Máximo miró con ojos enormes a Catalina. La minifalda y la blusita rojas eran una tentación para cualquiera.
-¿Está la tía?
-No-Acaba de irse al hospital. Tiene turno de doce horas..
-¿No era que estaba enferma? Aquí le traje verduras de nuestra huerta, son vegetales sanos no como esa basura llena de veneno que se vende en los supermercados.
-Muchas gracias. Te estás convirtiendo en una hermosa muchacha.
Ella sacó las hojas del bolsón y las colocó en una bolsa de nylon transparente, le agregó agua y por último las metió en la heladera.
-¡Qué grandes ojos tenés! Y qué boca grande y carnosa- dijo Máximo y siguió todos sus movimientos como un lobo al acecho.
La miraba medio en babia y sólo faltaba que le corriera la baba por la comisura de los labios. Se preguntó cómo sería el cuerpo que se escondía detrás de esas breves prendas. Sus manos adquirieron vida propia, se metieron bajo la falda y ahí se aferraron a los muslos tibios.
Ella con agilidad felina giró sobre su cuerpo y le dio un empellón que casi lo tumbó al piso.
-¿Qué te pasa? ¿Estás loco o qué?
-Sabés que estoy loco. Pero por vos.
-¿Por qué me mirás así?
-Y no sé, para verte mejor, nunca te vi tan hermosa y sexy como hoy. Así de rojo parecés la caperucita roja.
-¿Y vos serías el lobo? No me hagas reír.
-Entonces no te rías.
Y la tomó de las manos y la arrastró al sofá. Ella quiso resistirse, pero sus cincuenta kilos nada pudieron frente a los cien de Máximo.
Con una mano le tomó las suyas y se acostó sobre ella obligándole a besarlo. Movió el rostro varias veces pero no puedo impedir que la lengua implacable del hombre se introdujera entre sus labios apretados y los abriese para introducirse dentro y ahí iniciar movimientos elípticos como de un trompo.
Dejó de resistirse unos segundos y él murmuró “Sí, sí” los monosílabos fueron trocados por un “ughhhh” ininteligible debido a la vertiginosa llegada de la rodilla de Catalina justo “ahí”, en el lugar que le habían enseñado y tanto había practicado en la academia de Karate.
Los ojos fuera de las órbitas de Máximo parecieron los de una vaca que recibe una paliza sorpresiva por la retaguardia y la palidez de su cara era especial para una publicidad de antes de un buen bronceado, la ternura con que se tomaba la parte baja de su pantalón era propia de una madre primeriza y la sorpresa que reflejaba su cara
recordaba la de Benny Hill en sus cortos de Televisión.
-Me gusta elegir mis propios “lobos”, y sobre todo, los prefiero solteros. Ah, dale mis saludos a la tía, cuando quiera las verduras, sólo se las traeré si ella me las pide por teléfono.
Máximo quedó sin fuerzas para traer hielo de la heladera que le bajara la hinchazón que sentía en las ingles. Cuando oyó el golpe de la puerta dado por Catalina al irse pensó que jamás le volvería a dirigir la palabra.
Catalina se dijo que al fin había sacado provecho del dinero gastado en las prácticas de karate.
Recordó la apuesta figura del nuevo instructor que daría cursos en la Academia del barrio y sonrió. Titubeó unos instantes antes de decidir cuál de los dos caminos elegiría para llegar y después con decisión fue por el más corto.