El llamador
El Ñato era llamador del ferrocarril.
Esto antes, cuando por el pueblo pasaba un tren de pasajeros por día, ida y vuelta de Buenos Aires a Bariloche y varios de cargas, y la trocha salía también casi todos los días.
Era llamador de los maquinistas, él iba a las colonias de los empleados a avisarles que tenían que salir a trabajar, que estaba entrando el tren grande, el que venía de Constitución, o que salía “la angosta” es decir la trochita, para Cerro Mesa.
Y sí, los maquinistas no tenían teléfono y las calles no estaban afaltadas como ahora, pero el Ñato tenía una bicicleta espectacular que cuidaba más que a la hermana.
A cualquier hora lo podías ver pedalear en el ripio su bicicletón, con la gorrita ferroviaria metida hasta las orejas, -la gorrita azul con la visera negra-, pasaba encarando el viento como un quijote patagonico.
Ahora se queda solo en alguna mesita del Club sin decir nada, puede estar horas así.
Callado.
Callado, mirando por la ventana, o acerca la silla a alguna mesa, la da vuelta y se sienta con los brazos apoyados en el respaldo a ver como juegan al rumy sin que le salga una sola palabra.
Acepta algún cinzano que toma a pequeños tragos espaciados.
- ¿Que habrán hecho con los vagones ?– dice el Ñato, hablando solo -, ¿Y con las máquinas?
- ¿Mira que había?
- Cuando pasabas por los andenes de la estación no podías ver el otro lado del pueblo, por la cantidad de vagones que había en la playa de maniobras.
- ¡Ahora es un desierto, ni los galpones quedaron!
Y vuelve a sus silencios, se toma un traguito y los ojos le quedan como preguntando.
Algún parroquiano cuando termina de orejear los naipes levanta la vista del juego y desde una mesa lo mira. Y el Ñato le hace esa señal de “no sé”, elevando los hombros y sacando un poco para afuera un carnoso labio inferior.
Y se pasa la mano por los ojos, apretándolos.
Si le preguntan:
- ¿Que te pasa Ñato?
- Nada, dice.
Y es como si adentro le nadara algo.
A él lo habían hecho peronista en la estación.
Los ferroviarios viejos, orgullosos de laburar en la empresa que el General le nacionalizó a los ingleses, eran peronchos. Salvo algún radical amargo que solo podía hablar de Yrigoyen.
Y lo hicieron peronista de chico, apenas comenzó a trabajar. Acá somos todos compañeros, le decian.
A veces los pibes que juegan al metegol le gritan como cómplices de un ritual.
- ¡Dale Ñato, cantáte la marcha!
Y el Ñato arranca con la marchita.
No la sabe toda, pero cuando los convites de cinzanos se suman se llega a parar arriba de la silla, para levantar la voz lo más que puede, y decir:
- Perón, Perón que grande sós!
Hasta que alguno de las mesas de timba lo mira con cara de culo, y le dice parala un poquito, y con la palma de la mano le hace como que baje.
Y el Ñato baja, se sienta y continua con los ojos fijos en la ventana.
Ahora encara las calles con la misma bicicleta pero ya no se parece tanto a un caballero andante.
Le creció la panza y le cuesta bastante pedalear en contra del viento. Está medio pelado. Y la bici tampoco es la misma -se le notan los años- a pesar de cómo la cuida.
- ¡A todos esos habría que meterlos en cana! – dice -, a los que se robaron todo el ferrocarril de a pedazos.
- ¿Alguno sabe donde están los vagones del Roca ?- pregunta -, ¿quien se quedó con las pilas de rieles, quien agarró la guita de la fundición de todo eso?
- ¡Decí que yo soy un ignorante! – agrega -, y nadie me va a hacer caso, pero tendrían que estar en cana...
Y sale del Club, se pone el broche en la bocamanga del pantalón para que no se lo muerda la cadena. Se sube a la bici y antes de salir mira para adentro como en busca algo perdido.
Y después si, se va pedaleando despacio, ahora cada día pedalea más despacio.
Y en su recorrido pasa por las colonias donde el iba a llamar a los maquinistas, y le da pena el abandono. Los paredones que se caen, los alambrados que ya tiró el viento.
Cruza el ferrocarril y sueña que esquiva vagones, charcos de petróleo, que escucha el ruido de las maquinas en los talleres, las boleterías abiertas con gente amontonada en las ventanillas, o camiones atracados que bajan mercadería.
Se imagina y sonríe, y pedalea con más ganas.
Y cuando esta por cruzar sobre las vías del grande, mira para el lado de Bariloche. Por instinto.
Por las dudas que venga el tren.
(2005)
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