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Mi dentadura golpeó la suya con tal tosquedad, que hasta hoy un eco agudo me viene a la memoria y me hace pensar cuán tonto y excitadamente impulsivo se es a los siete años. Ciertamente no volvería a repetir aquella experiencia de noviembre de hace muchos años, que más o menos comenzó así...
Tal vez Miércoles o Jueves, quizá Martes, no lo sé, sin embargo, y con exactitud, recuerdo que atardecía, y también que éramos muchos, los que a las puertas de esa casa, aguardábamos por un beso. De hecho, y ahora que calculo mentalmente la escena, fungíamos todos de pequeños Romeos, apostados impacientes sobre un muro,( que luego de una semanas sería derribado para levantar en vez uno más alto y seguro) en espera de una Julieta que precisamente no era un bombón ni mucho menos. Era “la china”, la mayor de la siete hijas de una laboriosa viuda apodada “La borrega”, que justamente ese día había salido a cumplir una obligada y extensa diligencia. Para suerte nuestra, se llevó consigo a sus demás hijas... Recuerdo que la cola aumentaba de longitud conforme atardecía, constituyéndose hasta la noche en una gran cadena humana en pugna de una sola misión: robarle el mejor y más duradero beso a la incansable señorita, que hoy ya debe ser una señora que seguramente recordará con nostalgia y asombro los ininterrumpidos treintainueve besos que regaló aquel día, sin embargo, luego nos confesó que se valía repetir pero ya todos estábamos en nuestras casas tratando de explicar ciertos cambios y sensaciones en ciertas partes de nuestros cuerpos...
Por toda la cuadra, habían viejas “ ponchapelotas ” que se paseaban militarmente de lado a lado, tratando de descifrar la faena que se estaba armando... -¿ A qué están jugando ?, preguntaban amablemente, al tiempo que el “ campana ” gritaba desde una esquina :-¡Sigan, sigan, que “ la borrega ” todavía no llega!-... Uno a uno iba entrando con cautela, el perro estaba amarrado, y la habitación se encontraba del otro lado de la huerta, era un trayecto considerablemente largo, pero a juzgar por mis amigos, valía la pena. Unos aguardaban con sosiego, otros chasqueaban los dedos nerviosos, algunos hablaban solos como practicando una corta conquista, otros se peinaban, escupían a un lado de la acera, y hasta arrancaba un hilo de sus chompas para hurgarse entre los dientes, con el propósito de dar un beso perfecto, libre de residuos que podrían haber quedado luego del almuerzo... Eran pocos los que salían descontentos, casi todos creían estar enamorados luego de la experiencia, se notaba en sus expresiones o en lo primero que decían al salir...-¡Qué rico!, ¡Probé su lengua!, ¡Es muy bonita!, ¿Cómo se llama?, ¿Oliste,?, ¡se echó bastante perfume!....De pronto la cola dejó de avanzar y alguien se estaba demorando mucho, los chiflidos se hicieron escuchar en represalia, sin embargo nada cambió, entonces decidimos entrar... El que estaba sobre “la china” era el “Pepetrueno”, mayor que todos por más de tres años, y según lo describía la escena, parece ser que no estaba ahí por un beso, sino por más cariñoso gesto. Extrañamente, “la China” se quedó quieta y enmudecida dando licencia a que cualquiera tratara de repetir el detalle pero acordamos no permitirlo. De inmediato formamos una comisión “antipepetruenos”, y establecimos un tiempo prudente para que el beso se desarrolle con total satisfacción, seguridad y confianza... Y así se hizo, desde entonces nadie demoró más de dos minutos, y nuevamente se retomó con normalidad la actividad que se estaba dilatando peligrosamente hasta la sonochada, tanto que “el campana” abandonó su puesto para sumarse a la causa. Pronto ya quedaban pocos compañeros, hermanos de saliva, pero repentinamente, la cola no disminuía en tamaño, y nuevas caras se dejaban ver al final de esta, que sin reparos ya doblaba la esquina. Todo salía bien a pesar del aumento, no obstante, la cola volvió a detener su curso... -¡Se ha dormido, se ha dormido!, salió escandalizado un pequeño amigo, inmediatamente la comisión entró a la casa a despertar a la china, que con treinta y siete besos quería hacernos pensar que era suficiente... No lo creímos... Era importante además que despierte porque los siguientes éramos mi hermano y yo.



