Mira la hoja en blanco.
Puede ver las letras que van apareciendo en ella.
Coge la pluma con su estilo. No es bueno, tan siquiera malo, mas es suyo, personal, intransferible.
Piensa.
El reflejo de su mente le reporta extraños fotogramas. Podría decirse que no tienen sentido por separado, pero juntos y en un cierto orden nos puede dar una idea de lo que ha venido siendo su vida. Dulces momentos de ternura y de alegría. Extraños momentos de simpatía y tristeza conjunta. Flaquezas que confirman su condición de humano.
Puede observarse en el espejo y ver en su reflejo el rostro de cada una de las personas que han significado algo para él a lo largo de su vida.
Sonríe cansadamente. Pese a su juventud empieza a cuestionarse las nimias cosas que la vida le ha ido deparando sin que pudiera hacer nada por evitarlas. Demasiadas pérdidas fatales. Demasiadas idas sin retorno. Demasiados viajes a ninguna parte. Demasiados lamentos.
Mira en el espejo y dilucida un camino serpentuoso de curvas imposibles, de giros irresolubles y tiene la certeza de que ése precisamente será el tortuoso camino que le depara la vida.
La curiosidad le supera y le hace observar con más ahínco en ese espejo tan extraño, donde puede ver a su lado una sombra, una extraña forma sin más rasgos identificativos que unos ojos claros, de colores dispares y unidos para formar lo que bien podría definirse como el color del cielo cuando las nubes se han apoderado de él, con esos toques verdosos que consiguen despertar un sentimiento de atracción imposible.
Puede seguir observando, pero siente el temor de ver lo que quizá no quiera. Teme verse privado de toda compañía. Seguir su camino de tortuosos senderos sin más compañeros que su sonrisa y su persona. “No debe ser tan espantoso”- piensa.
Al fin y al cabo, cada uno de nosotros forja lo que será el camino de su vida a lo largo de toda ésta, con cada una de las decisiones que tomamos.