Vivíamos aferrados a una misma realidad que no era eterna, paralelos como agua blanca entre dos mundos, circundando bajo el deseo de ese amor, exquisito, perplejo, suave, íntimo. Y las sales se bañaban en el territorio de los cuerpos, sublimes, excelsos, galopando apocalípticos senderos que no regresarían, oscuros, adversos, múltiples, distintos. Vos te internabas en las tinieblas del destino jugando a ser un otro; yo fantaseaba esa realidad inmortal entre tus manos, agitada, profunda, simétrica, infinita. Luego el tiempo cubriendo las mañanas atrapadas en el calendario, arropados bajo el desván de diversas ilusiones detenidas, tu voz rondando mi semblante taciturno, las manos como dos universos acompasando esas limitaciones. Y yo que aún creía en tu tibieza, en la cadencia de esos labios besando mis pupilas como un hechizo de mil lenguas agitándome la sangre, en el solsticio de tu piel embriagando los instantes ante el deshielo, en la paz reinando esa emoción de estar contigo, oculto bajo el vértigo del mundo. Suena mi ser en el refugio de tus días, en lo diminuto que se agita dentro de las fauces, en esa áurea que rebasa el hueco de las almas palpitando en sintonía, en Dios habitando los costados de esta incertidumbre como un eje asimétrico del tiempo. Detrás, la vida fluye en cada instinto, sobre el vacío de la humanidad entera.
Ana Cecilia.
|