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Inicio / Cuenteros Locales / horates / Crónica de una masturbación anunciada

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Papi y mami se bañaban una mañana nublada en la que lloviznaba allá afuera, produciéndose así un aroma terrenal que se adueñaba de la casa en la que vivíamos los tres. Las nubes parecían vernos con pena desde el cielo verdinegro, y las centuplicadas gotas de lluvia pretendían hacernos sonreír con sus cosquilleantes caricias musicales, mas no mojarnos. Estaba yo en la sala, sentado en el sofá con las piernas cruzadas, la derecha sobre la izquierda. Tenía las manos, palma con palma, metidas entre los muslos, las frotaba contra ellas tratando de calentarlas. El televisor encendido, presentaba en algún noticiero, cuerpos mutilados por la guerra, vedettes con los glúteos deformes denunciando a sus cirujanos, entre otras cosas. Saqué sin querer una mano de entre mis muslos y la escabullí sin timidez por dentro de mi camisa, hasta el centro huesudo y planamente enjuto de mi pecho, frotándolo de manera zigzagueante como pintando enormes zetas en un muro de dos por cinco. Sentí así un cosquilleo desde las caderas hasta el cuello y luego hasta la nuca, y cual si fuere una estatua recién terminada, un endurecimiento me gobernó. Bajé la misma mano hasta el cierre de mi pantalón y como si fuese esta un perro buscando huesos por debajo de la alfombra, lo abrió y se metió. De pronto otro cosquilleo se apoderó de mi ombligo mugroso y saltado. Luego me retorcí y sentí empequeñecer. Tenía el mentón incrustado entre mis clavículas, la mirada artificial y matemática como la de Micky Mouse, me anunciaba un veloz acontecimiento. Giré la cabeza de derecha a izquierda en dos o tres microsegundos para descartar cualquier riesgo de ampay. Repetí la acción de prevención y supe que nadie saldría de ningún lado para reprimir el acto clandestino e ilícito, hasta que recordé que sólo estábamos los tres, y una satisfacción me hizo suspirar como una quinceañera enamorada de algún bailarín de zamba. Volví la mirada hacia mí, a mi mano, a mi pantalón y una sonrisa temerosa me capturó, ¡ qué chucha !, dije y lo agarré con cariño y ternura, lo toqué con un gesto de libertad en los labios... De pronto la puerta del baño se abrió como una cápsula de nave interplanetaria peliculera, creada por Kcubrick, de la que mis papis, uno a uno, salieron como extraterrestres de entre el espesor de la bruma, sus toallas parecían capas estelares y sus cabellos revueltos antenas sensitivas. ¿ Qué estás viendo ?, preguntó el marciano panzón, ¡ Pokemón !, respondí e ignorándome se fueron diciendo así mismos: ¡ Ese Picachú es la cagada !. Me dejaron perplejo, furioso, mojado e incompleto, como un travesti que no puede pagar su operación o una bailarina tabla que tiene que conformarse con un sorbito de aceite de avión en las tetas. Levanté pues las piernas en dirección al techo, las separé y las estrellé luego contra el suelo, la espalda contra el espaldar, las manos contra el sofá y la mirada contra ellos. Luego me paré y empecé a caminar como un soldado con las manos atrás y con el pensamiento de un asesino imaginándome con un puñal en las manos. Apagué el televisor, cansado de planear el crimen y de ver cómo le sacaban la mugre a Picachú, sin ninguna razón, caminé hacia su cuarto. Ella de espaldas miraba hacia la ventana reflejando su sombra curvada sobre las cortinas blancas mientras colocaba un par de pendientes dorados en esos lóbulos rozados y esponjosos que yo había heredado. Él, tras de ella, con esas manos rolludas y velludas que yo no



