Al mediodía llegó la barcaza con los turistas. Los estábamos esperando, habían partido de Salvador a la hora de siempre, y ya habrían terminado su visita la Isla dos Frades,y venían a la Isla de Itaparica, donde vivimos. Y porque desde que yo recuerdo, no hacemos otra cosa que esperar a los turistas para venderles los cachivaches. Todos nosotros les vendemos cosas a los turistas. ( La verdad, cualquier cosa compran). Suelen ser buenos, nos sonríen, nos toman retratos, compran los recuerdos y luego de que les dan un paseíto, de esos para tirar una foto para decir después aquí estuve yo,se van por el mismo rumbo por el que vinieron. Todos ellos hacen siempre lo mismo, lo que el guía les indica a gritos, y claro, no se separan unos de otros porque no pueren correr riesgos. Y los visitantes por estos lados ven riesgos por todas partes, y si no los ven, claro, se los inventan, para que no cometan la osadía de tomar iniciativas no contempladas por los dueños del paseo.
Y recuerdo claramente la única excepción, ya de que la hubo, la hubo. Cómo no recordarla, si casi cambia el orden natural de las cosas aquella odisea. Quién no se acuerda de tan maluco episodio.
Un hombre, que parecía viajar solo, divisó cerca de esos árboles que están allá,tal vez al límite de lo permitido observar a los turistas, un enorme revoloteo de mariposas azules. Fascinado por la fuerza de aquellos colores diáfanos, sin pensarlo dos veces se fue directo a contemplar de más cerca ese milagro de Dios. Yo lo vi, y lo vi meterse detrás de los árboles para encontrarle sus nidos, para saber por qué dormían despiertas, para tantear con los dedos el grueso de las alas, o por último para verificar que no hubiese sido una maniobra de mariposas falsas preparada por la empresa turística para alucinar aún más a los paseantes.
Lamentablemente, el hombre no supo detenerse a tiempo, y se metió temerariamente en la jungla. El guía no se percató de esta fuga, los restantes turistas tampoco lo vieron, y sólo quedé yo como testigo, y yo, para jorobar no más, no quise decir nada.
El hombre, a poco andar por entre los matorrales, se perdió definitivamente, ya que aunque esfrozara la vistal mil veces, no había camino alguno de vuelta. A poco andar, se encontró con un arroyo pedregoso por el que van de arriba hacia abajo unos peces colorados con grandes agallas transparentes, y el hombre, entre perdido y ensimismado se olvidó de las mariposas y se fue tras los peces colorados.
Por otra parte, al resto de los turistas los llevaron a ver la casa de los Chair diciéndoles que ahí mismo estuvo de vacaciones Cristóbal Colón, ( otras veces les hablaban de Américo Vespucio, y hasta de Marco Polo ),luego los hicieron presenciar una danza o demostración de capoeira, para que tomaran fotografias de aventuras, teniendo como fondo una pequeña cachoeira donde se tomaba agua con propiedades curativas, pero que en ralidad era nada más que agua potable común y corriente. Luego de que la mayoría bebiera agua con propiedades curativas, se dio por finalizado el paso por Itaparica de los turistas de ese día, los subieron a la barcaza y su fueron para siempre.
A esa hora, Luciano, que así se llamaba el turista perdido, ya iba río abajo tratando de alcanzar con la vista un sol naranja grande y redondo que se caía tras los cañaverales. Nunca podría olvidar su expresión de criatura al ir descubriendo en el campo salvaje todas la mariposas, gusanos fosforescentes, vívoras de colores , monos voladores, frutas y otros inventos de la naturaleza que su escritorio nunca le había permitido conocer.
Y también supo de las agresiones.
Durmió a la intemperie y despertó con los tobillos y las manos enteras agujeradas por los mosquitos, pero con el ánimo muy bien templado, así que no le dio tanta importancia al hecho que estaba perdido en medio de un arboladura desconocida. Siguió el curso del arroyo sorteando con torpeza los obstáculos que el fondo gredoso no le permitia visualizar, y después de siete curvas bien contadas, el arroyo desembocaba en otro mucho más grante, que ya era un río.
Anduvo mucho rato por las arenas de las orillas, tratando de adivinar a quén pertenecían las trillas marcadas en la noche reciente, pero no pudo imaginar cuál pudo haber hecho esa huella parecida a la de una canoa arrastrada.
Lo supo más tarde, cundo vio a unos niños tanteando la arena con una vara de caña muy delgada.
Los niños se alegran al verlo:
-Señor, Señor-gritaron-¿ Cree usted que estos huevos de tortuga están buenos para ser comidos?..
Luciano, sorprendido, vio la misma huella de canoa que terminaba en el agujero que habían abierto los niños. Con mucha sorpresa se asomó a examinar lo que decían eran los huevos.
-Ahí-exclamo-
Los niños, inquietos y anhelantes, esperaron una respuesta. Hay cosas que no pueden hacer sin el consejo de un mayor, peor aún si ya un mayor los ha sorprendido en esas travesuras.
