Etka ¿era una niña? En un cuerpo cambiando al de una mujer, y en la búsqueda de algo que la identificase como tal, sin roles, sin obligaciones más allá de intentar sobrevivir... era.
Era un hermoso y soleado día, para Etka que miraba a través de su única ventana. Sentada en su cama observaba el amanecer y todos los hechos que con él llegaban hasta su cuarto. Una ventana siempre cerrada en la pared, a un costado la cama y junto a éste un mueble de madera que le servia de librero, aunque rara vez leía más que el libro de poemas que poco antes de morir su padre le regalara.
Dentro del mueble guardaba un par de zapatos que usaría cuando los azul turquesa que usaba a diario se gastaran de la suela casi intacta por la alfombra que cubría en su totalidad el piso del cuarto del que nunca salía. Frente a la cama un ropero lleno de muñecas que recibía como regalo de cumpleaños y guardaba sin abrir siquiera, podía enfermarse si algún material extraño no era adecuadamente desinfectado.
Etka miraba la mayor parte del día por la ventana que daba de frente a un parque no muy concurrido, pero con árboles, aves y personas que de vez en cuando se sentaban a platicar en una banca que Etka observaba y casi siempre estaba vacía, pues cuando alguien se percataba de la triste mirada de Ella, se iba del lugar intimidado por el peso de sus tristes ojos.
Se asomaba a la ventana y caminaba a veces, imitando a alguna señora que deambulara algún día por el parque con su mascota, o alguna pareja con uno de tantos niños que frente a su casa jugaran pelota al medio día.
Ella era una niña en un cuerpo de mujer, a sus 19 años Etka aún no había salido de ese cuarto en el cual permanecía enclaustrada desde hacía 10 u 11 años atrás, a raíz de que una enfermedad rara le destrozara las defensas, por lo cual no podía salir ni recibir visitas de ningún tipo, sólo veía a través de su puerta la silueta de una mujer robusta a la cual llamaba Kaetina. Ella que diariamente le gritaba a la hora del baño y ella se desnudaba frente al espejo únicamente para mirar cómo su lánguido y pálido cuerpo iba cambiando con el paso de los años.
Leía sobre tantas cosas que ignoraba de manera directa por falta de experiencia, que al pensar en un beso por ejemplo, algo tan conocido y común para el grueso de la gente, pero que nunca había sentido ella realmente, y aún concentrada, cerrando los ojos y reflexionando, no atinaba a descifrar del todo el verdadero significado de aquellas letras que contenían esas emociones atrapadas, como cuando alguien describía los labios de la persona amada, y de cómo con su natural suavidad rozaban dejando sentir ese raro calor interno.
Sin llegar a comprender nunca, como algo tan hermoso podía significarle a ella la muerte; entonces se imaginaba que el joven al cual observara besando a su novia en el parque en aquella solitaria banca, la besaba a ella y era realmente dichosa, como en esos días azules que le encantaban, donde era feliz e iluminada. Otros días eran morados, oscuros, nunca negros pero si oscuros, donde apenas quería levantarse de la cama y se sentía de muy mal humor. Cierto día en que se quedara dormida entre la lectura, se vio sobre saltada por gritos externos e infantiles, y al levantarse de la cama asomándose por la ventana, vio a varios niños jugando con un balón blanco que se veía nuevo, escuchó entonces como se reían y vio como sudaban.
Ella casi nunca sudaba -pensó- pero los niños, rojos de la cara con la frente perlada en sudor, seguían jugando a grito pelado; absorta los observaba correr gritar y caerse, levantarse y seguir jugando y corriendo. Uno de esos niños pateó el balón fuertemente estrellándolo con la ventana de Etka, que se hizo hacia atrás pero no evitó que uno de los vidrios se le incrustara en la mano al salir disparado hacia su rostro por el impacto.
Y más sorprendida que asustada notó que la herida no era muy grande, pero sangraba abundantemente, y de inmediato se cubrió la mano con un pañuelo desinfectado y se sentó para tratar de tranquilizarse, no podía hacer otra cosa que estar calmada porque como casi siempre la casa estaba vacía y ella sola.
Mientras tanto, los niños asustados por el cristalazo corrieron a ocultarse y sólo se quedó uno a pedir disculpas y claro, el balón que se había introducido al cuarto de Etka.
Ya repuesta del susto y el asombro le pasó el balón al niño, percibiendo en ese momento por vez primera el olor del parque, húmedo y fresco a pasto recién cortado, a eucaliptos y pinos -aún sin saberlo-, sentada en la cama sólo atinó a sujetarse la mano. Esto fue lo último que Etka percibió, pues la herida inmediatamente se le infectó y al inhalar el aire contaminado del exterior, cayó enferma en la cama y bañada en sudor por la elevada temperatura cerró los ojos sin miedo o preocupación.
Así, estremeciéndose entre las cobijas y sintiendo algo nuevo por fin, dio Etka un último respiro del aire que tan rápida e ingenua, felizmente la había matado con una sonrisa en la boca. FIN
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