Unos se van al Miami y otros se van al carajo.
José Larralde
Nosotros, los argentinos, sufrimos las buenas intenciones de tres imperios.
Las buenas intenciones españolas fueron desplazadas por las buenas intenciones de los ingleses y ahora es el turno de las buenas intenciones americanas.
Durante los tres últimos siglos explotaron y saquearon nuestras riquezas naturales, mataron, torturaron, persiguieron a los que se oponían a sus ambiciones coloniales en nombre de la civilización, la democracia y la libertad para acusarnos, finalmente, de corruptos y desagradecidos.
¿Qué clase de fantasías entretienen?
La mañana es corta cuando se trabaja tanto...
es también larga cuando se contempla el tiempo.
Antonio contaba las hojas del árbol mientras las señalaba empujándolas con la punta de un palo largo. - Una, dos, tres, cuatro hojas verdes en una rama... si el árbol tiene doscientas ramas similares – decía – y las multiplico por cuatro seran ochocientas hojas -, pero algunas de ellas tendrán más y otras menos pensaba, entonces estoy equivocado, abandonando las simplificaciones se decide hacerlo de manera más precisa.
Jorge se sentó en el patio, debajo del árbol y escucho las voces, esas voces que le vienen persiguiendo sin piedad desde que se levanta por las mañanas.
- Ja, te sorprenderás, dijo Jorge.
La sombra de las hojas proyectadas sobre el piso persiguen el ritmo del viento.
- ¿Y eso qué?, preguntó Antonio.
- José no ha llegado aún, quizas nunca vendrá.
En las ciudades la vision del paisaje está limitada por los edificios con sus puertas y ventanas mientras que en el campo, bueno, si es chato por la la línea del horizonte.
- ¿Qué paisaje?
Este potrero de pasto chamuscado y algunos árboles escualidos, las paredes del patio sucias y José que no venía.
- ¿Cómo sabremos que es José?
- Le conoceremos por su bigote.
Traéra los cuchillos de Albacete, los mejores que encuentre para cortar las lechugas.
- Ja!, dijo Jorge chupandose la saliva.
- Quién sabe si debemos confiar en él.
- Mejor no saberlo.
- ¿Por qué?, ¿quién vendrá por nosotros?
Jorge sostenía la imbecilidad con la dignidad que dan las certezas mientras que Antonio era incapaz de contener la saliva entre los labios.
La cabeza de Jorge se bambolea hacía un costado y después hacía el otro.
-Mientras esperamos iré limpiando las hojas de los arboles, trataré de no cansarme, no romperlas ya que algunas son frágiles y mis manos torpes las quiebran.
- El cielo es verde en este paraje y las nubes crecen, decía Jorge.
- Así es, respondía Antonio que había perdido el orgullo bajo el calor de la admiración.
Escucharon la puerta de entrada abrirse y el “rata” José se acercó, hizo girar la bolsa azul que traía en su mano derecha como las astas de un molino enfurecido por el viento.
Se presentó mirando al suelo. - Soy José, aquí estan los cuchillos que pidieron, acero de Sheffield, –murmuró comiendose las palabras.
- No jodas, yo prefiero acero de Albacete para cortar las lechugas -, dijo Jorge.
- Con tal que corten qué más da-, le respondió José.
Antonio decidió entrenerse, garabateó sobre un papel amarillento las distintas especies de lechugas, recordó que cuando era joven se sabía los nombres en latín.
Romanas, acogolladas, lechuga espárrago...
Tenemos 45 minutos para cortarlas antes que vengan a buscarlas, pensaba Antonio, que a esta altura de la mañana se encontraba muy agitado.
Entre los tres sacaron al patio una mesa desvencijada, marcada con las cicatrices propias de una superficie usada para cortar.
El “rata” José entró en la casa y enseguida volvió al patio con dos bolsas negras llenas de lechugas, que puso sobre la mesa.
Jorge y Antonio cerraron los ojos dieron vuelta a la bolsa vaciándola sobre la mesa mientras gritaban - ¡Romanas!-, y Romanas eran, se habían inventado el juego para escapar del aburrimiento, si alguno de ellos se equivocaba debía hacer lo que el ganador quería, tonterías como correr hasta el primer árbol y volver caminando de cuatro patas, pequeñas humillaciones...
El alcohol le había torcido la lengua y atrofiado el cerebro a Jorge que hablaba con las incoherencias de un borracho. A pesar de esto, Antonio le seguía los delirios, sentados alrededor de la mesa, decía - Romanas yo sabía que serían Romanas, son las más fáciles de cortar.
Jorge miró hacia el cielo sin felicidad - Odio a las Romanas, me recuerdan a los circos romanos donde se divertían matando cristianos y esto me vuelve loco.
- A mí también -, dijo Antonio conciliatorio. Ahora me voy a masturbar, enseguida vuelvo.
El “rata” José les miraba con desdén.
- Cuando termines anda a lavarte las manos y vení a ayudarnos que sólo tenemos 45 minutos antes de que vengan a buscar las lechugas.
Estuvieron trabajando en silencio. Se concentraban en sostener las hojas de la lechuga con la mano izquierda presionándola contra la mesa mientras que el cuchillo se movía con vivacidad cortando las hojas en tiras de aproximadamente diez milímetros, al encontrarse el acero con la madera de la mesa producía un ritmo solo interrumpido por las torpezas de Jorge.
Cuando terminaron de cortar las lechugas los tres se pararon frente al muro que los separaba de nada, caminaron en círculos gesticulando hablando para ellos mismos.
Jorge gritó - La guerra se terminó, nosotros los buenos somos los vencedores.
Antonio que había perdido la capacidad de contradecir a Jorge afirmaba agitando la cabeza hacia arriba y abajo mientras que José sintió el frío de la hoja de un cuchillo escurrirse entre sus costillas, se fue desangrando hasta morirse.
Antonio trato de ayudar pero no sabía que hacer, se arrodilló al lado del cuerpo conteniendo las convulsiones que lo atacaban...
- Sabía que no podíamos confiar en el “rata”. Ja!
Antonio retrocedió unos pasos, ¿quién lo mató? se preguntaba al mismo tiempo que vio que el cuchillo que tenía Jorge en la mano estaba ensangrentado.
- Lo mató la mañana y el acero inglés -, dijo Jorge.
-Ja. Si hubiese llegado por la tarde sería el José que esperábamos, nadie puede llegar desde donde venía caminando por la mañana seguro que lo trajeron en auto para que nos espíe.
Antonio perdió el control de su cuerpo, temblaba, las palabras se le morían quiso mirar a Jorge, quiso desaparecer y sin embargo entendió que el crimen les unía, sintió deseos de estrangular a Jorge pero era demasiado cobarde. Una tibieza líquida le surco las piernas.
En silencio fue a buscar otra bolsa de lechuga.
Mario Flecha
Londres 2004.
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