Cigarrillo.
Solo como siempre en una desteñida noche de verano. Las ganas recorren mi cuerpo; siento que cada vez se incrementan más llegando hasta al fulgor de la sangre... hasta cada rincón de mí.
Entonces, es ahí. Es en aquel momento cuando procedo a saciar mis ansias. El tiempo juega un papel de locos, el lugar, sólo un escenario. Miro cuidadosamente, sin que nadie ose interponerse en mis secretos planes de delicia y gusto; sufro de las más diferentes metamorfosis, pudiendo vigilar cautelosamente la morada para no ser interrumpido por cuerpos exteriores.
Y llega el momento. Ese hermoso momento que por minutos me comía los nervios, llenándome de ideas ambiciosas mi suave e impalpable mente. Por fin, recibo el premio.
Lo miro con delicia, incluso puedo llegar hasta su alma y entablar una íntima conversación con aquel elemento. La tenue evocación a la luz cumple un importante papel; la que, con sus toques de misterio me impulsaría a cometer aquel exquisito pecado.
El fuego ilumina la habitación por pequeños segundos, y es entonces; es en ese preciso momento cuando lo enciendo. Con delicadeza mis manos lo tratan; mis suaves labios, sueltos de nervios y deseando el maravilloso placer, intentan superponerse a la situación y actuar con gran habilidad. Pero nada sacan. Aquel elemento los cautiva y los deja en un estado parecido al de un vegetal.
Lo miro con cautela, mis labios ya pueden sentir su guardado aroma a viejo tabaco. Ha empezado el magistral momento. Órganos internos sienten cómo la espesa brisa gris accede, pudiendo hasta palpar y sentir su escurridiza textura. Los pulmones se inflan de aquel elemento maligno, hasta el límite se llenan con aquel aire. La humorada se devuelve, y, lentamente deja mis labios, esparciéndose por la habitación y dejando un singular rastro.
Puedo ver cosas en aquel risueño humo; figuras veo: animales, personas, sentimientos y lágrimas. Pensamientos me invaden; reflexiones, cuestionamientos. Mis dedos, con firmeza lo toman para que no se escape, delicadamente lo retienen para que ceda.
He cometido un asesinato. Un fragmento de él ha caído en aquella sencilla y frágil pocilga de cristal. La parte de él cae sigilosamente; con movimientos secos estáticos. Puedo sentir la tristeza de aquel blanco y lánguido elemento, quien ha perdido parte de él. Le duele, como a mí me dolería perder la mano que lo sostiene. Pero estoy seguro que lo que aquel personaje quería entregarse en cuerpo y alma hacia mí. Por eso dejará su dolor de lado y se entregará. Se sigue entregando.
Repito aquel rutinario ejercicio por variadas veces, mientras me doy cuenta que el fuerte y corpulento elemento que se entregó ante mí, es ahora una pequeña fracción de lo que pudo llamarse hermoso cilindro. Ha perdido forma y sólo es ahora un pedazo de esponja y un poco de diminutas hojas ordenadas.
Muchos pensamientos me invaden. Puedo hasta sentir cómo mi cuerpo muta y se relaja por completo, ahora me pesan las manos. Con dificultad aprovecho hasta el último milímetro de aquella misteriosa mezcla.
Su alma se ha entregado a mí, dejando parte de su cadáver esparcida en el cielo y otra parte aún en mis dedos, ardiendo en calor. Es una señal. Me quema los dedos para que lo mate de una vez por todas; ya no quiere seguir sufriendo y esta contento de que entregó su cuerpo a mí.
Me acerco tristemente a aquella piscina de desintegradas partes de aquel elemento. Veo que aquel recipiente de cristal me espera y sabe a lo que voy. Él hará de cementerio. Lo apago lentamente, untándolo ante aquel incoloro piso, hasta que rastros de vida no quedan. Decido dejarlo ahí, a aquel pedazo de esponja que está triste por la pérdida de su hermosa gracia, ahora, muerto.
Me siento triste al saber que cada segundo en esta gran bola de tierra se cometen asesinatos así. Placenteros y lujuriosos. Me doy pena a mí mismo por asesinar a diario un alma que lo único deseo es cumplir su triste destino; entregarse a quien la escogió.....
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