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CAMINAR...
Caminaba con la despreocupación del que no iba a ninguna parte, del que solo quiere agotar tiempo; caminaba por caminar, por ver cambiar el paisaje ante sus ojos, por sentir en el rostro el fresco viento vespertino que se remolinaba en los rincones haciendo volar las hojas secas como desordenadas mariposas.

Contaba con menos de media tarde y le parecía que disponía de media vida. Se había aflojado la corbata y el saco lo llevaba descuidadamente doblado sobre su antebrazo mientras que una extraña ligereza le permitía enfrentar el recorrido como una diversión que no había vuelto a experimentar desde sus épocas de infante.

Admiraba una bella muchacha que venía hacia él en sentido contrario, cuando casi se cae al tropezar con un desnivel de la acera, ella se rió y él también, en ese momento nada era capaz de indisponerlo, cuando se cruzaron, un delicioso perfume mezcla de extractos de flores y de juventud lo envolvió y lo siguió acompañando en su recorrido.

Hacia su derecha, al otro lado de la avenida, un solariego parque ocupaba la totalidad de la manzana, no era muy grande, la barda que lo circundaba estaba incompleta y semiderruida por el tiempo y el abandono, las huellas de la desidia de los vecinos eran evidentes, los escasos artefactos mecánicos que tenía estaban inservibles y el poco césped que le quedaba, descuidado y cundido de malezas, pero tenía diseminadas unas rústicas bancas de madera estratégicamente situadas a la sombra de los pocos árboles que todavía le quedaban y le pareció del carajo sentarse en una de ellas, ver pasar a la gente y dejar que transcurriera libremente el tiempo; de pronto hasta se compraba una paleta, pensó.

Tiró descuidadamente el saco en el respaldar de la banca y antes de sentarse oteó el rededor y se remangó la camisa hasta más arriba del codo. Le hubiera gustado tener un libro en ese momento y quedarse leyendo mientras la luz lo permitiera.

Se sentó, estiro las piernas y se aflojó los cordones de los zapatos para sentirse verdaderamente cómodo; terminó de quitarse la corbata y la metió en uno de los bolsillos interiores del saco.

El secreto consistía en haber sabido desconectarse mientras recorría las pocas cuadras que separaban su casa del sitio de trabajo; lo había hecho en muchas ocasiones, pero en su automóvil y ensimismado en cualquier nimiedad que no ameritaba la atención que le dispensaba y no era lo mismo; nunca como hoy le había dado prioridad a la percepción de la paz que envolvía al vecindario.

Al rato se le acercó el paletero y le compró una de piña; “De piña para la niña” musitó con voz queda mientras le quitaba la envoltura de papel que la cubría, como lo hacía cuando niño, inflándola por la parte de atrás; el paletero le recibió la envoltura, la arrugó, la introdujo por una ranura que el carrito tenía en uno de sus costados, y siguió su lento deambular por los caminos internos del solitario parque.

De qué viviría, se preguntó al verlo alejarse tocando alegremente su campanita como festejando el gran negocio de haber vendido la primera paleta de la tarde; de niño, cuánto los había envidiado, suponía que nunca tenían que preocuparse por la comida ya que desayunaban, almorzaban y cenaban paleta, la vida perfecta.

La algarabía de unos niños uniformados del Colegio, distrajo su atención y lo hizo olvidar al paletero, eran muchos pero venían repartidos en pequeños grupos, riéndose y haciéndole bromas los más grandes a los más pequeños, así es y seguirá siendo la vida. Algunos con vistosos morrales en los que cargaban sus útiles escolares; los estudiosos se distinguían porque caminaban juntos y hablaban quedo; las mujeres, en grupo separado, parloteando sin parar todas al mismo tiempo, entre ellas el compañerismo era mas marcado; muy pocos, pero los había, soñadores, eran inconfundibles, caminaban solos y su ruta no era definida, flotaban, miraban todo pero sin concentrarse en nada. Cerraba el grupo el consabido par de novios, embebidos en su relación y totalmente ajenos a lo que ocurría a su rededor.

A la sombra del follaje de un frondoso Almendro, varios niños en la arena trataban de erigir un castillo sin más herramientas que sus manos y otros se columpiaban peligrosamente de una de sus ramas; a pocos pasos las desentendidas ayas formaban un animado corrillo rodeando al uniformado policía del parque.

Había caído en un placentero sopor hasta que el frío frescor de la mortecina tarde lo regresó a la realidad; hasta el uniformado policía había partido, las ayas con sus niños también, solo quedaba un pordiosero que no había visto llegar y que lo miraba con desconfianza mientras que en una de las bancas mas apartadas desocupaba un raído costal y con el contenido preparaba su nido para pasar la noche.

Ya las células fotoeléctricas habían comenzado a encender automáticamente el alumbrado público cuando continuó su despreocupado paseo. Estaba a muy pocas cuadras de su vivienda.

Las calles parecían otras, ya no eran las mismas, la tranquilidad se había perdido, la congestión vehicular con sus ruidosas bocinas había polucionado el tranquilo ambiente vespertino. Una ligera pero persistente llovizna hacía que la luz de los faroles se reflejara en la empapada superficie de la calle y que el discurrir de los automotores fuera lento e intermitente.

Aunque no lo incomodaba el mojarse, se puso nuevamente la chaqueta y su atención se centró en los rostros que se vislumbraban al interior de los automóviles. Desencajados, fatigados, adustos; cada uno de ellos marcado por su particular preocupación. Sonrisas muy pocas, el lugar común era los seños fruncidos y la fatiga espiritual que todos manifestaban hacia el exterior. Se asustó, en esa condición debía haber recorrido él esa misma calle todos los días. Lástima que su automóvil no se dañara mas a menudo, pensó mientras continuaba chapoteando en su tranquilo caminar.
FIN.

Texto agregado el 05-02-2005, y leído por 267 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
05-06-2005 Me ha encantado tu texto, me recuerda mucho a mí misma, la verdad. Por momentos he adorado a tu personaje. Un beso. Lurylow
20-05-2005 De un tema baladí, has hecho un cuento con muchas descripciones,bastante buenas, ES conveniente, según el profesor de un taller virtual que hay por ahí ,que no se usen mucho los adverbios de modo, los terminados en mente. doctora
30-03-2005 Narración impecable, que transmite tranquilidad y sosiego. Un recorrido reposado, que satisface muchísimo. Te felicito, es un buen texto. Saludos. monelle
17-03-2005 Con casi nada has hecho un intimista relato prolijamente narrado. Te felicito. * * * * * peinpot
17-03-2005 Con casi nada has hecho un intimista relato prolijamente narrado. Te felicito. * * * * * peinpot
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