Está de pie, mirando a través de una ventana cerrada. Sus ojos tienen el perfil acuoso de la lluvia. La tez morena y los labios en silencio, bien perfilados, se desvían casi de la belleza masculina.

Nadie le observa. Sólo yo me acerco, desde mi distancia imposible, para acariciar su pelo negro, atado levemente por un cordón que lo aparta del roce sobre el cuello.

Alguna vez le veo alejarse de todo y luego volver, corriendo como un loco, para escribir en un cuaderno arrugado que lleva con él a todas partes.

Siempre puedo verle. Camina por las calles y algo las ilumina acompañando su paso; y la huida inexpresiva de algunos momentos, o el regreso a la vida, rozando sus grandes ojos abiertos que dicen que es feliz.

Y cuando duerme... entonces, ni sus ojos, ni su cabello, ni sus labios acallan el susurro que muestra lo distinto que es de todo lo que conozco.

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