La aventura de reinventar al mundo a partir de sustancias psicoactivas y de remontar los ánimos a diferentes estados de conciencia, ha sido considerada desde mediados del siglo pasado como uno de los males que propiciará la catastrófica destrucción del ser humano.
La simple mención de la palabra “droga” sugiere lo prohibido, lo temido, lo malo. Sin embargo es claro que el uso de drogas ha sido y será una constante en la vida del hombre, no sólo porque diariamente se le presentan a su paso sino porque han formado parte esencial de su historia, lo mismo en usos sacramentales y terapéuticos, que en celebraciones y ritos comunitarios. Como ocurre hasta hoy bajo receta médica o en feliz brindis por un cumpleaños.
Más allá del uso personal de las drogas, se encuentra la enorme parafernalia de un narcoestado que se limpia las manos con campañas absurdas y desinformativas, utilizando a los medios de comunicación. Un ejemplo es la campaña denominada “Vive sin drogas” de TV Azteca, que pretende hacer conciencia entre los jóvenes de lo “malas” –si, así de simple y maniqueo- que son las drogas y lo buena que es su estúpida programación trepanadota de cerebros.
En uno de los anuncios de dicha campaña, observamos a una chica que prende un churro, le da dos bocanadas y cual si se hubiera tomado dos frascos de Diazepam, se queda profundamente dormida mientras su cama se incendia por haber dejado el cigarrillo ahí. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que con dos bocanadas de marihuana nadie se queda en tal estado de sopor, que además los porros se apagan con mucha más facilidad del cigarro y lo preocupante no es, como dice el comercial, que los padres la hayan desatendido y por eso ella haya caído en las abominables drogas; lo que a mí me preocupa es que no supervisen en lo mínimo las medidas de seguridad y tengan una casa capaz de incendiarse de tal forma por un inocente canuto.
Con este tipo de absurda propaganda es imposible educar a la población en la tolerancia, el ejercicio de su libertad, el respeto y el verdadero conocimiento. Las políticas públicas y su discurso con respecto a las drogas, están plagadas de prejuicios, ideologizaciones y alteraciones. El límite represivo en este sentido, construye una sociedad obsesionada con decir “No a las drogas”. Antonio Escotado, relata en uno de sus libros el caso de unos niños estadounidenses que aleccionados por la televisión, denuncian a sus padres por cultivar marihuana en macetas para después caer en la desolación de un orfanato cuando sus padres son encarcelados.
No todas las drogas, son iguales por más que intenten meterlas en el mismo saco. Si el medidor de los daños que producen a nivel físico y psicológico, tuviera relación directa con la prohibición, antes que el alcohol, debería permitirse el uso de la marihuana, la salvia, la mezcalina y algunos hongos.
La racionalización del consumo debería ser una prioridad, pues recordemos que la prohibición nunca ha sido un buen remedio. Un primer paso es la despenalización de las drogas blandas y la diferenciación de las sustancias psicoactivas. Dicen por ahí que la marihuana deberían venderla en los supermercados, la cocaína en la farmacia y la heroína en los hospitales psiquiátricos. Sin embargo, paradójicamente, todas se venden en la calle, lejos de cualquier regulación sanitaria.
Las drogas no son la panacea ni tampoco el infierno. Son elementos que están presentes en este tiempo como lo han estado en toda la historia de la humanidad. Elementos que pueden ser ocasionales o rutinarios, placenteros o “malviajantes”, introspectivos o extrovertidos, solitarios o comunitarios. No son dioses ni demonios sino agentes que el hombre puede usar y desgraciadamente abusar como se abusa del poder, de las personas, de la comida…
Vivir sin drogas no es vivir, pues el alcohol, el té, el café, el cigarro, contienen elementos adictivos y estimulantes. Pero aún privándonos de todo esto, nuestro cuerpo segrega sus propias “drogas” como la adrenalina. Así que antes de decir no a las drogas, cuestionemos las razones de un “No” o un “Sí” y defendamos con argumentos reales y verdaderos nuestra postura, antes de convertirnos en comparsa del narcotráfico y seguir abogando por la prohibición que finalmente favorece no a los consumidores, si no a maquinarias mucho más complejas de lo que imaginamos.
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