Al fin la china dejó de fingir y despertó. Mi hermano fue a ocupar y salió inmediatamente con rostro serio, aduciendo que no era lo que esperaba de ella, es decir, el beso que le dio no era digno de la experiencia que todos pensábamos que la china poseía para estos menesteres casi amatorios...
Por fin me tocó el turno de entrar. Parecía ser que la ruta hacia la habitación, ahora profusa y más oscura, guardaba peligros inesperados, sin embargo llegué con bien. Realmente el lugar olía mal, a una mezcla de pies sudorosos y cocoa , y aunque más oscuridad había adentro, ella que aguardaba entristecida, no quiso encender la luz... Estaba sentada en el borde más rasante al piso de un catre verde agua, con las manos juntas, reposadas sobre sus piernas cubiertas por una falda muy similar al mantel de mesa que teníamos en casa. A decir verdad noté vagamente su fealdad, su enorme dentadura y grueso lunar velludo que le cubría gran parte la mejilla derecha, sus ojos, parecían dos brechas de alcantarilla, sucios y desviados, tenían un color extraño...Pronto le di un beso, un espantoso beso, un beso falto de gracia y armonía, realmente fue asqueroso, sin embargo estoy seguro hasta hoy que fue ese el único que le gustó, por eso le di otro en la mejilla y salí corriendo del lugar. De haber demorado habría sido muerto a manos de su madre y sus hermanas, que a los pocos segundos llegaron repartiendo escobazos a todos los demás que aun seguían esperando por un fugaz beso... Luego de seis años, de pensar tanto en mi primer y más infausto beso, entendí que aquel día para “la china”, fue el mejor, pues con seguridad y sin vacilación alguna, ese día no solo se sintió, sino que fue una verdadera princesa... Y a decir verdad sí la volví a ver cuando cumplí doce años, mientras jugaba con mis amigos. Estaba ella totalmente ebria junto a unos hombres dentro de una casa abandonada, entre la heces de los perros y la tierra húmeda por la cerveza que estuvieron bebiendo desde muy temprano... Era cierto entonces lo que pensé, y sin duda aquella mujer de veintidós años se la pasó queriendo ser princesa toda la vida.



“Romeo y la china”

Mi dentadura golpeó la suya con tal tosquedad, que hasta hoy un eco agudo me viene a la memoria y me hace pensar cuán tonto y excitadamente impulsivo se es a los siete años. Ciertamente no volvería a repetir aquella experiencia de noviembre de hace muchos años, que más o menos comenzó así...
Tal vez Miércoles o Jueves, quizá Martes, no lo sé, sin embargo, y con exactitud, recuerdo que atardecía, y también que éramos muchos, los que a las puertas de esa casa, aguardábamos por un beso. De hecho, y ahora que calculo mentalmente la escena, fungíamos todos de pequeños Romeos, apostados impacientes sobre un muro,( que luego de una semanas sería derribado para levantar en vez uno más alto y seguro) en espera de una Julieta que precisamente no era un bombón ni mucho menos. Era “la china”, la mayor de la siete hijas de una laboriosa viuda apodada “La borrega”, que justamente ese día había salido a cumplir una obligada y extensa diligencia. Para suerte nuestra, se llevó consigo a sus demás hijas... Recuerdo que la cola aumentaba de longitud conforme atardecía, constituyéndose hasta la noche en una gran cadena humana en pugna de una sola misión: robarle el mejor y más duradero beso a la incansable señorita, que hoy ya debe ser una señora que seguramente recordará con nostalgia y asombro los ininterrumpidos treintainueve besos que regaló aquel día, sin embargo, luego nos confesó que se valía repetir pero ya todos estábamos en nuestras casas tratando de explicar ciertos cambios y sensaciones en ciertas partes de nuestros cuerpos...
Por toda la cuadra, habían viejas “ ponchapelotas ” que se paseaban militarmente de lado a lado, tratando de descifrar la faena que se estaba armando... -¿ A qué están jugando ?, preguntaban amablemente, al tiempo que el “ campana ” gritaba desde una esquina :-¡Sigan, sigan, que “ la borrega ” todavía no llega!-... Uno a uno iba entrando con cautela, el perro estaba amarrado, y la habitación se encontraba del otro lado de la huerta, era un trayecto considerablemente largo, pero a juzgar por mis amigos, valía la pena. Unos aguardaban con sosiego, otros chasqueaban los dedos nerviosos, algunos hablaban solos como practicando una corta conquista, otros se peinaban, escupían a un lado de la acera, y hasta arrancaba un hilo de sus chompas para hurgarse entre los dientes, con el propósito de dar un beso perfecto, libre de residuos que podrían haber quedado luego del almuerzo... Eran pocos los que salían descontentos, casi todos creían estar enamorados luego de la experiencia, se notaba en sus expresiones o en lo primero que decían al salir...-¡Qué rico!, ¡Probé su lengua!, ¡Es muy bonita!, ¿Cómo se llama?, ¿Oliste,?, ¡se echó bastante perfume!....De pronto la cola dejó de avanzar y alguien se estaba demorando mucho, los chiflidos se hicieron escuchar en represalia, sin embargo nada cambió, entonces decidimos entrar... El que estaba sobre “la china” era el “Pepetrueno”, mayor que todos por más de tres años, y según lo describía la escena, parece ser que no estaba ahí por un beso, sino por más cariñoso gesto. Extrañamente, “la China” se quedó quieta y enmudecida dando licencia a que cualquiera tratara de repetir el detalle pero acordamos no permitirlo. De inmediato formamos una comisión “antipepetruenos”, y establecimos un tiempo prudente para que el beso se desarrolle con total satisfacción, seguridad y confianza... Y así se hizo, desde entonces nadie demoró más de dos minutos, y nuevamente se retomó con normalidad la actividad que se estaba dilatando peligrosamente hasta la sonochada, tanto que “el campana” abandonó su puesto para sumarse a la causa. Pronto ya quedaban pocos compañeros, hermanos de saliva, pero repentinamente, la cola no disminuía en tamaño, y nuevas caras se dejaban ver al final de esta, que sin reparos ya doblaba la esquina. Todo salía bien a pesar del aumento, no obstante, la cola volvió a detener su curso... -¡Se ha dormido, se ha dormido!, salió escandalizado un pequeño amigo, inmediatamente la comisión entró a la casa a despertar a la china, que con treinta y siete besos quería hacernos pensar que era suficiente... No lo creímos... Era importante además que despierte porque los siguientes éramos mi hermano y yo.



