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CONOCERLA Y QUIZÁS AMARLA



Conocerla y quizás amarla, fue lo primero que se me vino a la cabeza cuando observé su retrato. Aunque ya escuchaba de ella, por los muros cerrados y las cortinas entreabiertas, la lámpara de mi cuarto me contaba y me presagiaba. Será ella, acaso? Cuatro dudas me asaltaron en aquel instante:

Conocerla y quizás amarla fue mi mayor preocupación. Se veía tan, blanca, tan original, tan dulce, tan tierna; tenía unos labios finitos, bien surcados en la mitad y de ángulos rectilíneos que poseían la gracia y la tendencia por,, llegar hasta el cielo¡

Y en la comisura de sus labios, por Dios¡ sí Dios¡ debe ser él quién se fijó en éste aspecto. Le regaló dos bolsitas pequeñitas, pequeñitas pero preciosas; dos bolsitas que subían y bajaban al vaivén de su sonrisa. Que esbelta, que bella, que natural. Ahí radicaba mi segunda preocupación, mi segunda duda: ¿será acaso que sus labios destellarían algún día el furor de sus lágrimas? La ruptura de su pasión? Las inconsistencias del genio? Será que sus labios desprenderían las malversaciones de sus trastornos transitorios? O será mas bien, que, sin disgustarme, podré admirar y contemplar la variedad de su ser, por medio de sus gestos labiales. Por medio de su voz, dulce y amarga, agria, dulce.

Luego, como desconcertado y cansado, mi mente recorrió su cuerpo. La desnudé, la poseí en un instante. Dios; sí, sería él quién se fijó en la belleza corporal, pero que belleza. OH, dije corporal? Y la espiritual? Me negaba a creer en un monstruo interino, en la bruja pintada, en la falsedad de sus ojos. Ojos. No, ahora el cuerpo. Senos delgados, pequeños, pero hermosos. Delicados, nunca antes tocados, jamás delineados por la perversidad. Pasión infinita. Su cintura, su piel, más blanca, más tibia, más fría, más tensa, delicada. Su piel, que se relamía, que se retorcía a cada caricia mía. Su piel, que se enroscaba cual serpiente al acecho; pero no, su defensa no era salvaje. Era una defensa hipócrita. Se resistía, al tiempo que no. Era ella. Era mía.

Conocerla y después amarla fue lo primero que se me vino a la cabeza. La mire otra vez. La empujé, al abismo, a mí. Yo sería su abismo, profundo, constelado, de nieve azul, de lagos verdes. La estaba esperando. Más aún, la quería encontrar. Más aún, la iba a buscar. Peor aún, la encontraría. Y para mi desgracia, la amaría.

Conocerla y después amarla.



Cada tarde recorría el mismo sendero, la misma habitación, por el mismo canal, por el siempre surco, por la ciudad perdida. La miraba, una y otra vez. La soñaba, estaba más allá.

Aunque su familia no es la más querida mía, su familia no me preocupó. Era también parte mía, familia mía, pero no me interesó. Sólo la vi y la amé. Su familia no me preocupó. Como nada quería con ella, con la otra todo. Pero eso,,, no me preocupó.

En un instante del alma, la vida me la presentó. La miré, me asusté, era ella. Más vieja, más fea. No lo pude creer. Que pasó. Dios¡ era ella? No, es otra, dije, con preocupación, es otra. No, la foto, y la foto? El cuadro, dónde está, ése era mi amor. Hola, me dijo. Temblé. Lloré por dentro. Reí por fuera. Que risa tan idiota. Que gesto tan tosco, hosco. Era un huraño, indomable. Domado por sus ojos, por su cuerpo escondido, bajo las ropas largas, feas. Pero estaba ahí, escondido. Vaya, mirar dentro, ahí estaba su existencia. Yo la existí dentro mío. Hola.

Como no se sabe nunca que pasó, dentro de unos meses, dentro de unos días, estaba ahí, inmiscuido tras sus ropas, desvistiendo sentimientos, celando cuerpos, procurando ser feliz, admirando la sencillez y complejidad de la vida. Conocerla y después amarla era mi principio, pero mi fin? En fin.

Como no se sabe nunca que pasó ni como sucedió, mucho menos el por qué, miré su retrato y me enamoré, me encariñé. Más aún, la protegí, de las miradas absurdas, de los comentarios grotescos, de las sonrisas insipientes. Me molestaba que preguntaran: ella es? Linda, verdad? Ya lo sabía, yo la descubrí. Ahora era mía, pero, hasta cuando. Nunca nadie me enseñó que las cosas terrenales, sean personas o cosas, no son perennes, a menos que las ames con alma y corazón, con vida propia, con timidez suficiente, con bocazas de rosas, con jilgueros de danzas, de música, de alivio. Con la paz, con la tranquilidad suficiente para que se sienta querida, amada, única, tuya, irresistible, mujer. Bella. Pero además, eso no es suficiente. Ella, debe quererte igual. ¿cómo lograrlo? Ternura.

Ella lo hizo? Es la pregunta que una y mil veces pronuncio, que tantas veces me invade, que me quita el sueño, que me despierta a las cuatro, que me adormece a las seis. Quererme? Vaya¡¡ inusual,, cierto? Es la pregunta de las una y mil veces. Ella dijo sí. Yo pensé, tal vez¡

Mi tercera preocupación, infinita y nunca descubierta, fueron sus ojos, redondos, tigrillos del miedo, del carácter, del paroxismo. Sus ojos redondos, miel, pecoso, destallados, fulminantes. Me miraban, y Dios¡ la sangre se me escurría por los poros, los muslos se pegaban caprichosos, se abrazaban, como por protegerse, temblaban. Era ridículo y verdadero. El hombre, fue tenue, ínfimo. Por un instante, me sentí trastornado. Quise no despertar nunca.
Conocerla y quizás amarla, fue la impresión que tuve cuando la vi estampada, retirada del tiempo. Inmortalizada en el marco, bajo la sombra, escondida. Parecía mirar a todos lados. Parecía sonreír a todo el mundo.

Miles de luchas, miles de palabras, centenares de papel sirvieron de acólito, compinches de lunas, de estrellas. De citas sobre el río, sobre el mar, peces encubiertos, ojos desterrados. Era la magia del cariño, de la ternura. No le digamos amor, por miedo.

Desencadenamos rupturas, desconciertos. La familia, el fiasco, la repugnancia de los valores, de la moral. La ética, el contraste de este cuento. La familia, la ballesta, siempre lista y dispuesta, siempre larga, siempre ,,, voraz. Otra vez, serpiente enroscada, otra vez dispuesta. Siempre habla, siempre idiota. Chisme.

Exasperados, luego cansados, desertamos. Los soldados buscaron un nuevo hogar. Ella, lo que esperaban, salud, prestigio. Doctores. Yo, un descreído que escribe, de vez en cuando, que sueña, que desertó, que miró a una musa, que hoy la tiene, que no fue igual, lo sé. Pero tal vez, mejor. No mucho. Pero la amo.

Conocerla y quizás amarla, fue la verdad de mi corta existencia. Existí cuando la vi, existía cuando la tuve, cuando la pensé. Hoy, ya no miro retratos. Hoy, ya es tarde. Tengo sueño.

Texto agregado el 02-02-2005, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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