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La mujer del campo dijo que podía llover. Pero estaba claro que no llovería porque las nubes estaban cansadas. Seguía buscando de entre sus amasijos algo que la consolara, nada en concreto. Y aprovechando el consuelo de tontos, si las nubes lloraban ella ya no estaría tan sola. Las gafas le resbalaban de su cara y con un gesto tranquilo, se las colocó en su sitio. Sin duda una nariz demasiado pequeña para unas gafas tan grandes. Y sin duda seguía el camino que le habían indicado, concluyó. Porque si de algo le servían las gafas era para verlo (y entenderlo) todo mucho mejor, pero tan solo mejor que el resto. Mejor en el sentido que ella se comprendía a ella misma aunque esto supusiera darle la espalda al mundo. ¿Pero que podía hacer ella si hasta a las nubes de tormenta les costaba acercarse a este mundo?. Este mundo extraño por el hecho de ser tan próximo como que es uno mismo, cogió las llaves y encendió el coche, ahora sí, decidida a cumplir su acometido y así por la noche poder llenar el estómago. Y sabiendo que, por la noche, le pesaría más el estómago que las ganas de llenarlo. Loren era detective y sabía que mañana debería seguir la búsqueda del espantoso ser. Loren además de detective erag una insomne convencida así que dando vueltas en la cama, pensó y pensó en el extraño ser. Por la mañana, se le presentó Alberto en su habitación y sin abrir la boca empezó a desnudarla de cara la ventana. Y ella entonces pensó que desnuda estaba muy guapa, de hecho mucho mejor que vestida y le gustó la idea de que alguien ahí afuera decidiera curiosearles. Alberto era el dueño del hotel, un tipo joven más parecido a un recién licenciado que va destino comerse el mundo. Comerse el mundo como ahora se la comería a ella, entera. Empezando por la entrepierna, y siguiendo lamiendo sus líquidos vaginales, los cuales luego expandiría por todo el cuerpo con su lengua maliciosa. Una acción tan malvada como placentera y, de cualquier modo, demasiado larga para sus ansias de morderle a Alberto cada uno de sus rincones. Apenas se conocían, pero a ella no le importó follárselo como desayuno. Un delicioso desayuno servido por un servicial dueño del hotel. Loren bajó al restaurante del hotel recordando la misión que tenía encomendada. Debía pensar en el puto ser pero su cabeza todavía pensaba en el polvo con Alberto. Hacía dos años que iba detrás la misión, y ahora, al fin, parecía haber encontrado alguna pista fiable. Un frasco de cristal lleno de gasolina listo para hacer arder la estación de servicio de al lado del hotel, encaminaba sus cavilaciones sobre el caso. Y Alberto era la pista. Sólo alguien tan creativo y malvado follando podía ser el origen de todos los sucesos. Aunque no sabía de que modo, la llegada de Alberto era una invitación a coger el primer avión rumbo donde hacía tanto tiempo que debería haber ido. Se montó a ella misma y a su pesada maleta en un primera clase dirección Reykiavik. El avión de las ocho que partía de Lisboa, y una vez llegada a Islandia, contaba encontrarse con un antiguo conocido llamado Raiakomsky, contaba con que adivinaría donde encontrarlo. Raiakomsky era un tipo todavía más raro que su nombre y al que el paso del tiempo no lo había hecho más sabio ni más lúcido, sino que lo había convertido en un viejo con una cabeza más desordenada que los pelos de su bigote. Lo que se dice una tranquila sabiduría que dan los años. Mientras miraba por la ventanilla el pequeñísimo y helado mundo de playmobil que parecía tener a sus pies. Hacia las seis de la tarde, recién llegada a la isla, Loren cogió un taxi y se dirigió a un viejo y poco concurrido bar en la zona vieja de la ciudad, al lado del mar. Había una chica preciosa sentada sola en una de las mesas, con los ojos color mar, el cabello muy negro y una tez tan blanca como la