Y te dicen que no dices, que no cuentas, que no sacas lo que guardas. No puedo negar que tal vez tengan razón. Tu boca no articula las palabras que destapan lo que se esconde por debajo de la piel.
En los días que te conozco, me he ido acostumbrando a leer tu lenguaje corporal. Como un código que intento descifrar, he ido descubriendo el abecedario en tus expresiones, en tus gestos.
Empecé encontrando dos “O” en los iris de tus ojos y vi que se hacen mayúsculas cuando te sorprendes, cuando escuchas o hablas, cuando me miras y buscas lo mismo que yo busco en ti.
Me sorprendió descubrir varias “C”, en tus cejas arqueadas, en tu mano cuando agarra la mía, en tus caderas imantadas para mis manos de hojalata. Una “G” en tu ombligo, una “J” cuando ríes, una “H” intercalada es tu mal genio, una “B” en curier new roman cuando me aBrazas y una “S” así de sinuosa y sensual, cuando me besas.
Sé que siempre me quedará alguna “Y” o “X” por despejar, puede que mi torpeza no logre desencriptar todo lo que abarcas, pero es acaso por ello que me pareces más hermosa. Siempre tendré la excusa para mirarte como el que explora un continente. Y mientras lo hago, esperaré con paciencia que alguna palabra tuya, confirme lo que veo. Es posible que lo que me digas, antes me lo haya dicho tu cuerpo. Pero no importa, es tan bonito leer en tu cara, en los iconos de tus pecas y lunares, en tu piel como si fuera braille.
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