-No lo sé-contestó Luciano, sin dejar de mirar el fondo gelatinoso del hueco en la arena.-
-No sé nada de esto, yo no soy nada más que un turista... e hinchó el pecho:-Soy agente comercial-dijo-
Los niños no dijeron nada más, se quedaron desconcertados mirándose unos a otros. Sólo cuando lo vieron ya a la altura de la primera senda, soltaron algunas carcajadas.
La ansiedad por encontrar un poblado que lo salvara de aquel estravío que por cierto ya iba perdiendo toda su gracia, le permitó olvidar que habían pasado muchas horas sin haber comido nada. Por ahora eso no le causaba preocupación. Apenas sufría una molestia en los pies a causa de los zapatos mojados.
Las primeras casas de campesinos aparecieron de repente. Estaban hechas de troncos y hojas de palma trenzadas que sobraban y caían de los techos. Parecía un lugar en extremo tranquilo. Abajo, en medio de una empalizada, se hallaba un campesino pescando.
-Buenas tardes-le dijo-
-Buenas tardes, señor.
-¡Pescando?
-Así no más, pues.
-Escúchemme-le dijo en serio-soy turista y estoy perdido....
-¡ Ah...¡- dijo el pescador- ¿Y se puede saber de qué está perdido?
De mi barcaza, de mi grupo, de mi ciudad...
-¡Ah! ¡Y cuál es su ciudad?
-Puerto Grande- respondió Luciano-
-¡Ah!
-¡Sabe cómo podría llegar allá...?
-Yo no podría saberlo, señor...¿ Qué más sé yo que de bagres y surubíes ?...Nada...pero....se me imagina que usted puede volver de la misma forma en que vino hasta este lugar...
-Es imposible-contestó Luciano--
-Bueno, entonces puede quedarse acá, siempre que sepa usted desenterrar mandioca...
-Es imposible-insistió Luciano e hinchando el pecho, agregó-yo soy agente comercial-
-Ah-- ¡Y se puede saber que es eso?
-Son funciones muy elevadas, buen hombre, respondío Luciano-casi tan delicadas como conducir los destinos de la Patria...
-Ah...está bien -respondió el campesino- tal vez por eso tiene los ojos hichados...
-Entiendo -contesto Luciano- ha de ser resultado de tanto ver cosas de colores.
-Puede ser así...pero yo me refería a los mosquitos.
-Ah...escúchame, ¿ no traen turistas por aquí?
-Uff...antes traían, pero hubo algunos que bajaban los precios, hasta que la agencia decidió llevarlos para otro lado....no me quejo... por mí está bien- agregó - los turistas me volvían loco...
Bueno , hasta luego.
Suerte, amigo.
Ahora por un camino cada vez más ancho, Luciano caminaba con los zapatos en la mano y sin ninguna otra dirección que no fuera la que le marcaba su intuición. Bien podría haber sido ese camino una carretera, si no es porque no había rastros de paso de nada, como si la hubieran construído para comunicar dos puntos que jamás han existido. No se veía a nadie a quíén preguntarle para qué estaba eso ahí, ni para dónde su supone que va.
Luciano buscaba respuestas lógicas y encontraba nada más que pistas absurdas. Tal vez era un simple acto de corrupción, un camino sin sentido, pero camino al fin. Anhelaba un ordenamiento más racional, pero no encontraba los elementos para hacerlo efectivo ni siquiera ni en su más dormida imaginación.
No fue distinto cuando halló a varios hombres alrededor de una pequeña laguna, discutiendo a cuál de los animales correspondía una huella estampada en el lado de la orillas. Era una marca pequeña, y ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo, uno de los hombres le habló a Luciano.
-A ver don..usted diga quíén gana...¿ De qué bicho es esta huella?
-No sabría contestar-dijo Luciano, sonriendo.
-Diga no más, con confianza, don, no nos vamos a enojar.
-No , replicó Luciano-ustedes no entienden, yo no soy cazador - yo soy agente comercial.
Los hombres se miraron entre sí, incréduulos por la peculiar respuesta de Luciano. El no se desesperó, dejó que la conversación fluyera con naturalidad, como si supiera medir el tiempo de entendimiento que ocupa cada tipo de persona. Yo pensé que tal vez esos hombres no iban a comprender jamás que un agente comercial no tenía ninguna necesidad de conocer aquellos detalles de la naturaleza. Por el contrario, aquellas cosas podrían llegar a distraerlo de sus complicadas funciones. Pero esa gente poco instruída jamás llegaría siguiera a sospechar de estas cosas complicadas de la vida. Pero, estando donde estaba y necesitando de esa gente, la realidad se volvía también un ejercicio complejo.
-Lamento no poder ayudarlos, caballeros -agregó-
Se oyó como una frase formal, pero ellos no lo adviertieron, y por cierto no podrían advertirlo tampoco. Los hombres siguieron sospechando lo mismo, que Luciano el perdido tuvo miedo de comprometerse con su opinión acerca de la huella en cuestión.
Y Luciano continuó su rumbo errático.
