De repente el lugar de lóbrega luz amarillenta, opacamente reflejada por los maderos, gente murmura entre las sombras, se logran ver las siluetas famélicas, cabizbajas, un aire a tristeza vagaba en el ambiente.
En el fondo una música desgarrante, un elegante fantasma, susurraba en el oído a las siluetas sentadas en torno a las mesas.
A su corta edad no podía entender lo que sucedía mas aun así recordó lo que había escuchado una vez en la mesa de adultos, historias de juicios y torturas en mazmorras oscuras presididas por un hombre grueso de aspecto siniestro y mirada cruel, al que otros hombres inferiores pero igual de crueles llamaban su Ilustrísima.
Una llama que salta, penetro con su haz de luz por el rabo de su ojo, el olor a carne quemada confirmó con terror su pensamiento de lo que pasaba en aquella habitación apartada del salón principal.
El miedo comenzó a apoderarse de él, quería gritar y salir corriendo, pero ya habían fantasmas elegantes guardando la entrada, el niño miro por todos lados, decenas de figuras sin rostros, sonidos de metales que chocan, el olor a carne que se consume se hacia insoportable, sentía cada vez más las miradas que lo observaban amenazante, a pesar de no saber de donde provenían, la persecución psicológica llego a su fin cuando sintió que lo agarraban por el brazo para llevárselo adentro a la mazmorra, sorprendió a todos con un grito de pánico y comenzó a llorar. El padre acercó la el dorso de su mano a la frente del niño dormido, miro con preocupación a su esposa que aun no había terminado su plato, levantó la mano y le dijo al mesero de la Fonda San Sebastián: la cuenta por favor.
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