-Mire, asómese- en la habitación, al otro lado del pequeño cristal de la parte superior de la ventana, pudo asistir, como espectadora improvisada, a la siguiente conversación:
-Quiero un hipopótamo, desde pequeña lo he querido- dijo una chica morena que estaba sentada a un lado de una mesa en cuyo otro extremo se encontraba otra muchacha.
-Yo estuve a punto de tener un cerdo azul del Vietnam; un día leí un anuncio en una revista en el que el publicador decía tener toda una camada y estar dispuesto a regalarlos-.
-Siempre lo quise, pero claro en un piso pequeño no cabe un hipopótamo- dijo mirando comprensiva hacia un lado.
-Le dije a mi familia que al día siguiente iba a llamar para que me dieran uno de esos cerditos, estaba deseando pasearlo por la calle con una correita azul oscuro (algo más que su pelo)…-.
-Pero ¡cuál no fue mi sorpresa cuando hace una semana leo en el periódico que han conseguido alterar la genética de la especie para obtener un hipopótamo pigmeo que mide menos de un metro aunque su peso es bastante superior al de cualquier animal doméstico común!- la mirada perdida de la chica relucía en su lejanía.
-…pero mi padre se puso muy alterado, empezó a gritar diciendo que yo no sabía lo que era un cerdo, un animal enormemente destructivo y voraz, que no dudaría en comerse uno de mis miembros si en ellos encontraba una herida por pequeña que fuera…-.
-Mañana voy a ir a la tienda de animales de la esquina, seguro que tienen uno- su sonrisa casi se salía de los límites de su rostro.
-así que, como desde siempre he tenido miedo a ser devorada por algo, decidí que me conformaría con tener un perro, quizás dos…no sé…-.
Tras esto, el hombre alto cerró el ventanuco y le asió por debajo del brazo para conducirle a la ventana de una habitación contigua. Cuando se asomó, no sin cierta reticencia, vio a una mujer enfundada en un estrecho mono elástico que la contenía desde los tobillos hasta el cuello. Según el alto hombre con bata, lo que anotaba en la libreta que tenía frente a sí, eran las acciones heroicas que quería realizar. Ella pensaba que había venido al mundo con una misión: la de salvarlo. Estaba convencida de ello y en su convencimiento vivía feliz, así que tras una serie de pequeños actos heroicos de ayuda a desvalidos ciudadanos, como ella misma los calificaba, decidió tomarlo en serio y hacer de su misión, su oficio y de él, su vida. Afanosa, garabateaba en el papel toda una lista mientras murmuraba y movía la cabeza en sentido afirmativo como dándose el visto bueno.
Un par de metros más, otra puerta, otra ventana y tras ella otra mujer. Ésta, sola como la anterior, andaba sobre la junta de una loseta y otra haciendo equilibrio con los brazos abiertos en cruz y como si en ello le fuese la vida. Cuando tropezaba con la pared, se situaba sobre una de las losetas y el nuevo reto era no pisar la línea entre una y otra, así una baldosa y otras, una tras otra. Luego otra vez unos metros de línea continua.
Las carcajadas y estentórea voz que se escapan de la parte baja de la siguiente puerta la hizo pasar de largo, pero de pasada y por el rabillo del ojo vio a una chica rubia con el pelo lleno de flores y hierbajos, un vaporoso vestido lleno de jirones y unas raídas sandalias de cuero oscuro que cantaba, danzaba sosteniendo el vestido a la altura de las rodillas y soltaba huecas carcajadas riéndose de algo que sólo ella y las cuatro paredes blanca debían conocer.
En el lado contrario del pasillo una montaña de varias filas de libros, unos recientes y otros cuyas amarillentas páginas estaban a punto de quebrarse por el paso del tiempo, que hacían una columna de papel paralela a la propia puerta. Por un hueco de la misma, se veía un brazo que agarraba firmemente un libro y una mujer con gafas de pasta oscura que, mientras pasaba rápidamente las páginas, decía –entiendo…entiendo…seguro que con el siguiente entenderé más…también con el otro y cuando los haya leído todos, lo entenderé todo y ya no tendré más dudas, se acabará la inquietud, la incertidumbre…lo sabré por fin…-.
-Bueno, muchacha, hay muchas otras habitaciones, pero creo que ya viste demasiado por hoy ¿no es así? Sí, ¿verdad? claro, es normal, a todas os pasa; mira esa del fondo es la tuya, es cómoda y tiene lo justo: una cama y una mesa con varios lápices y folios, ¡ah! Y por supuesto cuatro paredes; entra- dijo el canoso hombre de la bata desde su más de metro noventa.
-tengo frío ¿hace frío? Yo soy muy friolera ¿no pasaré frío? Cuando era pequeña mi padre me decía que tenía el termostato averiado (bueno, decía “jodido” con perdón), qué cosa ¿no? Tengo las manos frías, quizá debería haberme puesto más ropa o un par de guantes ¿no? ¡Uff, hay un poquito de corriente!- decía tiritando dentro de la cuadrada habitación.
-no te preocupes, verás como cuando cierre la puerta estarás mejor- dicho y hecho, la puerta crujió y luego un par de vueltas de llave la sellaron.
-De acuerdo, si usted lo dice, le creo, al fin y al cabo, parece llevar ya un tiempo por aquí, de todos modos estaría bien revisar ese radiador, hace un poco de frío o bueno, si no, que me traigan una de mis bufandas, la de rayas de colores, a esa le tengo cariño y es que hace algo de frío ¿no? ¿no lo cree?...-.
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