Arreboles se encendían en sus mejillas, haciendo juego con los rojos bucles que se desparramaban sobre sus hombros como tirabuzones de persianas que abren almas alegres, sonrientes, llenas de aquel color maravilloso que alegra a quien, cansado, llegaba desde un largo y agotador viaje hasta aquel bar en medio de la bohemia portuaria.
De la mesita individual emanaba un tibio humo oscilante que se desfiguraba en miles de náuticos mitos contados por los viejos marinos que se reunían en aquel lugar. El humo aromatizaba con nicotina el fragante perfume que mezquina dibujaba con sus dedos sobre su cuello cada vez que se salía de su casa para sentarse en aquella mesa, con el mismo vaso y con el mismo cigarrillo; siempre sonriendo para sí misma.
Aquellos arreboles primorosos oscurecían sus diminutos ojitos que se escondían a cada sonrisa celestial que le daba al acordeonista del lugar, quien le regalaba un tango tocado con excelencia magistral. El rubor era natural, y los diminutos y finos labios se volvían un cielo lleno de blancas estrellas matizadas por el sol que era todo su ser.
Sus rizados cabellos, le recordaron el fuego que salía de los volcanes cuando navegaba por una lejana tierra que se desmembraba en millones de islas entre el fin de un continente y el inicio de otro. Y la sonrisa se le figuró los límpidos cielos septentrionales que recorría recostado en cubierta para soñar que podía tocar aquellos celestes astros nocturnos con la punta de los dedos.
Dejó su alforja al un lado de la barra, se sacó su gorra de marino y pidió con un marcado acento eslavo:
__ Goredka.
Aquel navegante llegaba al puerto del fin del mundo cuando la luna se oscurecía con la sombra de la tierra. Aquella noche espléndida, llena de estrellas, se coronó con un bello eclipse lunar que por varios minutos mantuvo en las calles del puerto a casi la totalidad de los habitantes.
Sus prendas roídas por el constante uso y aquel acento no le ayudaron mucho cuando pidió el trago, ya que el dueño del bar sólo contestó secamente: “No vendemos esas cosas” y esperó impaciente que el extranjero le hubiera entendido.
__ Polska Vodka.__ No miró al tipo del otro lado de la barra por estar encendiendo un arrugado y extraño cigarrillo oscuro.
El cantinero sin emitir más palabras sacó una botella de Finlandia y la colocó con fuerza sobre la mesa, estremeciendo los vasos y causando la gracia de quienes en ese entonces atendían la música bebiendo solamente vino nacional.
__ Acá tomamos vino. Pero si el ruso quiere vodka, le damos vodka.
Una fuerte sensación antirusa por ese entonces invadía el mundo occidental.
__ Yo me cansé de tomar vino. Y si no tienes vodka polaco, bueno es esto. ¡Tupoumiyj idiot!
El cambio en el acento a uno completamente criollo estremeció al dueño del bar, que evidentemente increpado lo dejó con su botella y se hizo a un lado sin decir palabra alguna, continuando con su eterno ritual de limpiar un vaso hasta desvanecerlo de tanto frotar.
Los navegantes extranjeros llegaban por centenares, pero la mirada, el acento y la facha de aquel terminó siendo una rareza entre los clientes que decidieron ignorarle y seguir oyendo la música que inundaba el bar, cargado de humo y aromas a agua de colonia, vino y otros olores propios.
El acordeonista seguía regalando un completo repertorio de música variada a la mujer, mientras el navegante lo observaba desde su lugar en la barra llenando cada vez que eso pasaba su vaso con vodka. “Podría tocar Syyspihlajan alla o algo nacional” pensó. Seguía con la sola mirada cada movimiento de aquel ángel sentado solitario tras el humo a razón de incienso y su trago a medio tomar como una ofrenda de agua bendita.
__ Dale una copa de lo que pida a la señorita que está sentada allá. Yo la invito__ Le dijo al cantinero, quien obediente se acercó a la señorita que cambió la dirección de sus ojos para saber quien le obsequiaba un trago. El navegante levantó su vaso en señal de salud cuando ella pudo encontrarle entre los demás parroquianos, y la mujer esbozó una sonrisa cómplice y siguió mirando al músico que se debatía extasiado entre una nota y la otra.