propia ciudad de Reykiavik. A la derecha, en una delgada y gastada mesa, se encontraba Raiakomsky, sentado, abrigado con un aparatoso abrigo de piel, fumandose la pipa y sosteniendo un vaso de vino tinto. Pero poco le importaba el viejo loco ahora, joder, la chica era realmente bonita. Así que se dirigió a la barra sentándose al lado de la chica y se pidió un vaso de tinto. Y es que el vino, tinto o no, siempre va bien para decidirse a hacer algo que requiera atrevimiento. Al sentarse la chica se le dirigió. –¿Qué tal el viaje Loren, hace ya un buen rato que Raiakomsky y yo te estamos esperando-. Eso confirmaba que el anciano estaba medio tarado, porque sino, ¿cómo explicar el no querer compartir mesa con la chica? Sin abrir boca, las dos fueron a sentarse en la mesa donde estaba Raiakomsky, que parecía estar esperándolas. Al llegar a este punto de la historia, y sabiendo que el lector ya adivina que Raiakomsky tomará protagonismo, a partir de ahora lo llamaremos Rai, para acortar. Pero ¡ay!, un fuerte impulso estremeció el cuerpo de Rai, que llevándose la mano en el corazón se levantó temblando y cayó fulminado al suelo, muerto. Las chicas no entendían nada, pero aprendieron algo, que hasta en Islandia hay francotiradores. Diríase autofrancotiradores, Raiakomsky se había ido disparando lentamente a base de vinos y comida grasienta durante tantos años. Y entonces las chicas aprendieron otra cosa, que en Islandia puede haber francotiradores, pero no dieta mediterránea. La chica del pelo oscuro, llamada Nuko, decidió no perder más tiempo y rebelarle, una vez abandonado el bar y hechas las gestiones pertinentes para que se llevaran el cuerpo de Ray, lo que sabía acerca del misterio tras el que iba Loren. Pero antes se llevó a Loren a su casa y le sacó la ropa y un álbum de fotos con todas las respuestas. Loren no entendía nada. Pero de cualquier modo sabía que desnuda, estaba mucho mejor. Entendió, al fin, que ese era su momento, y que todo el engranaje que se había estado moviendo durante tanto tiempo le venía a decir lo que ya sabía. Le decía que Alberto era un pirómano aunque eso sí, un buen amante; que Rai era un antiguo colaborador de la Interpol y que en Islandia se aprenden muchas cosas (entonces, ¿porqué no iban los niños allí de fin de estudios?). Resultó que la empresa que lo había contratado no era más que una excusa para mantenerse entretenida durante un tiempo. Ya se sabe que todos aquellos que viajan en primera clase suelen ser nuevos ricos con demasiado tiempo libre. Le vendieron la moto de que debía perseguir su sombra. Pero su sombra no hace falta irla a buscar tan lejos, aunque hay que reconocer, que en el nevado suelo se vislumbra mucho mejor. Así que se la folló, se tiró un pedo encima de un geiser, y sintiéndose mucho mejor, decidió que …Decidió (de hecho lo decidimos nosotros que por eso lo hemos escrito) dar las gracias por inspirarnos a: un anuncio muy cutre de un coleccionable de relojes de obras de arte, los frigopies (por ser tan fríos como in iceberg islandés), a Björk (porque me mola y de paso es islandesa) y…Y lo último que se sabe de Loren, es que en verdad era hombre, que le gustó mucho lo del pedo en el geiser y que decidió transformarse en pingüino para deleitarse del contraste de aguas todo el año, y aprovechar la comida que tiraban los turistas para no tener que buscarsela. Y porque al fin y al cabo, sólo alguien con la elegancia de un pingüino puede ir siempre con frac y ligarse a tías como Nuko. Aunque fuera con su pequeña polla pingüino. Pic-pic-pic!! Pollita pingüinera pero polla al fin y al cabo. Es como la coca cola, que al fin y al cabo, también se bebe. AL fin y al cabo, era su historia y podía hacer con ella lo que le placiera. |
Texto agregado el 09-02-2005, y leído por 135 visitantes. (0 votos)
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