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Estoy tirado de brazos abiertos, sobre el colchón, al medio de mi sala vacía. Es sábado y según puedo recordar ayer di una fiesta de inauguración en esta nueva casa. Hay decenas de chapitas de cerveza consteladas sobre el parquet. Las chapas y el colchón son lo único que existe en mi sala. Sobre el colchón estoy yo, de brazos abiertos. Estoy tratando de pensar en cómo hacer para que los señores de la mudanza se desvíen y nunca lleguen aquí con los muebles. Tampoco quiero el televisor ni esos horribles cuadros. He llamado a la compañía y me han dicho que no pueden quedarse con mis cosas. Les he pedido por favor que le pregunten a los señores que cargan si quieren quedarse con mis cosas. Juro que lo he pedido por favor. Me han dicho que no es parte de su política hacer eso.
Estoy imaginando al camión de mudanzas viajando con los paquetes por las principales avenidas de Lima a plena luz del mediodía. La gente de los otros carros podrá distinguir la cabecera de mi cama llena de tontos stickers, sin embargo para ellos solo será una cabecera más de una cama cualquiera. La gente de los otros carros verán mis cajas de libros, el viejo armario y la bicicleta anaranjada pero para ellos solo serán una caja, un armario, una vieja bicicleta y nada más. Estoy tirado sobre el colchón pensando en todo ese pasado volviendo hacia mi a ochenta kilómetros por hora, como uno de esos amigos insoportables que nunca se largan. He vuelto a llamar a la compañía y les he pedido que lo dejen todo abandonado en alguna parte. Han pensado que estoy tomándoles el pelo y se han portado muy mal conmigo. Les he dicho que me rasco con su maldito decálogo. Me han colgado el teléfono. Sospecho que no por eso dejarán de traer todo hasta aquí.
Ayer invité a algunos amigos a que conocieran la nueva casa. Todos estábamos tirados sobre los colchones que era lo único que había podido traer adelante. A nadie se le ocurrió preguntar por las sillas o el espejo. Pasábamos las cervezas y las bebíamos. Nos mirábamos y asentíamos con la cabeza. Sonreíamos. Nadie hablaba de las sillas o de los muebles o del tonto espejo. Preguntaban por Alicia que aún no llegaba pero no preguntaban por el espejo. Ahora absolutamente todo viene en camino dentro de ese camión de mudanza y estoy preguntándome si en realidad hace falta.
He salido de casa y me he ido a esconder a una esquina desde donde puedo ver la puerta del edificio. Los hombres dijeron que llegarían a la una de la tarde. Faltan unos cuatro minutos para eso. He estado jugando con unas piedritas. El camión se acaba de estacionar frente a mi casa. Son dos hombres. Uno lleva unos papeles en la mano, el otro toca el timbre. Después de un rato parecen preocupados y vuelven a meter el dedo en el timbre, esta vez con más fuerza. Estoy en la esquina mirando esas cajas que yo mismo sellé. Hay una que tiene unas cartas y unas fotos que me ponen la mar de triste. Está la bicicleta con la que voy hasta la laguna de los patos a ponerme triste y está también mi enorme cama triste. Los hombres parecen confirmar el número de la casa en sus papeles y vuelven a tocar mi timbre. Estoy pensando en que pronto se aburrirán y dejarán de tocar. Probablemente mañana vuelvan, pero entonces volveré a esperarlos en la esquina. Algún día se aburrirán y se llevaran todas esas horribles cosas a algún lugar muy lejos de aquí. Estoy contando con eso.
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Texto agregado el 04-02-2005, y leído por 551
visitantes. (12 votos)
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Lectores Opinan |
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01-05-2006 |
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that is true, somos nosotros y nuestros bagajes, inconcebibles para los otros, y nuestras piedritas, mi amigo!! efelisa |
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20-04-2005 |
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Sólo te he leido un par de cosas y hablan de domingos y de cajas. Corro dos riesgos si te sigo leyendo: seguir disfrutando o caer en depresión (yo tambien cuento cuervos y esquivos cajas pero después de leerte no sé si hacerme sexadora de pollos y limitarme a leerte. :) entrelineas |
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27-02-2005 |
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Burbuja tiene razon, me lo contabas al oido y yo te veia ahi, agazapado en la esquina esperando a que los hombres del camion se desesperen y se aburran. Y es que a veces hermano queremos dejar todo atras y empezar de cero. Pronto te das cuenta que cada uno de esos stickers en la cabecera, o cada pato de la laguna guardan mil recuerdos felices a pesar que ibas alla a ponerte triste. 5 estrellas, como es usual en tus cuentos. kurdo |
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27-02-2005 |
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Burbuja tiene razon, me lo contabas al oido y yo te veia ahi, agazapado en la esquina esperando a que los hombres del camion se desesperen y se aburran. Y es que a veces hermano queremos dejar todo atras y empezar de cero. Pronto te das cuenta que cada uno de esos stickers en la cabecera, o cada pato de la laguna guardan mil recuerdos felices a pesar que ibas alla a ponerte triste. 5 estrellas, como es usual en tus cuentos. kurdo |
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25-02-2005 |
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Los he leído casi todos, y me han gustado. Sólo hasta ahora me he animado al comentario. Se nota que tu personaje aún no descubre la importancia de tener un único pasado. Cuando yo era un niño me aprendí la Ciudad de memoria pieza por pieza. La frase que más recuerdo de mi infancia es “váyase atrás pa’que no se caigan las cosas”. Y lo que más me molestaba no eran las 500 matas o los 50 canastos con retazos o los 7 costales con las ollas o las 13 cajas con recortes de periódico o las tablas dispares de las camas, no, no era nada de eso; era que yo no había acabado de hacerle el hueco a la puerta del baño, ni violado todas las cerraduras, ni leído todos los diarios, ni descifrado todas las cartas de amor, ni olido todas las ropas, ni oído todos los casés, ni acomodado todo otra vez con precisión de relojero, cuando ya mi mamá me estaba gritando que me moviera por los helechos, y a mí me tocaba salir de donde estuviera y parar de inventarme mi casa, mi barrio, mis vecinos y mis amigos de toda la vida. harlot |
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