaba.
En aquel libro había muchas frases subrayadas, palabras redondeadas con lápiz de distintos colores, signos extraños, logotipos y comentarios manuscritos sobre los márgenes. Seguramente mi padre trataba de desentrañar algún misterio, pero falleció, al parecer, sin conseguirlo. Tardé poco en darme cuenta que todas aquellas señales, signos y subrayados de colores sobre palabras y frases, podían combinarse de infinitas maneras y componer infinitas historias con un poco de imaginación.
Llegué a ver con lucidez, que entre aquella mágica combinatoria se hallaban las piezas de un puzzle de palabras en el que encajaban mis sueños, mis añoranzas, mis ilusiones, mis fracasos. Vi mi propia vida, hasta entonces.
Fascinado por aquel libro y el recuerdo de los consejos de mi padre sobre la vida, pasé horas buscando palabras que compusieran mi futuro. Pero sólo conseguí articular frases sin sentido. Tal vez, pensé, fuera mejor así.
Después de horas, aún no había buscado la frase que me había vuelto loco todo el día. En unos minutos la hallé enmarcada en un rectángulo de color rojo en la última página. No la recordaba así, enmarcada, ni que estuviera en la última página. La leí una y otra vez. Cien veces; no sé. Mi habitual talante de desconfianza hacia los enigmas quedó maltrecho. La frase decía:
“El egoísmo es para el alma como navegar sin estrellas, el odio como viento en una jaula, la envidia como agua en una criba. Convierte el egoísmo en abnegación, el odio en amor y la envidia en conformidad. Así en tu cielo habrá estrellas que te guiarán hacia tu verdadero horizonte.”
Cerré los ojos. Cuando desperté estaba amaneciendo. La salita olía a tabaco de pipa y tenía en las manos un poco de arena. Había encontrado el resto del tiempo que me quedaba en el reloj de mi vida. Tal vez sólo unos meses. Por eso escribo este relato.

Jorge Barmín

Texto agregado el 11-02-2005, y leído por 378 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
13-03-2005 Que lindo encontarte escritor! Hermosa tu narrativa, madura y pulcra. Lo lei de un tiron, solo espero que no sea autobiografico -por el final- Un gusto. Te dejo mi admiracion y mis *****. peinpot peinpot
05-03-2005 Te dejo no mis cinco estrellas. una constelación entera. Conseguiste engancharme, solo espero que el final no sea autobiografico... un susurro. susurros
22-02-2005 "no fuera ha tener algún maleficio..." Ese "a" es sin hache y excepto ese detalle y la repetición de la frase..."mi padre" en exceso, un poco mas abajo al leer, tu relato hace que el lector se deslice suave y relajado por el texto, gozando de la anécdota, haciendo eco de la nostalgia, envuelto en su misterio y finalmente, atrapado por su revelacion final...Definitvamente me encantó! piquitos de luz gaviotapatagonica
22-02-2005 He estado inmersa en tu historia casi sin parpadear. Me ha encantado. Un beso eloisa
11-02-2005 Brindo por ti amigo. ¡ Que mi envidia se convierta en conformidad ! Atrapas al lector y lo llevas a otras dimensiones. ergo ergoZsoft
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