Ring! Ring! Ring! El sonar del despertador esta vez no enfureció a Tomás.
Lejos de lo habitual, tan solo apagó y dejo sobre el velador.
Una hora antes ya se incorporaba su madre, que a tirones despertaba al padre de Tomás y a la hermana.
Todo debía estar listo y el baño pronto para que Tomás se levantara sin apuros. Era su último día en casa, y los honores se le rendirían.
El poco enojo con el despertador no sería lo único que marcaría un día enrarecido. Claro que además de su viaje y seguramente por eso, algo no estaba bien. Al levantarse sintió algunos retorcijones lo que no era habitual en él; sufría de estreñimiento.
Como nunca, toda la familia se reunió a desayunar. Matilda colocó en la mesa los restos del copetín de la despedida que habían realizado en la noche anterior. La mesa estaba casi igual, papas fritas, maní salado, salamines, aceitunas, quesos y panes, además del café con leche que tanto gustaba a Tomás.
El desorden de comida no era nada comparado con el desorden intestinal de Tomás, no dio importancia y se sirvió de la mesa acompañado con palta, tomate cortado y el infaltable café con leche que tan rico preparaba Matilda; a Tomás le gustaba bien batido y Matilda lo batió tanto ese día, que era más espuma que café.
Los abrazos cargados de llantos de los amigos y vecinos que llegaban a despedirlo, ya marcaban el clima que se viviría en el aeropuerto. Tomás que se moría de nervios, lleno de ansiedad por llegar a Moscú con los dolores del alma que implican dejar tus afectos y alejarte para siempre de tu hogar.
Entre llantos y deseos de fortuna y éxito partió del barrio que lo vio crecer, con los ojos llenos de lágrimas, miraba como en el campito donde hizo sus primeros goles ahora jugaban otros niños.
Rumbo al aeropuerto no dejo de respirar el aire que golpeaba su cara asomada por la ventanilla del auto; quería conservar los olores capitalinos. Nunca antes se había fijado en las palmeras de la avenida, ni los edificios de colores que daban vida y luz a la calle. Con todas esas emociones y el dolor de saber que ya no vería a su madre, de pensar que ese sería su último café con leche bien batido seguía rumbo al aeropuerto.
Un accidente les demoro más de una hora. El avión en pista, los pasajeros que se alistaban para abordar, mientras que Tomás corría desesperadamente para no perder el vuelo.
La carrera no fue en vano y logro llegar a tiempo. Sentado mirando por la ventana, se dio cuenta que en el apuro apenas pudo abrazar a su madre y tal vez ese sería el último abrazo que le diera. Con la mirada perdida en la pista y las manos que se agitaban a lo lejos, se hecho a llorar.
La azafata daba las primeras indicaciones de vuelo y Tomás comenzó a sentir que algo no estaba muy bien dentro de sí. Un sudor frío caía de su frente y le recorría la mejilla, la espalada poco a poco se enfriaba al mismo tiempo que humedecía, la piel totalmente erizada fue palideciendo.
Faltaban 12 horas de vuelo, pero Tomás ya no aguantaba. La timidez le impedía pedir permiso para levantarse, pero a su vez las fuertes flatulencias enrojecían su cara.
Decidido por el olor nauseabundo que afloraba, pidió permiso para llegar al baño. Al levantarse sintió que algo se expandía en él.
La auxiliar de vuelo que había sido notificada de un aroma no deseado inmediatamente indicó el camino a Tomás. Al llegar casi arrastrando las piernas para no separa mucho, el baño estaba ocupado. El sudor y la palidez al ponerse de pie calmaron algo el malestar de Tomás, por lo que decidió volver a su asiento y esperar.
Media hora más tarde era imposible contener su estado, trataba de no pensar, veía a lo lejos la luz encendida del baño, ahora sabia que si se paraba no podía estar ni un minuto de pie.
Así paso gran parte del viaje, hasta que finalmente se durmió y eso alivió un poco a Tomás, pero no a quienes debieron cambiar de asiento.
Al despertar casi sobrevolando Moscú decidido fue al baño. Una vez dentro, el avión inició su plan de aterrizaje. Tomás con los pantalones bajos no podía estabilizarse en aquel espacio tan reducido. Lo que parecía sería el fin del tormento, se convirtió en desesperación, volvieron los temblores, la palidez y el sudor.
Después del papeleo, tomo sus valijas y salió a la búsqueda de un baño. El aeropuerto de Moscú era casi un barrio entero para Tomás, los carteles indicadores imposibles de descifrar, los intentos de consulta, eran en vano, todos asentían con la cabeza pero nadie entendía a Tomás y menos Tomas a ellos.
En su carrera desesperada por los largos corredores, perdió el gorro y la bufanda de lana que con tanto amor había tejido su madre. Él había prometido que llegando a Moscú, lo primero que haría sería ponerse el gorro y la bufanda. La revolución intestinal era tal que fue más fuerte que la angustia de notar la pérdida.
De pronto vio algo que podría ser un baño y efectivamente lo era. Tomas se dio cuenta que la figura era de una mujer, pero nada le importaba, y siguió su rumbo.
Un guardia que lo vigilaba por su carrera infernal dentro del aeropuerto, advirtió a los controladores que un hombre estaba ingresando al baño de mujeres. La guardia Rusa detuvo a Tomás. En un intento de comunicación para explicar e implorar que por favor le dejaran pasar al baño, Tomas practicó su inglés casi indígena.
-“Mi necesitar batrruum”- acompañando con gestos que solo confundían más al idioma.
Los intentos fueron inútiles ninguno conseguía comprender lo que hablaba. Esto enfurecía más a la guardia Rusia que ahora se agolpaba para detener a Tomás.
Realmente Tomás no aguantó más las ventosidades que se expelían de su vientre y su cuerpo no contuvo. Ahí frente a la mirada atónita de los Rusos Tomás sintió correr por entre sus piernas lo que tantos gases nauseabundos habían provocado. Al verse así, llevando además un pantalón claro lo que evidenciaba la situación, gritó en vos alta, llevando con rabia las manos a la cabeza…
-“la puta madre me cague” ¿qué hago ahora?
Uno de los Rusos que no salía de su asombro lo miró y molesto en un pobre español pero entendible le dijo:
-¡¡¡zeñorvk por kué no dizirvk ustedk que quererk vañok!!!
Juanita Radaelli ® |