Caíste de tu trono mientras cerrabas tus ojos
a mi dolor, como siempre disfrazado
de fortaleza y esperanzas...,
pero no por eso deja de doler...
Tal vez caí en mi error más juzgado,
esperar en silencio de quien crees que te ve...
Pero tú no eras cualquiera...
Eras mi Dios, mi verdad...,
el cimiento de mis esperanzas,
mil veces derrotadas...,
la llave de esa puerta que nunca abres
en el sueño que siempre te atormenta...
El arcoiris de mis días nublandos,
mi eterna conexión con la realidad...
La apariencia engulló, audaz,
tu disfraz de apoyo incondicional;
tu miedo sobrepasó tu amor
y no te culpo por ello...
Pero entonces no me ves...
Entonces vives ajeno a mi dolor...
Entonces la felicidad que me deseas
es sólo una proyección que transcurre
sin ningún espectador...
Sólo yo y mi soledad...
Yo, ajena..., en tu vida ajena,
ahuyentando los fantasmas de mi decepción
que me hablan de tu humanidad,
rozando el egoísmo, que en el fondo yo,
también gasto cuando ignoro tus pesares...
Entrelazada al pena con el dolor de sentirla,
caen gotas de rocío que desdibujan tu imagen,
prefabricada en mi pequeña mente
que se agarró de tu mano
sin quererse soltar jamás...
Y es la vida, y no tú,
quien pide a gritos que camine
mi camino, sóla, sin ataduras...,
con esos miedos a cuestas
que un día me ayudarán a decidir
cuál es mi camino..., el que deseo,
el que me late dentro tan fuerte,
que ensordece mis ilusiones, al alejarme...
(A mi hermano, una disculpa de mi alma...)

(02/02/05)