El cantinero regresó.
__ Dice que aceptaría de buena gana, pero no bebe con extraños.
Luego de pensar por un par de segundos le pidió una copa al mozo y lo que la mujer estaba tomando. Éste le acercó la copa junto a una botella de vino tinto.
Las noches en la cubierta de su nave solía repasar las constelaciones de todos los cielos donde estuviera. Muchas veces se dejaba llevar tan alto por la magia de aquellos titilantes soles en lo infinito del firmamento, que soñaba con no volver más a la tierra, sino quedarse por siempre en medio de los cometas y las estrellas fugaces que pasaban por su vista como pasajes interminables de vidas pasadas, vidas de marinos antiguos, aquellos que con sólo verlas sabían la ubicación exacta de donde surcaban las aguas, y aquella sensación de felicidad interminable y tan agradable era similar a lo que sentía ahora que se acercaba con las botellas y las copas hasta aquella mesa en medio de un bar en su puerto natal al fin del mundo. Reconocía en aquellos rizos, desprendidos como las crines de los caballos míticos, un cielo infinito lleno de los dioses marinos, donde siempre esperó llegar algún día recostado en la cubierta de su barco. Tomó aire.
__ Dobry vecher... __ Hizo una pausa apenándose por su acento__ Buenas noches señorita.
La mujer se volteó al verle parado a su lado con las botellas y las copas, y aunque lo presintió fingió sentirse sorprendida.
__ Solamente quería presentarme para no ser un extraño.
Aquella sonrisa iluminada por el rubor que tiñó sus mejillas inspiraron al navegante acercar una silla y llenar ambas copa con vino dejando a un lado su vodka.
Ya frente a frente, escuchaba como el bolero que amenizaba el músico era evidentemente para el deleite especial de la mujer.
__ Parece que el tipo del bandoneón te tiene especial estima como para regalarte tanta música muy bien interpretada.
__ Usted se me acerca y me dice que quiere presentarse para no ser un extraño, pero sin embargo no he escuchado nada parecido a una presentación formal, ¿o es qué en su país no se acostumbra hacer eso? __ Dijo con un poco de reproche pero siempre sonriendo atenta a cada movimiento que hiciera su improvisado acompañante.
__Disculpa por mi torpeza, pero es que al verte sentada aquí, y luego llegar al punto de servirte una copa de este delicioso néctar de Dionisio me produce un poco de incomodidad. Mi nombre es Nikolai... disculpa, Nicolás.
__ ¿Es usted extranjero Nicolás?
__ No. En realidad suelo ser extranjero en todas partes, aun acá en mi propio país, pero eso se debe a los viajes que dan una nacionalidad y un idioma indefinidos.__ Tomó un sorbo del vaso sin quitar los ojos de la mujer. Prosiguió.__ Pero tú aun no me has dicho tu nombre.
__ Abril.
__ Abril.__ Hizo una pausa y levantó el vaso para comprobar la tersura visual del vino.__ Es un bello nombre, porque según se observe y donde te encuentres puede significar algo distinto: En el norte del mundo es una dulce primavera, mientras que acá, en lo austral de los mares, es un fresco y delicioso otoño.
Ambos bebieron sin emitir palabras, como si el sólo hecho de haber cambiado esas pocas frases hubiera fabricado un plano completo de sus vidas, tanto del uno como para el otro, y el sonido agudo del golpe de las copas les dio ese timbre mágico que inundó el ambiente. Los ojos del navegante se llenaron de una luminosidad intensa al sentir pasar el vino rojo por su garganta, tan intenso como los ojos que lo miraba a pocos centímetros de distancia.
__ Quisiera contarte una historia.__ Le dijo el marino que parecía consternado al mirar a la mujer fijamente a los ojos__ En realidad es un cuento o una leyenda. ¿Gustas?
Ella asintió y se acomodó para mirarle, mientras él se reclinaba y encendía otro extraño cigarrillo marrón:
__ Esta es una historia que escuché en un puerto de Suomi que se llama Kotka y cuyos orígenes, dicen, se pierden en el tiempo.
