Estoy en una iglesia, parado, mirando absorto, pues no tiene santos, ni cuadros, ni flores, solo distingo su contornos como si fueran huecos un nuestra dimensión conocida, talvez estuvieron ahí algún día, con sus angustias y amores, milagros dignos de una imagen de yeso, pero una mano negra y mortal los extirpó. Lentamente empieza a oscurecerse y no distingo nada, ni el suelo de los muros, ni las frases de amor al prójimo y mis instintos animales. Todo comienza a crujir, siento la tribulación y el crujir de dientes, escucho las risas desquiciadas de los que por la eternidad lloran. Todo se ilumina tenuemente por fuego, cuya luz se proyecta a través de los agujeros de los santificados, todo se impregna con su hedor sanguinario, su aliento demoníaco con su calor de ultratumba, la intensidad de el fuego se acerca cada vez mas, me llama por mi nombre, este resplandor de la oscuridad crece y envuelve todo, se desparrama como un manantial de maldad. Empieza a caer por los agujeros, devora todo con furia descontrolada, con un odio abrasador. La casa de Dios se desmorona, y cae, se deshace en el vacío. Me dejo acariciar por el fuego, sus lenguas toman la forma de manos, delicadas manos de mujeres hermosas, me invitan a seguirlas, me atraen con sus labios rojos y muslos blancos, y sus ojos negros, son muchas, cientos, tal vez miles, cada ves que mi vista se posa en alguna me parece que la anterior era una burla para esta nueva belleza, ancestral y mítica, pero el hechizo se desvanece cuando miro en otra dirección, volviendo a comenzar. Pude mirar en sus ojos, y me llamaban a probar los dulces elixires del amor, pero mas allá en el fondo, solo era vacío y desesperación. Un orgullo destruido. Luego de eso ellas se desvanecen y aparece Él, el espíritu rojo, me miro a los ojos, y mi espíritu se convulsiono mis carne gemía de dolor, pero mi mirada no se aparto de la suya, que no tenia expresión, ni odio ni amor, solo estaba sediento de poder, quería dominarme. Mis ojos desfallecientes volvieron a la vida cuando los suyos se retiraron, mirando el polvo se su derrota, me miro nuevamente pero con furia, una furia mas allá de los siglos de los siglos y de la noche eterna, pero yo ya triunfé .El mundo tembló y se cubrió de el manto rojo de la ira de el vencido, las llamas brotaron de las aguas y de todo lo vivo, las columnas de humo danzaban empinándose hacia el cielo rojo, besándolo y corrompiéndolo. Pero yo triunfe.
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