Cosquín del ayer
Una tarde más de este febrero que me encuentra como cada año, a orillas del río Cosquín, echando al vuelo zambas, a la sombra de los frondosos siempre verdes y de las otras abundantes especies vegetales que me resguardan con su frescura de los ardientes rayos del sol de la siesta. Así, unas veces apostado en el tronco de un viejo árbol que doblegado por el paso del tiempo, yace acariciando la arenisca de la ribera, otras, sentado en la apacible hierba, y destruyendo con mis pies la imagen de cantor enamorado que de mí se forma el manso río, me paso las tardes cantando, esparciendo valsecitos y canciones románticas, sólo con la bella ilusión de prender con ellas el corazón de alguna niña de las que vienen con su natural seducción a este paraíso.
En verdad son tan lindas esas niñas, pero tan esquivas a mi pesar, que por ganar de ellas apenas una efímera mirada, de una palabra el dulzor o el esplendor de una sonrisa, mil estilos interpreto con la mayor maestría que en esto puedo poner, y digo poco, que no hay valsecitos ni canciones románticas- de las que bien saben endulzar los oídos- que mis dedos no hayan punteado prolijamente en las cuerdas de esta guitarra. Pero las melodías que mejor suenan y más cautivan (aunque no en la forma que yo desearía) los corazones de tales primores, son las que entono en tiempo de bolero, y tengo por cierto que son las que más gustan a los demás, que también frecuentan el lugar. Y todo esto lo siento yo en las miradas que los brutos de espaldas fuertes lanzan con envidia, como una afrenta a mi talento, en las risitas y los cuchicheos disimulados de las amorosas abuelitas que, por ver a sus nietos divertirse y corretear por ahí con una libertad que sus padres nunca les concederían, no pueden permitirse dejar pasar la oportunidad de unas serenatas que sueñan en silencioso secreto ser para ellas. Mucho más lo siento en las mismas a quienes la ansiedad de mi pasión persigue sin tregua; En el tibio palpitar de sus labios, en el rubor purpúreo que tiñe sus mejillas... en el temblor nervioso de su piel que se aviva con el miedo a sucumbir a unos encantos que las pretenden...
Tal pueden los boleros, que de los otros géneros ninguno alcanza semejante grandeza y lo digo porque no me ha faltado ocasión de mostrar mi virtuosismo musical en conciertos, adagios y arias, pero ellas ya me han dado a entender su preferencia, pues ni el Concierto de Aranjuez ni otras tantas obras que se le parecen en perfección y mesura, han logrado llamarles la atención, y eso no es todo, que además se alejan de mí, como si quisieran dejar en claras cuentas todo lo que repudian las notas cultas y los acordes clásicos. Por eso prefiero yo los boleros, las zambas enamoradas y los valsecitos sentimentales, y más aún en esta época del año mi caja torna en criollos sus refinados sones, porque a tan solo una semana del término del festival del folklore, muchas gentes tienen encendido en el alma ese arte precioso que es el arte del pueblo.
Los rezagos de la fiesta se ven por todas partes, en cada rincón de la ciudad, y no más en los buses repletos de pasajeros con destino a la gran metrópoli de campanas y doctores, que en las calles y avenidas todavía atestadas de turistas que esperan a que se consuman en tierras coscoínas, lentamente sus vacaciones. Y esos turistas son los que ahora me rodean y a quienes me propongo hacerles amenas las tardes hasta que se marchen como los otros y vuelva yo a mi soledad de siempre, a conversar con mi imagen reflejada en las quietas aguas... a murmurar las zambas que me servirán el año próximo, para intentar la desesperada locura de que me miren unos ojos bellos, me acaricie una suave sonrisa o, quizá por ventura, que unos labios suspiren por mí...
Y ahora, es ya poco tiempo el que queda para estar aquí, mas es seguro que en esta misma orilla me encontrarán las siestas del verano siguiente, incluso durante la semana del festival, que yo huyo lo más que me es posible de ese fenómeno hechicero y cruel, pues si se piensa en ello con cautela, bien se podrá ver que no es en realidad otra cosa.
A él concurren todos los que tienen en suerte pasar por Cosquín en esta semana interminable. Y con cuanta presteza se reúnen unas multitudes incontables en derredor de unos escenarios altos y tanto más inalcanzables para el público, que lo es el cielo de Dios para los pecadores.
