El tren se llenó con la creatividad que cada uno dejó para el último ensayo, la imaginación voló tan lejos que todo terminaría en un avión cuando se despidió por siempre a los pasajeros.
Hoy llevo sólo cinco minutos esperando, he pasado ya tantos días en el metro, minutos interminables en la espera del arte, para luego compartir opiniones sobre lo que nuestra sangre se ha llevado.
Ha pasado ya un mes aquí en Santiago, la capital de mi tierra, un mes en el que se unió mi pueblo, mis creencias, y mi color político se tomaron de la mano con el teatro de mi amor, un mes lleno de colores, anécdotas, de sueños que se llevó un cigarrillo y se esfumó en la ceniza de un bar llamado las leñas, un mes en que el saber que ocurriría mañana, me llevó al olvido del ayer y el hoy fue solo un momento que se bebe de una copa en el mismo bar, sucucho ordinario que dijo mi silencio al entrar por primera vez, pasar la puerta y menear el rabo por la escalera caracol que daba al último rincón, bien oscuro para que no se vean ni los besos mal dados, donde rallábamos secretamente las paredes como queriendo jamás olvidarnos de aquel momento.
Así, lentamente mis ansias esperaban el final, que ya golpeo mi puerta, la traspasó sin vuelta ni repetición, la anécdota ya se esfumó, lo siento mucho compañero, nuestro abrazo quedará por siempre detenido en el escenario, con el telón en alto y los focos encendidos, el público aplaudiendo y todos mis amigos escondidos en ese cuadrado negro que cubría el cielo de nostalgia, ya cuando mis manos traicionaron el adiós de la izquierda y la dictadura se hizo presente en el adiós rebelde, imitando el final lloroso del maricón, sentado en una silla colmada de emociones dormidas tras el telón.
Mis palabras serán ahora sólo un recuerdo dormido quizás en un pliegue de mi alma, que no permite el reencuentro de nuestras manos, ni el roce de nuestros cuerpos erguidos buscando un trozo de libertad en cada ladrido maricola.
Si algún día reviviera ese tren y susurrara en tu oído sellado por la distancia diría que fuiste el mirar de cada mujer que algún día soñó en tus alas, o al lado de tus huesos sobresalientes, con ese aire femenino intoxicando los susurros que finalmente echaste en el pliegue de mi alma.
Adiós amigo, adiós capital de mi patria querida, adiós al sol, y a la música que se acaba en un tren que se perdió tras el escenario, cuando apagan las luces, bajan el telón y concluye la canción, silenciosos quedamos todos, ya olvidamos la escuela, sólo recuerdos del hedor incansable de aquellos días en que dormíamos soñando con el mañana.
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