”Un marino, como yo, viajaba desde Gdansk con rumbo a Leningrado (que antiguamente se llamaba San Pertersburgo, la ciudad de los zares) El mundo en aquellas latitudes es muy distinto a este que tú conoces acá: por esos lados todo parece girar en secuencias muy lentas, como si el tiempo se detuviera y permitiera que todos avanzaran al ritmo de sus emociones. El marino entonces solía salir de su cabina y sentarse cada noche a observar las estrellas fugaces, que en aquellos cielos parecen huestes de guerreros del Dnieper luchando con furia contra los polacos; es un espectáculo inigualable, sobre todo porque siempre caen muchos de ellos en forma de estrellas fugaces, las que indican el camino a los soñadores como aquel hombre quien tenía una contabilidad exacta de todas las que había visto en el transcurso de toda su vida: 4.584.452, sumando tres más aquella noche perfectamente clara y limpia. Sacó una botella de goredka para repeler el frío que por ese entonces empezaba a entumecerle y no tenía intenciones de regresar al camarote. Justo cuando sorbía el primer trago, ante sus ojos se produjo el mayor espectáculo de la toda la naturaleza: una Aurora Boreal. Nunca antes había visto una, y las telas colosales como capas de titanes se blandieron en forma de luz electrificada descompuesta en millares de tonos brillantes: celestes, plateados, dorados y blancos, como si los dioses del norte quisieran dar a conocer su magnificencia y el destino para aquel marino que navegaba solo por sus dominios. Extendió su mano para poder tocarla y sentir la electricidad estelar que ella desprendía. Cerró los ojos. Pero entonces tuvo una extraña sensación: se vio en mares lejanos, distintos, con una nueva forma de navegar, con el sol frente a sus ojos en un horizonte despejado y cálido, donde las nubes del ocaso se dañaban con los rayos del astro en agonía. Esos colores le descubrieron entre las nubes una figura humana, no, no era humana, era angelical, con tonos similares en sus mejillas y con fuego refulgente en sus cabellos tan hermosos, que intentó seguirla hasta un horizonte que se empezaba a descomponer en una noche espléndida, y comprendió que podía alcanzar su destino sin necesidad de instrumento alguno, como los marinos fenicios, griegos y escandinavos, que sólo empleaban la luz de las estrellas en sus cartas invisibles; pero a él lo guiaba un ángel con rostro de humano, hermosos carmesíes se pintaban naturales en sus mejillas, cabello de fuego y mirada tan bella como la de las mujeres del Cáucaso.
”Sin escuchar una sola palabra, comprendió que aquella visión representaba lo que buscaba en medio de las noches estrelladas alrededor de todo el mundo, aquella guía que lo orientara en sus travesías marinas y lo salvaguardara de las tormentas y las inclemencias del tiempo. No era, sin embargo, una guía cualquiera, era una figura angelical que se igualaba sólo a las nubes del ocaso y del amanecer, que iluminadas por los rayos solares, brinda una paz y calidez únicos. Era un ángel del color de los arreboles.
Hizo una pausa para sorber más vino y observar la expresión de su acompañante que seguía interesada en la historia.
__Pero sigue contando__ Le dijo la mujer__ Narras muy bien y además me encanta tu acento.
__Esta bien__ Prosiguió__ Cuando hubo concluido la visión se encontró nuevamente en la cubierta con su vaso de goredka intacto y la noche inmutable ante sus ojos. La aurora boreal había desaparecido y en su lugar sólo quedaban las infinitas estrellas que lo miraban flotando en medio del mar báltico. “Fue sólo un sueño” se dijo, pero no se había dado cuenta que en su brazo derecho había quedado marcada la evidencia de la veracidad del momento vivido: Una estrella quedó dibujada como señal y recordatorio.
”El marino emprendió entonces un viaje en busca de aquella guía que tanto esperaba. Fue así como se hizo legendario en todos los puertos por donde pasó, porque a todos contaba lo que había visto y les mostraba la marca tatuada, regalo de aquella noche mágica. Le llamaban gwiazda , stjärna , tähti . Estrella.
