CORRIDA DE CERDOS
Corrida de cerdos¡
Así me miré, en la selva, en las ramas de lapiceros y cuadernos. Éramos muchos, con ideales, con propósitos. Ansiosos de un cambio. Cuál? País, sólo país.
Corrida de cerdos, realizaron ellos, los cerdos. Mordían, pegaban, con espuma, en los dientes, en los ojos. El fuego vislumbraba en sus cabellos, escondidos, tras los caparazones de la falsedad, tras los cascos, escudos de cobardía. Corrida de cerdos. Corred¡ duro, alcanzadnos, no podéis. Atrapadnos, no alcanzaréis. No somos unos cuantos, somos unos muchos, unos demasiados, que nacen, reviven, resucitan, en cada palabra, en cada clamor.
Todo empezó un día, cualquiera.
Alguien gritó.
Patria, libertad.
Todos escuchamos, atónitos. De pronto, los pupitres comenzaron a desparecer, a verse solos, vacíos. Cuando menos supimos, estaban todos reunidos; el grito hizo eco, en los oprimidos, en los pobres, en los sencillos, en los de abajo. Los de arriba escucharon, se asustaron, era un todo, una nación, libre, decidida. Los de arriba tuvieron miedo. Crearon las corridas de cerdos. Los armaron. Con cascos, bolillos, gafas. Era indispensable esconder su identidad, que no se vieran, impunes, sus actos, homicidas, malditos, infierno.
Pero éramos la vida, el clamor por la sangre derramada, olvidada. Éramos la vida, queríamos más. Éramos el cansancio de los viejos tiempos. Éramos el anhelo de los nuevos.
Corrida de cerdos.
Con cuadernos, lápices, libros y cabeza. Así nos armábamos, así sosteníamos la vida, la indiferencia.
Un día cualquiera.
Un día cualquiera, cuando todos pensábamos, en mirarnos mejor, en saludarnos más, en sonreír siempre, en visitar horizontes, en aprender, sonó. Retumbó en los oídos, un chasquido urgente, rápido, agudo, muy agudo, demasiado. Los tímpanos soltaron líquido, azul, pardazo. Los tímpanos estremecieron, dolieron, les dolía. Cubrimos las caras, del horror, de la desesperación. Pero alguien se levantó. Todo comenzó. Gritó.
Alzó su bandera, blanca y de tres colores. Las izó. Enarboló entusiasmo. Él creía, él no tenía miedo. Era un gallardo; el resto enmudeció, más allá del silencio. Miré la cabeza de mi compañero, negra, peinada, con mechones largos que caían alrededor de sus patillas. Sus ojos negros. Pero temblaba. Por que? No tiembles, amigo, somos muchos, pero uno. Lago común. Nos tiene bien, ahí, a todos. Queremos libertad. Gritar sin represión, comida para la casa, salud para los niños, paz, pum¡
Sonó otra vez, pero ahora ellos llamaban.
Ellos increpaban. Injerencias.
Salimos todos; algunos se cubrían la cara. No querían aparecer en los andenes, en los ríos, tirados, con huecos, sin más. Tenían miedo. Su compromiso era verdadero; pero eran cobardes, se querían cuidar. Algunos me dijeron que vivirían para hacer el cambio. Que muerto, no es más que recuerdo. Pero los muertos a veces no importan. Mentiras. Importan más, por que despiertan lo que necesitamos. Sensibilidad. Coraje. Sublevarse. Un muerto no es un recuerdo. Es un arma. Sádico, me han dicho. Yo les digo, no. Simple, lógico. Es cuestión de sociedad, de masas, de figuras, de estructuras. Jajajajajaj, siempre hablan de estructuras; se me antoja a obra negra.
Pues sí. Sacamos lo que mejor pudimos, quisimos enfrentarlos, a los cerdos, a su jauría de sangre, ansiosa de carne. Ansiaban lacerar, pudrir. Adoraban la piel en los andenes, en los filos de las paredes. Su pintura no era más que roja; la querían ver por todos lados. Esparcida, recogida en esquinas, con mechones decorada. La sangre de mi gente, la patria. Colombia. ¿Por que nos das estos cerdos? Tus corridas ya son famosas, pero nadie hace nada. Te necesitamos humano. No es necesario responder con otra corrida de burros. Es necesario parar la estampida, con el corazón, con las manos unidas, con los ojos firmes, los pies en la tierra, la cabeza en el cielo, pensando. El mundo es mejor, si lo quieres.
Ellos increpaban, injerencias.
La corrida de cerdos había comenzado.
Salimos a su encuentro. Las lechonas se revolcaban, por donde podían. Fornicaban sus ideas. La identidad de un pueblo, sus derechos. Su vida, la dignidad. Basta¡
De pronto, algo fue lanzado, en lo alto de una nube. Descargó su vapor; el vapor del veneno, que quemaba los ojos, que lagrimeaba a la gente sin querer. Que nos hacía recordar el plato de ayer, el que faltó. Que nos presentaban los muchachos, los hermanos, los padres. Ese humo desgraciado que recorrió el aposento, que invadió la ciudad, que nos hacía correr, como los cerdos, pero mejor, con mejores pasos. Corrimos, surcamos los parques, las laderas, los muros. Pasamos por personas, pisadas, ahí tiradas. Oímos voces, gritos, injurias; nos perseguían, estábamos todos en desorden, salvándose quien pudiera, por donde mejor le merecía, la suerte.
En un arrebato de agilidad, una piedra tropezó con mi pie; no sé hacia donde se dirigía; le hablé, me dijo que buscaba una cabeza, una tapada. Tapada? Para que? Por qué tapada? -. Pues p’a destaparla. Hummm,,,, y quién te mandó? Un cerdo que corría.
Piedra no estorbes.
Tengo que correr.
Tengo que parar.
Luego, después de tantos años, el país nos ha acostumbrado a sus cerdos.
Luego, algunos perdimos el ideal, vivimos para sobrevivir, alcanzar algo, pero no tan sublime como el ser. La humanidad.
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