Advertencia: sólo para que sepan, no es nada similar a lo que hayan leído anteriormente en mis textos.
Esto es meramente un bosquejo... no sé de qué.
La verdad es que me fascina el aire jactancioso que invade a las personas cuando logran mentir. Cuando mienten y se salen suave y sutilmente con la suya. Después del acto de mentir, sin embargo, la vanidad se divide en dos partes: la primera es la más pura falta de modestia, la autoelevación del ego, el orgullo secreto que hay en haber tenido éxito, en un propósito tan radicalmente deliberado -valga el exceso de redundancia- como es el acto de mentir. La otra mitad de la vanidad se ve tiroteada, no obstante, por la carencia de testigos. Es más, digamos mejor, de tan siquiera un testigo que pueda dar testimonio de la hazaña realizada. Es el más profundo dilema del ego humano en su lucha contra la modestia, tomando forma en el éxito de saber mentir.
Por supuesto, es de suma importancia resaltar que ésta confrontación suele tomar cuerpo y obtener forma en distintas circunstancias y situaciones. Puede darse desde en la persuasión de un espíritu más inocente, hasta en lograr el convencimiento de un alma más intransigente.
Lo curioso del asunto es la proporcionalidad directa existente entre la dificultad de la barrera y el recurso al que se haya tenido que recurrir para superarla.
Es ahí donde yace el destellante triunfo de la inteligencia: en la capacidad usada para sobrepasar una barrera.
Es por eso que algunos hombres y mujeres de todas las épocas, han buscado relacionarse con seres de su misma talla o superiores, dejando dicho, que no es válido admitir que los mismos son superiores.
Es algo así: hoy me gusta conversar contigo porque me permites, dado el nivel de tu inteligencia, dada tu cultura y tu grandeza, evaluar mis propias aptitudes, pero más que eso, más que evaluarlas y dejar los resultados como un simple score de mis conocimientos, me proporcionas un terreno más o menos firme, con un rival más que menos consciente, de los trucos que se deben jugar en el campo para lograr sobrevivir.
Lo realmente "excelente" del asunto es, que al encontrar un oponente competente, la vanidad se puede unificar, y quien gane puede gozar de un placer digno y realmente gratificante. Existen, lamentablemente, pocos terrenos, medios u oponentes que permitan al ego lograr una victoria limpia, probadamente ingeniosa y modestamente pública.
Ahora, para estar a la altura de la comprensión de mi argumento, se debe entender y aceptar que cualquier autoproclamación gloriosa, inmediatamente suprime lo glorioso, debido a lo "auto" en el proclamado, y todo queda en una vana manifestacion vacía, tediosamente divagante y apenas creíble. Por tanto, el punto de mi alegato radica, en la comprensión que puedan darle al mismo.
Como dije anteriormente, no sólo las mentiras son prueba de un carácter harto ingenioso y superior --por eso las mentiras nunca fueron el argumento principal de esta discusión-- sino también existen otras diversas y clasificadas maneras de probar ese carácter.
Así, en un discurso, monólogo, expuesto desde una visión seudo-objetiva acerca de terceras personas, referente a situaciones y condiciones generales, el expositor o narrador, encuentra a menudo una forma agraciada y sutil de vociferar su reclamo contra esa sección de la vanidad que es apuñaleada y tiroteada, poniéndola en manifiesto y convirtiendo a sus espectadores, más que en espectadores, en testigos, de la nueva manera que su ingenio encontró de enalzar su proeza. |