-Vos no sos como las mujeres, vos no llorás- La sentencia fue de Julián Balcarce, flequillo negro sobre los ojos y ocho años a punto de estrenar, y fue como un elogio, como si me hubieran dicho linda, como si la escuela primaria se me hiciera una aventura y el delantal ajado y la rodilla descascarada desaparecieran.
Vos no sos como las mujeres, y el peso de la caída se me escurría por entre las manos y aguantaba el dolor y las ganas de llorar, porque sí era mujer, pero me la aguantaba igual.
Para cuando me dieron la noticia ya estaba seca, totalmente seca. El mundo me había pasado por encima borrándome toda posibilidad de asombro, y ellos, sin tomarse de las manos pero tan ostensiblemente unidos, que decían: pasó, nos enamoramos, costo tomar la decisión pero nos vamos juntos, Europa, vieron...
El balde de agua helada y yo inmutable, ni alegría ni tristeza, ni desamparo ni bronca. Vos no sos como las mujeres.
Tenía anestesiada la voluntad, se me había aturdido el corazón... una pena, ese dolor muy mío era un velo que me distanciaba del mundo, me protegía de nuevas heridas. Vos no sos como las mujeres.
Y ellos tomando el avión y llevándose todo: las cenas de dos veces por semana, las risas, la complicidad, una amistad como no he vivido otra, la fe. Todo envuelto entre bombachas y remeras, entre zapatillas y cinturones. Vos no sos como las mujeres.
No sé cuanto duró el efecto barbitúrico, cuando desperté me faltaba un pedazo. Entre la cadera y los pechos tenía un agujero profundo, pero seco.
Quise gritar, quise patear, quise detener el avión y decir: ¡Que sean felices! Cáguense en los demás, en las convenciones, en la iglesia, en el mundo, pero mis labios estaban sellados, mis músculos laxos. Vos no sos como las mujeres.
El dueño del agujero nunca se hizo cargo, el avión llegó a destino, no fui más a la iglesia y la vida era tierra arrasada.
De pronto tenía ocho años otra vez y estaba en el patio de la escuela, las rodillas ensangrentadas, las manos sucias y dos surcos en la cara, secos.
-Vos no sos como las mujeres, vos no llorás.
Pero lloré, por mí, por la desilusión, por una amistad imposible de sostener a la distancia, por un agujero entre las caderas y los pechos, por la tierra arrasada. Y fui por una vez como las mujeres, como un elogio, como si me hubieran dicho: ¡Que bien estás!
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