-¿Tiene cigarrillos sueltos? –Preguntó al encargado del kiosko.
-Tiene suerte, sólo me queda uno –Le respondió una vocecita desde el interior de la caseta empapelada de revistas y diarios. Lo tomó en sus manos, lo encendió y aspiró profundamente. Era curioso, pensó para sí mientras el humo cálido comenzaba a recorrer sus pulmones, que algo tan insignificante como un cigarrillo formara parte importante de su vida. Tenía un cigarrillo en la mano cuando supo que había quedado en la universidad, había fumado tranquilamente un cigarro con su abuelo en su lecho poco antes de que éste falleciera y ahora, ahora que había tomado la decisión más difícil de su vida este pequeño amigo le infundía un poco de tranquilidad a su cuerpo.
-Hola mi amor, ¿me demoré mucho? –Interrumpió sus cavilaciones una voz detrás de él.
-Hola –Respondió. Ya empezaban a sudarle los dedos y aún no decía nada. Había ensayado toda la noche la forma en que se lo diría, se tocó el bolsillo de la chaqueta para cerciorarse de que no se le había quedado el anillo debajo de su almohada. « Lo mejor será empezar de una vez» pensó, tomo una última bocanada de humo del cigarrillo y lo arrojó para tener libres ambas manos.
-Cariño, vamos al café de junto, hay algo que te quiero decir...
El cigarrillo rodó hasta donde estaban unos escolares, ninguno de ellos superaba los nueve años, caía la tarde y ya debían ir camino de sus hogares, pero no lo habían hecho. La aparición de este cigarro, casi nuevo y aún encendido los hizo mirarse las caras. De pronto uno de ellos se agachó rápidamente, lo tomó y salió corriendo hacia un oscuro callejón del puerto.
« Estos huevones no me van a encontrar aquí» Pensó. Nunca antes había tenido un cigarro en sus manos, su padre se lo hubiera quitado y después le habría golpeado. Bueno, le hubiera golpeado de todos modos, siempre lo hacía y no necesariamente tenía que haber una razón.
-Un día voy a matar a ese culiao –Se repitió para sí como lo hacía cada vez que recordaba las palizas que le daba el viejo.
Volvió a mirar el cigarro y se lo llevó a la boca, aspiro con timidez. El humo le hizo toser, volvió a aspirar y esta vez ya no tosió. Sintió un leve mareo, pero no era algo desagradable. De pronto miró a su alrededor, ya era de noche y todavía andaba en la calle, eso ya era suficiente motivo para que su padre volviera a descargar su pesada mano sobre él.
Aspiró por última vez y arrojó el cigarro a un rincón del callejón, sintió que el humo le infundía valor, fumar era de hombres y ese pensamiento le hizo sentir mejor.
-Un día voy a matar a ese culiao –Se iba repitiendo mientras caminaba hacia su casa.
El viejo había observado toda la escena en silencio, con los años había aprendido a formar parte de los escombros del callejón. Cuando la pequeña figura se había alejado lo suficiente decidió acercarse a esa lucecita roja que brillaba en el piso.
-Un puchito –Dijo en voz alta, pues hacía años que hablaba todo lo que pensaba. Esto asustaba a algunas personas, pero eso no era malo porque siempre le gustó estar solo.
Tomó el cigarro con su temblorosa mano y aspiró, el humo comenzó a traerle recuerdos que el ya creía olvidados. Y por primera vez en mucho tiempo pensó sin que sus labios se movieran.
Recordó que hubo un tiempo en que no estaba solo, estaba con Maria. Él recorría los mares del mundo en un barco pero siempre que volvía estaba ella esperándolo. Recordó aquel último viaje del que volvería para casarse con ella. Pero ella no estaba ahí a su regreso. «Tuberculosis» Le dijeron, él no estaba preparado para eso. Siempre temió que otro hombre le quitara a su mujer, podría hallarlo y pelear por ella. Pero como pelear con la muerte, ¿cómo?.
Sólo el alcohol, calmó su dolor en esos días...y en los que siguieron. Hasta este momento todo ha sido como un mal sueño, estaba viejo, cansado y deteriorado. Pensó en dormir, pero hacía mucho frío para dormir, «Los periódicos ya no abrigan como antes » Pensó. Aspiró lo que quedaba del cigarrillo, lo arrojó lejos y se enrolló para sentir menos frío. Cerró los ojos y pensó en los de su amada. Botó el humo que le quedaba en los pulmones y con el humo se fue también lo que le quedaba de vida.
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