El clamor de guitarras, charangos sikus y violines, y aun otros instrumentos tales como teclados, bajos y acordeones, rompen el estado de inmutable permanencia de las sierras y estalla en todas direcciones el eco de los aplausos y una emoción que se expande como una vibración que se debe de escuchar nítida desde el centro de la tierra. En el fondo y cual si fueran los poderosos latidos de un corazón no humano, acompaña las chacareras el ritmo de un bombo lehuero...
Y yo, por poder escapar de esos artificios malos, sufro por los que han caído en ese terrible engaño, en esa farsa tan mentirosa, sin exigir sus derechos de mayoría, porque así queda probado que han de haberlos olvidado. Ellos me inspiran compasión y me conmueven hasta las lágrimas, que ya mi llanto derramo sobre las ondas del agua y me asalta un dolor insoportable que, por más que quiero, no puedo esconder con mi canto y mi poesía...
El festival mayor irrumpe por las noches en la plaza Próspero Molina, en el centro, frente a la iglesia del pueblo, sin embargo, durante el día, el festival de espectáculos callejeros tiene lugar en los balnearios y en las calles, en los dos casos sin prescindir de unos organizadores que sólo entregan los micrófonos a los artistas previamente estipulados en unos registros discriminatorios que tienen en su poder, Por ello es menester llevar cuidado en la exhibición de cualquier arte espontáneo, y es que tal vez se diera por casualidad que algún bohemio principiante se pusiera a cantar y tocar sin más entre el público, lo cual, lo convertiría en un ser despreciable y. Contradictoriamente, en vil transgresor de las normas de los espectáculos callejeros.
En cambio aquí, lejos de los registros, de la nueva tecnología digital aplicada al folklore tradicional de guitarras y bombos, y todavía más lejos de las burocracias arbitrarias que se toman la atribución de elegir por el pueblo y de interpretar a su manera los gustos de la gente, se respira otro aire, más puro, más limpio...
Hay quienes critican mi actitud y me condenan por ser reacio a los nuevos tiempos, lo cual no me preocupa, pues yo no hago más que seguir los ejemplos del maestro que, por mucho que andara, doy fe en nada le hiciera más feliz el corazón que pasar las tardes como yo, a la sombra de algún algarrobo, componiendo zambas y conversando como nadie en ningún tiempo ha sabido hacerlo, con el afable arroyo que baña las entrañables tierras coloradas que amara tanto en vida.
No puedo decir cuánto me aflige y cuánta tristeza me causa el saber que corren tales tiempos en que todo es una gran competencia dentro de un sistema asesino. Y.. ¿ A quién debo probarle yo mi habilidad en la música? A nadie tengo que probárselo, porque ni tan solo hay en mí algo de ella. No necesito ni carnets ni títulos que me acrediten y me hagan pasar por más que otros mejores, Lo que necesito es tocar sin que me establezcan parámetros, aquí, bien cerca de lo que yo creo es la esencia de Cosquín, y si no es suficiente con decirlo yo, lo pueden decir los grandes que se inspiraron y crearon obras que lo inmortalizaron, y me viene a la memoria para mezclarse en mi recitado, la estrofa de una muy conocida...
El viejo río cosquín
Fue testigo quieto de un desengaño
Que un guitarrero cantor
Sufriera en el arenal
Cuando se escondía el sol
...Y me ensombrece la pena cuanto más pienso, pues no me es ajeno que el Cosquín festivalero que existe a unas pocas cuadras en el centro, nació libre lo mismo que el hombre, y lo mismo que el hombre se volvió después un esclavo al servicio de unas organizaciones que, andando los tiempos (Dios no quiera) así como establecieron un control sobre su arte popular, así también podrían llegar a proclamar su prohibición.
Y bien pronto se ha ocultado el sol, que ya los turistas se van y abandonan la orilla, dejando tras de sí una serenidad calma que estirándose, se queda dormida sobre el pasto mojado cual si de infinitas perlas delicadas fuese cubierto... y yo me voy también, me voy despacito con la exquisita fragancia de la última niña que al irse, la dejó envolviendo mi ilusión perdida... Y al irme yo, me llevo en mi guitarra un cosquín del recuerdo con su río, con sus cantores enamorados y sus hermosas ninfas. Lo llevo impreso en el alma, en todo mi ser, junto a la nostalgia porque ya no es hoy el mismo que fuera ayer, y la esperanza de que mañana o en cualquier momento impensado, lo sea otra vez.
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