Allá lejos, apareció un poblado de no muchas casas ordenadas en una calle a orillas del mar,observó una fogata para hacer demostraciones al medio de la calle, las construcciones llenas de plantas y flores en los muros y en los techados, al fondo de esa misma calle una iglesia de piedra abandonada con árboles que salían de las ventanas y se doblan hacia el cielo, un gran letrero de metal que indica que toda el agua del pueblo es una agua mineral saludable, y al fondo de todo un gran pedazo de mar atlántico, azul cuando la marea está baja, verde cuando está en alta.
Luciano notó que la población se hallaba en ajetreos, de un lado para otro, vestidos con los mismos atavíos de aborígenes que tal vez utilizaron sus antepsados en tiempos remotos. Si en toda esta travesía Luciano no hubiera ganado alguna experiencia; hubiese pensado que esta población se encontraba en pie de guerra contra un ejército Real. Tapados de plumas, trajes labrados en fibras naturales, las caras pintadas y todos descalzos, terminando de limpiar meticulosamente las calles y los pocos vidrios que habían. Le quedó todo claro cuando descubrió que escondían en los patios de las casas todos los artículos modernos, las jaulas con los pajaros, las botellas de cerveza, las pizarras con los precios locales, los enfermos de lepra y las mesas para jugar dominó. Se acercó a un debutante que se reía de su propio disfraz de guerrero bajo el techo de la vereda.
Eh...amigo, ¡A qué hora llegan los turistas?
-Allá vienen los primeros galeones-dijo señalando hacia el horizonte..pero, y usted?: ¿ de dónde salió?
-Yo soy turista- le contestó Luciano-pero me perdí hace algunos días...me perdí en el sector donde se llevó a cabo la batalla de los Dioses dormidos...
bueno, eso decían y ahí me pedí... yo soy agente comercial, ¿ sabe ? y pretendo volver.
-Ni lo sueñe, mister-respondió el otro-nadie va a creerle su historia...y ningún extraño puede subir a los galeones, eso ya debe saberlo usted.
-¡Acaso no parezco turista¡ No ve que soy gordito, blanquito, llevo pantaloncitos cortos y zapatillas nuevas?
El guerrero sonrió:
-Bueno, amigo, y no digo más porque ya llegan los turistas. Sólo quiero advertirle que anoche cruzó la frontera. Y se malhumoró. ¡ Usted está ahora en mi país y a mi no me gusta la gente del suyo ! Aquí ,usted no es turista ni agente comercial ni nada..usted es un ilegal apenas.
-Ah...¿ Así me ve usted?
-Así lo vemos todos
-Igual tendrá que escucharme.
-Apenas un ilegal. Eso, sólo por caminar unos kilómetros de más, sin presentar los documentos.
Así no más.
Mientras, el incesante trajinar de la gente cesó y cada uno tomó posición de acuerdo a su oficio : el pueblo verdaderamente tenía el aspecto de salvajismo que era necesario para la presentación, en Cincluyo se habían peocupado de tapar los postes de alumbrado con papelitos de colores, y de tapar con árboles las casas de atrás para que no se viera la pobreza. Ya se ecuchaban los gritos de entusiasmo de los turistas por la aventura de llegar a conocer este poblado salvaje.
Luciano logró abirse paso entre los vendedores que les hacían un calllejón de ofertas a los turistas, y estando junto al paso del grupo recién llegado, les habló con voz firme.
-Buenas tardes, amigos..miren..yo también soy turista, pero me perdí de mi grupo ...¿ con quíén debo hablar para intentar volver con ustedes ?
Dado el alboroto de la entrada, las instrucciones que resguardaban la seguridad, el desconcierto de la entrada y el asedio de los vendedores, nadie le respondió a Lucano. Es más, no hubo siquiera un solo turista que lo mirara. Así que caminó en el mismo sentido de ellos tratando que sus palabras encontraran asidero, pero de ahí y hasta el local del Sol Naciente repitió la maniobra inútilmente:
Entiendo que no me quieran hablar- repetía-hay que ser cautos con estos bárbaros, pero yo no soy de aquí, yo soy agente comercial en Puerto Grande...
Nada, a nadie le interesaba, quizas porque lejos de utilizar la vestimenta nativa, la suya estaba sucia y estropeada. Más parecía un escapado de la penitenciaría que ninguna otra cosa de las que el mismo se adjudicaba. Comprendió que así era imposible salir de buenas maneras, y Luciano comenzaba a ofuscarse . Se detuvo, y cuando lo hizo, los ojos le brillaron como les brillan a los delincuentes antes de escapar. Dio tres saltos y se zambulló en el agua, y nadó sumergido por mucho rato en sentido semicircular, para aparecer por detrás de uno de los galeones. Así como nadie lo vio antes, nadie lo vio ahora. Rodó por la cuerta de madera y se parapetó debajo de una de las mesas del bar. Estaba muy nervioso.
-No sé para qué pedí mi tiempo con esos japoneses-murmuró-Al fin y al cabo tenían que ser ellos los que me encontraran aquí, y tendrán que ser ellos los que me manden a la cárcel por culpa de las mariposas azules, porque ya las adivino : aquí me pillan y a la cárcel me llevan. |