Blanco. Pánico y lujuria escondido en su vacío...
Hay algo en ese blanco que me impide apoyar el triste pincel. ... ¿ o será el frío el que congela este momento?
Hace ya... no se, siglos... que intento retratarla, descubrirla, darle forma, silueta, colores y matices, pero no acierto a desencadenar este pincel cargado de zarpazos en naranjas.
No tiemblo. No es temor, y el cansancio parece no jugar esta partida. Es solo ella y yo, cara a cara, frente a frente... ella y yo; y este frío que me impide ver lo que esconde la tela amortajada en el silencio.
Soy rehén del instante en que el color estalla en forma y sentido. El umbral es mi lugar,.. más allá, su rostro. Más acá.. la nada.
Ya no siento las piernas (si es que las he sentido alguna vez, no lo recuerdo).... todo este tiempo... no se, siglos... lo hace a uno olvidarse de su cuerpo; reconocer solo lo que ven los ojos, lo que da pruebas concretas de existir... como esta mano, que carcome el espacio indecisa, arrogante en su mutismo.
Al fin me atrevo y comienzo el desentierro de su imagen. Las cerdas se lanzan al vacío y dan a luz cabello, hombros y contornos en una vorágine de movimientos espasmódicos. Los trazos la sorprenden agazapada sobre algo que mi pincel aún ignora.
El color limita sus facciones inconfundibles... es ella... sin haberla visto nunca antes, lo sé.
La paleta se transforma en la materia prima de su cuerpo, su postura, su gesto indiferente y relajado. No imagina que la acecho, que la observo, que la percibo entregada a su tarea tranquila, constante, imperceptible, como quien proyecta laberintos de insalvables recovecos.
Mis manos dan origen a sus manos, y en las suyas, un pincel garabatea mi cuerpo. Aparecen esta vez, mis manos, aun inmóviles en la tela que ella pinta, su tela, mi vida.
La tibieza se apodera de mi cuarto y veo nacer mis piernas.. y las siento..
Nunca me sentí, tan vivo.. ni tan expuesto
De repente clava sus ojos en mí, desesperada; y la insolencia de mi acto se traduce inconfundiblemente en su destello.
Hace ya .... no sé, siglos...que juego a ser yo el que gana esta pulseada, y no ella, que al instante en saberse sorprendida se oculta nuevamente entre mis blancos, arrebatándome como siempre un par de jirones de cordura (tal vez los últimos).
El desértico frío de este cuadro me invita a apoyar el pincel, a retratar la vida...pero algo me detiene hace ya...no se, siglos...
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