Cuarenta años habìa transitado entre la imagen de un Dios terrible, castigador y vengativo y un Dios del amor, diseminado en la generosidad del amor.
Sin embargo, Dios no se agotaba en categorías opuestas. Era el maestro del humor. Un niño que jugaba, se reia a espaldas y en la cara de los humanos. Humano que se enoja, pierde. Habìa que seguir su juego y te podìas pasar la vida en paz y en reconciliación con la inmensidad. Su humor era generoso y claro.
Sulim casi oìa su risa en el rumor de los dìas. Reirse la conectaba con Dios. Reìa y su aura resplandecìa en tonos de oro. Dios depositaba su semilla en la risa.
Una mañana saliò de viaje. Ella esperaba. Sabía que tenía acuerdos íntimos con esa inmensidad. Con él, que la dotó de corazón y de fuego, de sensualidad en los labios. Dios debía al menos interceder para que la vida abriera sus cauces y le diera un amor de mar, tempestuoso. Un amor de cielo, sereno y profundo. Nada en la vida le importaba tanto como ese deseo...y ese derecho.
Buscó caras. Tonalidades de voz. Pistas. El destino no cedió tan facilmente. Sintiò su golpe inmisericorde. Se revelaba su ínfima pequeñez ante la grandeza del universo.
Intentó Sulim no perder su propia fe. Pensó: Sucede lo que debe suceder. Para nada sirven las resistencias.
Dios rio con ternura. Èl necesitaba ese abandono de ella para entregarle una vez màs, la vida.
Dios abrió una luz fina como una uña. Regalo para Sulim. Un cuarto creciente la miraba. Sentada en la banca de un parque conversaba con él, con el "enviado". ¡Ah la adolescencia sin edad del amor! Ese hombre era hermoso, lo había visto crecer desde hace años, suavizar sus facciones,llenarse de canas y cada vez su expresión era más dulce, más objeto de sueños y arrebatos. Sentados frente a una iglesia se hizo el mar y el cielo.Descubrieron un planeta que les perteneciò desde sus bocas.
La risa de Dios se estremecìa a sus anchas en el oleaje de sus venas con ese ìmpetu propio de la complicidad divina...
Lo que Dios no le confesó entonces, sino un mes después, es que Él no era un ser de respuestas definitivas -demasiado fácil para los humanos- sólo un permanente acertijo, una multiplicación de interrogantes que sumaba pistas, señales y reveses.
Dios volvió a reir desde lo alto y pensó que a pesar de los errores técnicos, Sulim aprendìa... Se retiró aliviado a descansar. No sin antes oprimir el botòn correspondiente con su dedo todopoderoso para borrar esta historia. |