Salí para dejarlo atrás, descalza y con mis pantalones de flores anaranjadas, por las calles. Me detuve a hablar con un gato atorrante y no sentí pudor, necesitaba no pensar más que en trivialidades. Me senté en un banco de piedra de la plaza. Era de noche ya, y olía a él, esa noche se parecía a él. El pasto brillaba por la humedad climática, y la neblina no era del todo neblina porque se mezclaba con el humo de mi cigarrillo. Parecía como si mi historia se tratara de una historia que es hasta difícil de comprender. Necesitaba sentirme deseada, gritar, bailar, temblar. Necesitaba renacer entre sus brazos despues de tanta demolición. O necesitaba, por fín, incorporarlo a mi colección de desesperanzas y olvidarme por una vez de quien soy. Yo era una muchacha de otra parte, y con destino a no sé donde. Lo que estoy contando sucedió hace unos años, en otoño, aunque recién ahora comencé a preguntarme si era necesario cambiar demasiado y crecer todos los días un año. En más de una ocasión pienso que estoy algo loca o que no soy del todo humana, y esa noche fue la primera vez que lo pensé, ésta noche, ¿será la última? |