Ojo Avizor siempre estaba un paso delante de Avezado. Si este último perdía una pieza de caza, allí estaba encima de él el sagaz personaje para adivinar en el fondo de sus ojos oscuros, cuales habían sido las razones de tal descuido. Avezado temía siquiera parpadear para no develarle sus secretos al suspicaz tipo.
Ojo Avizor calculaba con exactitud la mejor época para cazar y la más adecuada para sembrar. Avezado obedecía con prontitud y observaba con admiración las grandes dotes de su superior.
La mente de Ojo Avizor era una máquina perfectamente lubricada que en breves pero precisos trazos inventaba algo útil para la comunidad. Todos le respetaban, muchos le temían y muy pocos le querían, puesto que el tipo era severo, poco dado a las complacencias y sabedor de su importancia en la comarca, se daba ínfulas de imprescindible.
Pronto Avezado, por el simple expediente de la observación, aprendió a calcular el día exacto en que la semilla se abriría para expandirse en sarmientos vigorosos, supo que el bisonte regresaría cuando las aves lo anunciaran con sus graznidos sugerentes. Aprendió a efectuar primarios cálculos basados más bien en la intuición que en otras fortalezas. Al cabo de varias lunas, el muchacho supo que podía competir con Ojo Avizor.
Ojo Avizor presintió aquello y sugirió que Avezado fuese a las montañas a buscar las hierbas de la Prudencia. Sabía muy bien de la gran debilidad física del muchacho y de los muchos obstáculos que se le interpondrían en su azaroso trayecto. Según las leyes de la tribu, el que no regresaba con las hierbas, era expulsado del territorio y nunca más podía regresar a él.
Avezado aprendió a suplir sus debilidades, reservando fuerzas para los tramos más complicados, se guareció en los lugares que la sensatez le aconsejaba, se hizo fuerte, no por su potencia sino por el uso racional de sus recursos, recolectó las raíces de la hierba de la Prudencia y al cabo de cinco días regresó feliz con su cargamento.
Su importancia en la comunidad fue creciendo. Ojo Avizor le miraba de reojo y su corazón se inflamaba por el rencor. Sabía muy bien que no podían existir dos sabios en la tribu por lo que era necesario deshacerse del muchacho. Pero este ya era muy bien considerado por los jefes y atentar contra su vida podría acarrearle serios problemas.
Ojo Avizor predijo que el primer tallo de aquella planta aparecería en dos días, Avezado afirmó que en menos de una jornada éste nacería a la luz del sol. Las cifras esta vez jugaron a favor del pronóstico del muchacho y la algarabía se apoderó de quienes le admiraban. Ojo avizor se introdujo a su tienda, herido en su amor propio y allí se dedicó a invocar a sus antepasados.
Esa noche, mientras el muchacho dormía, el sabio se arrastró decidido a su tienda puesto que calculó el momento exacto en que Avezado estaría procesando su sueño más profundo. En su mano brillaba un puñal y en su rostro se dibujaba una sonrisa malévola. Abrió la tienda con su mano trémula y se introdujo en ella para cometer el horrendo acto. Su sombra se dibujó aterradora cuando alzó el puñal y lo descargó con furia sobre ese cuerpo inmóvil.
Los jefes esperaban fuera de la tienda cuando el sabio emergió de ella. La sonrisa se congeló en sus labios crueles cuando comprobó que la hoja de su puñal estaba limpia.
Más se aterró cuando vio a Avezado entre los jerarcas contemplándolo con una mirada de desprecio en sus ojos negros. El muchacho había acertado en cada uno de sus pronósticos, vio en aquellos ojos la resolución criminal, supo que lo asaltaría cuando su furia rebasara su pecho atormentado. Y por ello, le preparó la trampa, sabedor que con ello, el malvado Ojo Avizor desenmascararía su crueldad y bajeza ante la tribu.
Ojo Avizor fue desterrado por sus malas artes y nunca más pudo regresar a su tribu. Desde entonces, el joven Avezado fue quien determinaba los momentos exactos en que se debía arar la tierra, cazar los búfalos y guarecerse de las lluvias. Su prestigio y respetabilidad crecía año a año. Pronto, su discípulo, el joven Nube Azul, comenzó a aprender las artes de Avezado, dando muestras de un magnífico talento…
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