Ricardo levantó el cometa que había llegado a sus pies. Pensó que sólo tal vez podría ser una señal, la interpretación estaba a merced de su ánimo. Tenía dos claras opciones lógicas, pero su mundo estaba tan poblado de ilógicas, de rincones cargados de locura y pasión que las alternativas fueron ampliándose precisamente para elegir una sola.
Alzó el cometa y miró los rasguños del papel. Recordó cuando era pequeño y su abuelo lo llevaba a las fiestas patrióticas que le indicaban los pocos días que faltaban para su cumpleaños y en aquel momento, ambos iniciaban la compleja pero emocionante labor de elevar volantines. Completamente naranjo surcaba los cielos y cuando se cruzaba con el sol, podía ser la estrella más brillante del día. Las risas del momento, la competencia que siempre ganaba, las nubes, el cielo, el pan con huevo y las vergüenzas, todo todo eran un cuadro perfecto.
Miró detenidamente los detalles mientras buscaba la luz, observó entre los agujeros, ras de suelo, la existencia de un trébol de cuatro hojas. Lo dejó perderse a su suerte y la infinidad de gamas que ella puede abarcar. Le gustó imaginarse su tumba llena de tréboles de cuatro hojas, pero también vislumbró el jardín de su hogar del mismo modo. Ahí estaba surcando los caminos con su nueva adquisición, la claridad de su determinación lo había asombrado, estaba decidido a responder a esa señal.
Tuvo el cuidado de no caer en el camino, de no sucumbir en el abismo de su fijación y de su resurrección. Efectivamente podría revivir, podría montar las obras del pasado guardadas en el hilo para elevar empolvadas en la audacia de volar. Habría de reconstruir, no esquivó el proceso. Se dijo así mismo “debo reconstruir para construir”, iba a hacer que aquella solitaria y mágica nave de papel se elevara libre por los aires.
De pronto se acercó un pequeño niño y le tiró del pantalón:
- señor, ¿puede entregarme mi cometa?
Desde ese día nunca más se supo de Ricardo, según lo que dicen en el pueblo, habría sido visto por última vez, sujetando un carril de hilo. No voy a crear el mito, el mito ya está creado, pero desde su desaparición, una luminosa estrella naranja surca las solitarias noches… y siempre apunta en la misma dirección en que se le vio avanzar a Ricardo, mientras dejaba la cola de hilo tras sus pasos.
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