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Ella...

Y dos números se le cayeron del bolsillo, tres y cuatro; y unos cuantos ceros más. Pero la amaba demasiado como para pensar en eso, se decía. Ella la luna, ella las olas, ella las rosas. Entonces no importaba la humillación de haber pedido prestado a aquel personaje, mejor ni recordarlo.
Ni recordar cuando de su boca salió esa carcajada irónica y burlona que lo dejó por los suelos.. No, ella valía la pena. Esa pena e incluso la de tener que trabajar horas extras para pagar la deuda.
Nada importaba, porque ya imaginaba su carita con esa chispa de curiosidad al romper el papel, y luego dando un vuelco de la sorpresa a la alegría.
Había repasado ya tantas veces las palabras que diría: Hola, buenas tardes, se que puede parecerte extraño pero...
Y todo eso cuando en el cielo estuviera a punto de caerse el sol y ella se dispusiera a cerrar las tapas de ese libro que siempre leía a la sombra del gran árbol, en el parque.
Hoy sería el gran día. Tal vez el que marcaría su vida. Porque luego vendrían años juntos, casarse, los hijos, los nietos, y ellos, eternamente juntos. Incluso morirían a los 70 años de él, y 65 de ella (calculaba sería 5 años menor) cuando tomados de la mano saltaran a un precipicio por propia decisión.
Soñaba por las calles mientras su paso se hacía cada vez más rápido y desesperado, mientras el corazón lo amenazaba con estallar, derramando amor y nervios.
Es que ya veía que llegaba demasiado tarde. Pero era eso imposible. Si el destino se había encargado de cruzar esas miradas, podía estar seguro que todo estaba a su favor.
Divisó en la lejanía el gran árbol. Le pareció que la brisa traía el perfume con el que soñaba todas las noches. Le pareció oír su suspiro, y el parpadear de sus ojos a lo lejos. Le pareció incluso verla con su cabello largo desparramado al viento.
Le pareció acercarse con sus ojos fijos en ella. Mientras ella hacia lo posible por prolongar su lectura y evadir su presencia.
Le pareció que alzaba la vista y una vez más sus miradas permanecían unidas por esa fuerza imánica indescriptible. Y que luego sin decir nada, él se sentaba a su lado y le daba el presente. No decía nada, porque ella lo sabía todo. Y con sus manos blanquísimas y ansiosas descascaraba el objeto, cuidadosamente. Mientras le parecía que su rostro se iluminaba. Y lo besaba incontrolablemente, de alegría.
Le parecía haber estado en una tienda. Le parecía haber contraído una deuda. Le parecía haber divagado demasiado. Le parecía que era tan bella...

Texto agregado el 07-02-2005, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


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