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Aquel día amaneció como tantos otros
sin que yo pudiera evitarlo;
me encaminé a la playa
parecía la típica estampa,
pero para mi siempre distinta.
El sol se empezaba a descubrir
entre las llamas embravecidas
que ardían en el cielo.
En la quietud de mi estancia
sólo podía percibir el murmullo de las olas
que se acercaban a mis pies.
Acariciaba la arena blanquecina entre los dedos
mientras la sal correteaba entre mi cuerpo.
La suave brisa rozaba mi pelo,
me adormecía entre suspiros;
poco a poco, sentía ser conducida a su interior.
Podía sentir al mar respirar,
escuchaba su susurro lastimero
llamando a los que allí se perdieron.
Reclamaba un perdón por su tormento,
ejecutador de tantos sueños borrados.
Quería hacerme entender
que sólo obedece su mandato
Debiendo causar la muerte
a cambio de ser eterno bajo el sol.
Esa es su única locura, su propia culpa,
su más terrible condena.
Entonces, una lágrima resbaló de mis ojos
recordando a mi esposo perdido,
por fin encontraba la causa
a tanta rabia y dolor.
Mi gota de agua y sal,
como escapàndose de mi
se dejó caer entre la arena
y se perdió para siempre entre las olas.
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Texto agregado el 06-02-2005, y leído por 143
visitantes. (3 votos)
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Lectores Opinan |
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09-02-2005 |
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Cuanta pena, y sin embargo cuanta resignación. Bello, triste, muy triste. Magda (mis estrellas) gmmagdalena |
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08-02-2005 |
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Lindo pero nostalgico. GP peinpot |
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07-02-2005 |
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Me gusta, el tono me recordó al estilo de Albert Camus en Verano/Bodas y una película de François Ozon, cuyo nombre no recuerdo ahora. SicFaciuntOmnes |
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06-02-2005 |
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muy triste Doctora |
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