Soy una concavidad  
expuesta en el confín de los deseos, 
ese temblor que roza 
la inocencia de las cosas, 
 las noches traspasando los senderos 
en un latir impredecible del mundo. 
Soy la margen de tu piel 
en una esfera de temblores 
la seducción, el tiempo, 
la mar de los deseos 
removiendo lo prohibido, 
mi vida bajo el universo 
de tus labios, como 
una soledad aprisionada  
en el infortunio de mis pechos,  
eternos, paralelos. 
La tarde se disgrega  
ante el azul de los silencios, 
detrás, como una sombra de espermas 
mi vida se aproxima a tu semblante, 
calla, mientras explora  
esas infinitas cicatrices bajo las contracciones de tu sangre. 
Y las solitarias noches  
se someten al influjo 
de los días, al padecer de eternos transeúntes invadidos de recuerdos,  
a tu espectro perpendicular al mundo   
o paralizado de temores. 
Con la tarde, el cielo 
se convierte en un confín de miradas, 
eterno, extendido en las profundidades 
del abismo.  
Yo te aguardo como una sedienta 
pasajera de tu sino, 
atravesando pesares y existencias 
al resguardo de unas manos sabias. 
 
                     Ana Cecilia. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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