había heredado, le subía el cierre al vestido negro ceñido al cuerpo que dejaba indefensa y desnuda su pequeña y lisa espalda. El otro estaba a punto de reventar la camisa con la panza. Supe entonces, luego de tanto preparativo, que iban a salir, - ¿ voy por una taxi ? –
les pregunté, - sí, hijito, gracias -, respondió ella sorprendida; a decir verdad, no oí nada exactamente porque ya había corrido a la calle para traer uno. Volví con premura y con la misma premura los saqué. Por fin, se marcharon, entré a mi casa, cerré la puerta como si la amara y me despojé de mis ropas mientras iba en busca de mi “ Supremacho “, una maravilla para adolescentes solos en su casa. Regresé a la sala a buscar la revancha, me volví a sentar sobre el sofá, di unos pequeños saltos y supe que faltaba algo muy importante: El papel higiénico; ya agachado sobre el muble acogedor y acolchonado ensalivé mi dedo índice y comencé a hojear, - ¡ Dios Santo !, mujeres, mujeres, por aquí y por allá, adelante y atrás, mujeres, todas enteramente hembras a merced del gran Truchimán. La piel ardiente hacía contacto con el papel sedoso; infalible en sus pretensiones. Tomé entonces la revista delicadamente con una mano y con la otra el cañón de artillería que esta vez no daría la retirada por culpa de un par de infiltrados espías. Estaba caliente, tanto que me quemó la palma como ese cuetón que reventó en mi mano cuando apenas era un niño. Hoy sé que hay cosas en mí, que sin tener pólvora dentro pueden ser más calientes al encenderse... En frente mío estaban aquellas abnegadas y lindas damas, morenas, blancas, más morenas, más blancas, rubias, pelirrojas, teñidas, artificiales, naturales, serpenteantes, misteriosas, de oficina, superdotadas, gigantes, exageradas, generosas, desvergonzadas , caprichosas, engreídas, comelonas, exóticas, etc. Todas ellas, mi mano, yo y él, el arma letal. Y ya pues, qué les digo, como decía la frase en el cuento de la Lámpara de Aladino: “ Frota, frota y saldrá el gran genio que te concederá tres deseos”... El primero lo olvidé, el segundo también y el tercero igual. El orgasmo fue tan cardiaco y placentero como salir de la cárcel para el condenado a cadena perpetua, como el piropo para el feo, la verdad más pura, el empleo mejor remunerado, como las palomas para la Catedral... Felicidad. Aquella sensación me extasió tanto, que sentí rozar el cielo con los dedos, una bata blanca sobre mi cuerpo, una copa de vino entre los dedos, pantuflas de piel de conejo, una masajista rusa sobre mí que ponía un puro en mi boca y que al agacharse para encenderlo sin darse cuenta me quemó... El sueño se fue seguramente a otra mano. Cuando desperté había caído la noche, las luces estaban encendidas, ellas, desnudas aun reposaban, mirándome lujuriosamente a mi diestra, las gotas de lluvia casi habían languidecido sobre el barro callejero, muchas bolitas de papel higiénico roseadas por el suelo me eran extrañas y una sustancia viscosa y transparente se iba secando sobre la alfombra. Yo calato y débil con una sonrisa indefinible yacía moribundo sobre el sofá mientras era observado por mis papis que habían vuelto más temprano de lo acostumbrado.


Truchimán


Texto agregado el 09-02-2005, y leído por 2274 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
18-10-2005 Este texto es estupendo!!! xwoman
12-06-2005 Genial... en verdad, me parecio un texto muy bueno. Imagenes, situaciones y personajes muy reales! y claro... me hizo reir tambien, y hasta ponerme un poco en su piel... Muy bien! Besos y estrellas... Thais
10-02-2005 Muy, muy bien narrado. Con notables logros: imágenes, sugerencias, tensiones y un vocabulario encomiable. Y la habilidad final de un desenlace incuestionable. Un saludo. mariog
09-02-2005 jejejje! Me gustó mucho y me divertí leyéndolo. Muy bueno!!! xwoman
 
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