Al fin la china dejó de fingir y despertó. Mi hermano fue a ocupar y salió inmediatamente con rostro serio, aduciendo que no era lo que esperaba de ella, es decir, el beso que le dio no era digno de la experiencia que todos pensábamos que la china poseía para estos menesteres casi amatorios...
Por fin me tocó el turno de entrar. Parecía ser que la ruta hacia la habitación, ahora profusa y más oscura, guardaba peligros inesperados, sin embargo llegué con bien. Realmente el lugar olía mal, a una mezcla de pies sudorosos y cocoa , y aunque más oscuridad había adentro, ella que aguardaba entristecida, no quiso encender la luz... Estaba sentada en el borde más rasante al piso de un catre verde agua, con las manos juntas, reposadas sobre sus piernas cubiertas por una falda muy similar al mantel de mesa que teníamos en casa. A decir verdad noté vagamente su fealdad, su enorme dentadura y grueso lunar velludo que le cubría gran parte la mejilla derecha, sus ojos, parecían dos brechas de alcantarilla, sucios y desviados, tenían un color extraño...Pronto le di un beso, un espantoso beso, un beso falto de gracia y armonía, realmente fue asqueroso, sin embargo estoy seguro hasta hoy que fue ese el único que le gustó, por eso le di otro en la mejilla y salí corriendo del lugar. De haber demorado habría sido muerto a manos de su madre y sus hermanas, que a los pocos segundos llegaron repartiendo escobazos a todos los demás que aun seguían esperando por un fugaz beso... Luego de seis años, de pensar tanto en mi primer y más infausto beso, entendí que aquel día para “la china”, fue el mejor, pues con seguridad y sin vacilación alguna, ese día no solo se sintió, sino que fue una verdadera princesa... Y a decir verdad sí la volví a ver cuando cumplí doce años, mientras jugaba con mis amigos. Estaba ella totalmente ebria junto a unos hombres dentro de una casa abandonada, entre la heces de los perros y la tierra húmeda por la cerveza que estuvieron bebiendo desde muy temprano... Era cierto entonces lo que pensé, y sin duda aquella mujer de veintidós años se la pasó queriendo ser princesa toda la vida.











Texto agregado el 07-02-2005, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


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