- ¿ Quién destruyó tus alas? - Expresó con tono de asombró y lastima al observarla indefensa en el asfalto, desnuda y temblorosa, no sabía si por el impacto que había sufrido al caer o por el frío del pavimento.
- ¡ ALEJATE!- dijo ella sin levantar el rostro, con un tono rasposo en sus palabras, intentando con ello disimular su miedo. - ¿Puedo ayudarte? – él se atrevió a tocar el hombro de aquella Ninfa Celestial.
-¡QUE TE LARGUES HE DICHO!- El matiz empleado fue quedo, pero imperativo deseando alejar lo antes posible al hombre. Corría un viento gélido que inundaba el ambiente, raro durante las sofocantes noches de verano sofocantes características de la ciudad – Aún no se habían visto los rostros- Ella esquivaba con tenacidad a su inquisitivo y generoso protector. Mientras que él deseaba levantarla del piso y enseñarla a volar sin alas.
Su respiración era acelerada, sin saber la razón sus piernas temblaban de pánico ante la presencia del mítico ser. Muchas veces había imaginado ese encuentro, eso le provocaba confusión, no sabía si aquello en realidad estaba ocurriendo o era producto de su necesidad de amar.
El Ángel caído permanecía inmóvil, con la posición fetal que sentía protegerla. Su cabellera caía en madejas desordenadas sobre el concreto, formando una mancha purpúrea que bien podría confundirse con el líquido rojo que corre por los cuerpos mortales.
- Déjame ayudarte – Suplicó nuevamente, mientras se inclinaba un poco más hacía el Espíritu Celeste, esta vez no lo rechazó y pudo sentir la seda de su piel, virginal, pura, santa.
El jadeaba, no lograba explicar que estaba ocurriendo, pero cuanto más cerca estaba de la mujer, más quería retenerla a su lado. Deseaba retar al injusto ser que la habría corrido del paraíso, temiendo más a amarla, que a la perversidad de los pecados que aquella indefensa criatura pudo haber provocado.
- ¡VETE! – Dijo con un poco de piedad y lástima hacía él – Por favor no me conoces, continua tu camino.
Creyó desfallecer; quizás ella sentía lo mismo y deseaba huir del sentimiento que estaba creciendo en su corazón. El ser alado al percatarse que nada de lo que dijera podría apartarlo cedió.
Se levanto, la luz del ocaso podría traspasar su cuerpo, como si el sol antes de morir quisiera llevarse consigo un roce de su tersa piel. La desnudez de su cuerpo lo hacía reflexionar sobre la perfección del señor, y aún aquella pregunta rondaba por su cerebro: ¿ Por qué?
En sus ojos podía admirarse e investigar la existencia e historia de todo aquello que suele llamarse imposible. Miró la figura de Era Montada en un Pegaso, inyectando con Odio y resentimiento el alma del resto de los dioses, observó a Sísifo y se estremeció al oír los lamentos de aquel ente condenado a rodar una piedra por una cornisa durante toda la eternidad.
El pasado, la ficción, la mentira y lo imposible quedaban yertos al ver con detenimiento los ojos del Ángel. De pronto una luz cegadora le impidió seguir admirando su belleza; un graznido espeluznante estremeció su cuerpo y logró cimbrar hasta lo más profundo de su ser. Los cabellos semejaban látigos que lo aprisionaban; pero al intentar huir de ellos más laceraban y llagaban su piel.
Un penetrante aroma a azufre inundo el sentido del olfato del ingenuo osado, de pronto la neblina se fue disipando y pudo admirar a su amada gárgola. La piel porcelana fue vista como era en verdad, con un verdoso color que pigmentaba su dermis.
- NO ME CORTARON LAS ALAS, SOLO FUI LO QUE TU QUERIAS QUE FUERA. Unos segundos después una vestimenta carmín se apoderó de su cuerpo, el resto de los sonidos fueron extraños, las imágenes borrosas y el llanto eterno. |