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La sala le parecía distinta a todo lo que había visto. En las paredes había amuletos colgados y justo en el centro se levantaba un pequeño altar. Las velas parpadeaban incansables. No había ventanas y la única puerta de esa habitación circular estaba cerrada.

Se preguntaba cómo había llegado hasta allí. El suelo estaba frío. Llevaba puesta una especie de túnica. Le dolía el cuello. Palpó con las yemas de sus dedos a la altura de la yugular y descubrió cuatro orificios. Creyó comprender. A esas alturas debía ser uno de ellos.

Una insólita mezcla de satisfacción y miedo se apoderó de su garganta. Era un cosquilleo débil, apenas una palpitación lejana. Pensó que eso debía ser la inmortalidad que se acomodaba en su piel.

Tenía mucha sed. Miró alrededor buscando algo para beber. Sus ojos se posaron en una especie de copa dorada. Se acercó. Estaba llena de sangre. Sin pensar demasiado y llevado por un extraño deseo insaciable agarró ese cáliz y bebió. El primer sorbo fue muy agrio, el segundo algo menos y los siguientes cada vez le parecieron más dulces. Vació el contenido de esa copa en apenas cinco segundos y si hubiera tenido cien más las habría tomado también.

Llegó mi hora. La pesada puerta chirrió y entré lentamente en la sala. Oculté mi rostro bajo una capucha de seda negra y cargué con ese enorme paquete en los brazos. Pasé por su lado como un silencio incómodo y deposité el bulto sobre el altar.

- Aquí tienes la última prueba... Supérala y serás inmortal.

Desaparecí dejando un tenue olor a muerte tras mis pasos. Él quedó inmóvil unos segundos. Era como si mi voz le hubiera dejado helado por dentro. Un escalofrío se le coló por debajo de la túnica y recorrió su columna vertebral.

Fijó la vista en el altar. Ese bulto era un cuerpo humano envuelto en sábanas blancas. Se aproximó con cautela y algo de miedo. Cuando estaba a punto de retirar la tela que debía cubrirle la cabeza una mano le sujetó por la muñeca. Retrocedió varios pasos y cayó de espaldas. Su respiración se aceleró y creyó que sus pulmones iban a estallar.

Trató de calmarse. Fuera lo que fuera lo que había dentro de ese amasijo de algodón blanco, estaba vivo, pero a juzgar por la poca fuerza con la que había intentado inmovilizarle no tenía nada que temer –pensó-.

Se levantó y se dirigió otra vez hacia el altar. Decidió ir rápido en busca del cuello. No quería demorar más su inmortalidad. Nada le retenía en el mundo de los hombres. Retiró la sábana resuelto a ensuciar sus colmillos. El cuerpo reaccionó intentando detenerle, pero estaba demasiado débil. Hundió sus incisivos cerca de la garganta y saboreó su sangre. A medida que iba sorbiendo notaba como las manos de su presa se aflojaban hasta que un último grito le avisó del fin.

El horror se apoderó de él. ¡Esa voz que se despidió del mundo era la suya! Preso por el pánico se separó de ese cuerpo ya sin vida y al ver su propio rostro cayó desmayado.

Tengo que confesar que a veces me da pena. Cuando despierte verá esta sala y creerá descubrirla por primera vez. No recordará los amuletos colgados, ni el altar. Las velas seguirán parpadeando incansables y se preguntará cómo ha llegado hasta aquí.

Para entonces le habré enfundado una túnica nueva. Al rato le dolerá el cuello, palpará con las yemas de sus dedos a la altura de la yugular y descubrirá cuatro orificios. Creerá comprender...

Pero no comprenderá. Y seguirá asesinándose varias veces cada día, hasta que mi maestra Eternidad comprenda por qué los hombres quieren ser inmortales.

Texto agregado el 09-02-2005, y leído por 727 visitantes. (20 votos)


Lectores Opinan
29-07-2008 Un cuento circular en una habitación circular. Un muy buen cuento. Mis más sinceras felicitaciones. Y mis ***** vaerjuma
01-05-2008 Me gusta cómo planteas este tema de la inmortalidad, y el cierre genial: hasta que mi Maestra Eternidad comprenda por qué los hombres quieren ser inmortales. ¡Qué buena reflexión! Sofiama
30-05-2007 Atrapado en una espiral... angustioso final recidivante. 5* taber
17-04-2007 Carajo que áspero el final. Aspero por lo ocurrente y duro. Matarse una y mil veces de manera indefinida en el tiempo... Muy bien narrado. lobodebarro
07-03-2007 Me dejas sin respiración, describir la inmortalidad como un ciclo sin fin...ya no tendría sentido ser inmortal...Me agobié al pensar que cada día, ese pobre hombre, repetirá su experiencia en una habitación circular. Indudablemente mis 5*!! noether
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