”Hizo los viajes más inimaginables buscando aquel ángel sideral, recalando en las islas Hébridas y Shetland en el norte de Escocia, Reikiavik, Bergen, Stavanger, Estocolmo y el Golfo de Botnia; cargó en Belfast, Riga, Kaliningrado, Amsterdam, Gdansk y Helsinki. Puedo pasar horas nombrando puertos en Escandinavia, el Báltico, los mares Egeos, Cáucaso y el Mediterráneo; todo para buscar como un peregrino de puerto en puerto aquel ser mitológico que orientaría su nave y su rumbo.
”Pero el destino de un hombre está donde menos lo espera y cuando menos lo imagina. Buscó en el lugar equivocado y en el momento equivocado, porque luego de muchos años, cuando las esperanzas se desvanecen como la espuma de la cerveza, en un puerto del sur del mundo, cuando la luna deja que la sombra de nuestra tierra la oscurezca, el marino cruzó el portal de su país natal y ahí, justo ahí, estaba aquel ángel sentada sola escuchando música para ella en un bar igual a este.
Sorbió lo que quedaba del vino y miró aun más fijamente a la mujer.
__ ¿Y seguramente tienes aquella estrella en tu brazo?__ Preguntó irónica ella.
__Es sólo que no podemos evitar al destino.__ Respondió y se levantó levemente la manga de su chaqueta: ahí había una estrella de cinco puntas perfectamente legible.
__ ¿Tienes idea de cuántos marinos y otros hombres se me han acercado a contar historias y decir lo mismo? Son todos iguales.__ Dijo, siempre con esa sonrisa inalterable.
__Me lo imagino, pero ninguno ha recorrido medio mundo buscándote.
Hubo un grato silencio en medio de ambos, sólo llenado por la música infinita del bandoneón.
__ ¿Y qué se supone que harías si yo fuera aquel ángel y te dijera: estoy lista para guiar tus viajes?
__Poco. Solamente cambiaría definitivamente el nombre de mi nave por el nombre Abril. Sacaría el mascarón de proa y colocaría una plataforma de bronce para que tú mires los horizontes infinitos frente a tu rostro, sintiendo aquella brisa salina que refresca el alma, y yo veré como tus mejillas se tiñen del mismo color que las nubes en el amanecer. Recorreríamos el inmenso mar y recalaríamos en todos los puertos que puedas imaginar, conociendo gente, culturas y mundo que jamás habrás soñado. Sentirás tu hermosos cabello rojo como el fuego volar en medio del azul océano. Mi barco será tu barco y tu cielo será el mío. Solamente eso, que en sí es poco.
‘La Comparcita’ era lo último que siempre tocaba el músico antes de terminar su rutina, y ésta noche no fue la excepción, dando así fin a hermosas y bohemias horas de música de primera clase. Los parroquianos uno a uno se fueron retirando del bar porteño, dejando tras de sí ese lugar que siempre tiene una historia que contar cada noche. El cantinero recogió las mesas, encontrando en la de la esquina unos cuantos rublos como propina, un extraño cigarrillo apagado en la concha de loco que hacía de cenicero, una copa, un vaso y dos botellas vacías. Todos se habían marchado ya y el día comenzaba a anunciar su llegada.
El alba encontró al navegante al timón con rumbo al norte y la mirada puesta por última vez en los cerros que daban su cara más pintoresca a la bahía del puerto, con sus millares de ropas blancas colgadas al tibio viento como pañuelos despidiéndole en aquel viaje que no tenía fin, y esas casitas pintadas en miles de colores como tratando de escalar más alto hacia las cimas de los cerros en una carrera detenida mucho tiempo atrás. Encendió otro cigarrillo y siguió su camino por las azules aguas, que en conjunto con el cielo del amanecer le daban una sensación de tibieza y frescura a la vez. Volvió a ver los arreboles del cielo y habló con acento eslavo:
__ ¿Abril, viste qué los arreboles son similares a tus mejillas y al color de tu precioso cabello?
__ ¿Te cuento un secreto? __ Dijo la voz de Abril que se paraba a su lado en la cabina para ver el espectáculo del amanecer ataviada con la gorra del marino.__ Este color rojo es tintura. Jamás he sido pelirroja.
El navegante sonrió sin retirar la mirada del horizonte:
__ Y yo me hice este tatuaje en Papeete antes de regresar a Valparaíso.
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